Amor y poder bajo las luces de New York

Capitulo 4

Esa semana en la oficina había sido un torbellino. Desde el error en la presentación, Emma no había dejado de trabajar para demostrar que era competente. Había repasado cada documento, revisado cada cifra y adelantado tareas para no volver a fallar. Pero, mientras recogía sus cosas aquella tarde, sintió que las fuerzas comenzaban a abandonarla.

El reloj marcaba las ocho de la noche, y la oficina estaba casi vacía. La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas de los rascacielos, creando un murmullo constante que hacía eco en el espacio silencioso. Emma apagó su computadora y se aseguró de que todo estuviera en orden antes de tomar su abrigo.

En el ascensor, mientras descendía al vestíbulo, no podía dejar de pensar en Alexander Blake. Desde aquel error en la reunión, él había estado más distante que de costumbre. Aunque no la había reprendido de nuevo, tampoco le había dedicado más palabras de las necesarias. Sin embargo, algo en sus miradas parecía diferente. Había algo en su forma de observarla, como si intentara comprenderla o descifrar algo en ella.

Cuando Emma salió del edificio, el viento helado y la lluvia la golpearon de inmediato. Había olvidado traer un paraguas, y los taxis brillantes que usualmente pasaban por Park Avenue parecían haber desaparecido.

—Perfecto —murmuró para sí misma mientras se refugiaba bajo el toldo del edificio.

Mientras intentaba llamar un taxi con su teléfono, una limusina negra se detuvo frente a la entrada. Emma no le prestó demasiada atención hasta que la ventanilla trasera bajó lentamente, y la figura de Alexander apareció en el interior del vehículo.

—Señorita Parker. Suba.

Su voz era más una orden que una sugerencia, y Emma, atrapada entre la lluvia y la incomodidad de la situación, dudó por un momento antes de abrir la puerta y entrar.

El interior de la limusina era cálido y sofisticado, con un olor sutil a cuero y cedro. Alexander estaba sentado con una pierna cruzada sobre la otra, sujeta casualmente con una mano, mientras en la otra sostenía un teléfono que dejó a un lado al verla entrar.

—Gracias, señor Blake. —Emma se quitó el abrigo mojado y lo colocó cuidadosamente sobre su regazo, sintiéndose un poco fuera de lugar en ese ambiente lujoso.

—Es imprudente quedarse tan tarde en la oficina sin prever el clima. —Su tono era neutral, pero había un ligero matiz de preocupación que Emma no esperaba.

—Sí, lo sé. No pensé que la lluvia sería tan fuerte.

Alexander la observó por un momento antes de hablar.

—¿Vive lejos de aquí?

—A unos veinte minutos. En el Upper West Side.

Él asintió y dio instrucciones al conductor para que se dirigiera hacia esa dirección. Mientras el coche avanzaba lentamente por las calles empapadas de Manhattan, Emma no podía evitar sentirse nerviosa. Estar tan cerca de Alexander en un espacio tan reducido era... intimidante.

—¿Por qué sigue trabajando hasta tan tarde? —preguntó de repente, rompiendo el silencio.

Emma giró la cabeza hacia él, sorprendida por la pregunta.

—Quiero asegurarme de que todo esté perfecto. Después del error de esta semana, no quiero volver a fallar.

Alexander la miró con una intensidad que la hizo sentir desnuda, como si pudiera ver más allá de sus palabras.

—Todo el mundo comete errores, Parker. La clave está en cómo los manejamos después.

Emma lo observó, intentando leer algo en su expresión, pero su rostro seguía siendo una máscara de control.

—¿Y usted? —se atrevió a preguntar—. ¿Alguna vez ha cometido un error?

Alexander dejó escapar una leve sonrisa, casi imperceptible.

—Más de los que podría contar. Pero aprendí que no se trata solo de evitar errores, sino de anticiparse a ellos.

El coche hizo una pausa en un semáforo, y durante un breve momento, la luz roja del exterior iluminó el rostro de Alexander. Sus rasgos, normalmente tan imperturbables, parecían relajarse ligeramente.

—¿Eso lo convierte en un perfeccionista? —preguntó Emma, con una valentía que no sabía que tenía.

Alexander giró la cabeza hacia ella, y por un instante, sus ojos grises parecieron contener un destello de algo que Emma no pudo identificar.

—Me convierte en alguien que no puede permitirse fallar.

La respuesta la dejó sin palabras. No era la confesión que esperaba, pero algo en su tono, en la forma en que lo dijo, la hizo sentir que había mucho más detrás de esas palabras.

El resto del viaje transcurrió en silencio. Cuando finalmente llegaron a su edificio, Emma se giró hacia Alexander.

—Gracias por traerme. Fue muy amable de su parte.

Alexander asintió ligeramente, como si esas palabras no significaran nada. Pero cuando Emma estaba a punto de salir del coche, su voz la detuvo.

—Señorita Parker.

Ella se giró hacia él, esperando.

—Descanse. Mañana será otro día largo.

Emma asintió y salió del coche, sintiendo cómo la lluvia volvía a golpearla mientras corría hacia la entrada de su edificio. Desde la ventana de su apartamento, observó cómo la limusina se alejaba entre las luces de la ciudad, preguntándose por qué esa simple interacción la había dejado con una mezcla de nerviosismo y emoción.

Alexander Blake no era solo su jefe. Había algo en él que la atraía, algo que no podía explicar. Y aunque sabía que no debía cruzar esa línea, una pequeña parte de ella ya se preguntaba qué pasaría si lo hiciera.




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