Amor y guerra

Epílogo

Afuera de la habitación el encuentro que lo espera es menos gratificante que el que deja dentro, aseándose y vistiéndose como la dama en la que se ha convertido. Thomas se separa de su mujer a regañadientes. Antes de retomar su vida con ella, precisa zanjar el lazo roto con alguien que pese a todo sigue estimando como a un hermano. Andrew ya lo aguarda en el despacho que antes le pertenecía a su tío y que ha convertido en su lugar de trabajo. Emily y él se han mudado a la casa chica, pero prefiere trabajar en la residencia principal para estar cerca de Alma y hacerla participe de todo lo referente a su labor como administrador. Supone que, a partir de ese momento será el irlandés quien ocupe ese sitio, la idea le provoca un malestar, aún no sabe si es posible recuperar su amistad y la confianza que le profesaba antes de lo sucedido en San Gregorio.

—Buenos días, Andrew —saluda el médico con voz grave y gesto sombrío, cerrando tras de sí la puerta del despacho luego de entrar.

La noche anterior fue él quien lo recibió e incluso, lo llevó hasta las puertas de la alcoba de Alma. No lo hizo por amabilidad hacia él sino por el cariño que le guarda a ella, eso le quedó claro tras el frío recibimiento del que fue su único y más entrañable amigo.

—No fingiré que me alegra verte, la realidad es que no esperaba tu regreso —responde, sentado tras el escritorio, cada ademán denota una actitud desafiante.

—Lo sé. También puedo imaginar que has sido tú el que envenenó a mi esposa en mi contra y la hizo dudar de mí.

Andrew resopla inconforme antes de ponerse de pie.

—¿Y fallé en alguna de mis suposiciones? —cuestiona, rodeando el escritorio para enfrentarse a Thomas —. Todavía recuerdo tus quejas tras nuestra llegada a México y mírate, después de todo has conseguido sacar provecho al viaje que maldecías. Tienes a tus pies a una hermosa mujer que también posee una fortuna que sin duda no te desagrada. Has resuelto tu vida muy convenientemente.

—¿Cómo te atreves? Lo que Alma me provoca se debe solamente a la mujer que es y no a la herencia de su padre.

—¡Por supuesto! —exclama, sarcástico —. ¿Y dónde quedó lo que sentías por mi esposa? ¿Simplemente desapareció?

—Aunque no lo creas, así fue —refuta, sintiéndose acusado —, Admiro a Emily y supe ver su valía mucho antes que tú, pero el sentimiento que le profesé no tiene nada que ver con lo que siento por Alma, a ella no la dejaré por nada ni por nadie.

—¿Y por qué entonces la hiciste suponer lo peor al no escribirle? Por tu culpa padeció un infierno. Supongo que ya lo olvidó. Ella te perdonaría cualquier cosa.

Thomas toma aire profundamente y siente sus pulmones llenarse antes de sincerarse con alguien que lo desprecia.

—No lo hice porque temía mantener su esperanza y al final fallar irremediablemente. Pensé que si no sabía de mí sería más sencillo acostumbrarse a la idea de mi ausencia. Sin embargo le escribí cada noche antes de dormir, esas cientos de frases dedicadas a ella fueron las que me libraron de la desesperación de no tenerla y de no saber si volvería a estrecharla entre mis brazos.

La severidad en el rostro de Andrew se suaviza al igual que la pose agresiva de su cuerpo, percibe honestidad en Thomas y aunque en un primer momento la furia y la decepción lo hicieron recibirlo reaciamente, ya hace tiempo que lo perdonó. Fue quizá desde el momento en que el amor de su esposa inundó su vida, algo que, pese a su renuencia, agradece al irlandés y a su decisión de alejarlo del enamoramiento por Alma que ofuscó su mente.

—Ignoro si alguna vez volvamos a ser amigos, no sé tampoco si quiero tratar contigo más allá de lo que me obliga el hecho innegable de que eres el esposo de mi prima y de que ella te ama. Sin embargo y pese a que me duela reconocerlo, fue por ti en gran medida que encontré la paz que buscaba —niega, resoplando con ironía —. Maldito irlandés, siempre te las ingenias para que termine en deuda contigo.

Thomas lo escudriña con una dura mirada, sin saber si fiarse de él o no. Luego de sus intrigas pone en duda la buena voluntad que puedan guardar sus palabras. Al final decide confiar, ha pasado su vida entera aislándose así mismo, temiendo más pérdidas y heridas como las que marcaron su infancia. No obstante, lo vivido en los últimos meses le ha enseñado que la felicidad es un sendero que vale la pena recorrer sin barreras que impidan disfrutarlo ¿De qué vale refugiarse del dolor hasta quedarse solo? Mejor librar obstáculos en compañía, signifiquen lo que signifiquen.  

—No me debes nada, lo sabes bien, al contrario, soy yo el que le debe a tu madre y a ti lo que soy. Y lo que hice fue por ayudar a mi hermano, me equivoqué, pero aprendí mi lección.

Un largo y denso silencio cae sobre ellos antes de que Andrew vuelva a hablar.

—Quiero creer en ti, Tom. Y lo haré. No me resta más que darte la bienvenida —extiende para él su mano y el médico la estrecha cálidamente, presiente que esa frase significa mucho más de lo que expresa, anuncia otra oportunidad para los dos —. Dime algo ¿sigues creyendo que este país es un lugar en ruinas, repleto de polvorosos caminos?

—No, estuve ciego al pensarlo —confiesa, sonríe y desvía levemente la mirada, el recuerdo de los últimos meses lo hace suspirar —. Es un lugar colmado de redención y el hogar que necesitaba sin saberlo un desventurado como yo —exclama finalmente y mira a los ojos de su amigo, su ancha sonrisa refleja la dicha de sus pensamientos, dedicados a su esposa y al hijo que germina dentro de ella como viva promesa del mañana.  




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