Amor y poder bajo las luces de New York

Prólogo

Nueva York nunca duerme. Esa fue la primera lección que Emma Parker aprendió al llegar a la ciudad. Desde la ventana del pequeño apartamento que alquilaba en el Upper West Side, podía ver las luces interminables que parpadeaban como un latido constante, recordándole que siempre había alguien corriendo, soñando, o luchando por un lugar en esa jungla de acero y cristal. Emma estaba decidida a ser una de esas personas.

Con veintisiete años y un título en finanzas, dejar atrás la tranquilidad de su ciudad natal en Ohio había sido una decisión complicada, pero necesaria. La oficina de Blake & Partners, una de las firmas financieras más prestigiosas de Manhattan, era ahora su nueva trinchera. Sabía que destacarse como secretaria en una empresa de ese calibre no sería fácil, pero la ambición que la había traído hasta allí ardía con más fuerza que sus miedos.

Sin embargo, nada podría haberla preparado para su jefe, Alexander Blake. Desde el primer momento que lo vio entrar en la sala de conferencias, impecablemente vestido con un traje negro a medida, su presencia dominó el espacio. Alto, de cabello oscuro y una mandíbula que parecía esculpida en mármol, Alexander no era simplemente un hombre atractivo. Era un enigma. Había algo en la forma en que caminaba, en la mirada penetrante de sus ojos grises, que lo hacía parecer inaccesible, casi inhumano.

—Señorita Parker, ¿verdad? —le dijo en su primer día, mientras hojeaba los documentos que ella había preparado para una reunión. No la miró directamente, pero su voz profunda y controlada la atravesó como un escalofrío.

—Sí, señor Blake. —Su respuesta fue firme, pero en su interior, la incertidumbre palpitaba.

Esa fue su primera interacción, y a partir de ahí, Emma aprendió a moverse con cuidado a su alrededor. Alexander era conocido por ser meticuloso, exigente, y, según los rumores de la oficina, implacable. Nadie conocía detalles de su vida personal. Algunos decían que estaba comprometido con su trabajo, otros que guardaba cicatrices del pasado que lo mantenían emocionalmente distante. Lo único claro era que no había espacio para errores bajo su liderazgo.

Y aun así, Emma notó cosas que otros no parecían ver. Momentos fugaces en los que la fachada fría de Alexander mostraba fisuras: una mirada perdida mientras observaba la ciudad desde la ventana de su oficina, o la forma en que sus dedos se tensaban ligeramente al hablar de ciertos temas. Eran detalles pequeños, pero Emma no podía ignorarlos.

Su vida en la empresa transcurría con la precisión de un reloj suizo, hasta que una noche todo cambió.

Había trabajado hasta tarde, terminando unos reportes que Alexander necesitaba para una reunión al día siguiente. Cuando finalmente salió de la oficina, una lluvia torrencial había convertido las calles en ríos de agua sucia. Emma luchaba por encontrar un taxi cuando, de repente, una limusina negra se detuvo frente a ella. La ventanilla trasera bajó lentamente, revelando el rostro serio de Alexander.

—Suba. —Fue más una orden que una invitación.

Emma dudó por un momento, pero la lluvia y el frío eran implacables. Con un suspiro, abrió la puerta y se deslizó dentro del vehículo. El interior era tan sofisticado como su ocupante: cuero negro, luz tenue y un aroma que mezclaba madera y especias.

—Gracias —murmuró mientras trataba de secarse con su pañuelo.

Alexander no respondió de inmediato. Sus ojos la observaron detenidamente, como si intentara descifrar algo en ella. Finalmente, dijo:

—No es prudente quedarse tan tarde en la oficina.

La conversación fue breve y tensa, pero algo en ese momento encendió una chispa entre ellos. Emma sintió que, por primera vez, Alexander la estaba viendo como algo más que una empleada. Y, aunque intentó ignorarlo, esa chispa no tardaría en convertirse en un incendio que amenazaría con consumir todo a su paso.

Cuando la limusina se detuvo frente a su edificio, Alexander le dirigió una última mirada.

—Descanse, señorita Parker. Mañana será un día largo.

Esas palabras, simples pero cargadas de significado, marcaron el inicio de algo que ninguno de los dos esperaba. Algo que desafiaría las reglas no escritas de su mundo profesional y los llevaría a enfrentarse a sus propios miedos y deseos.

Esa noche, mientras Emma observaba cómo la limusina desaparecía entre las luces de Nueva York, una pregunta rondaba su mente:

¿Y si este encuentro no era una simple casualidad?




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