La semana siguiente, el ambiente en la oficina pareció calmarse un poco. Los rumores, aunque todavía circulaban entre susurros, comenzaban a desvanecerse con la llegada de nuevos proyectos y plazos. Sin embargo, Emma no podía evitar sentirse en el centro de un reflector invisible. A pesar de todo, se concentró en su trabajo, decidida a demostrar que nada de lo que decían podía distraerla.
Un jueves particularmente frío, Alexander pidió que se preparara una reunión de emergencia para revisar los avances de un importante contrato con un cliente internacional. Emma trabajó sin descanso para coordinar todo, asegurándose de que la sala estuviera lista, los documentos organizados y las presentaciones pulidas.
La reunión se extendió hasta bien entrada la tarde, y cuando los últimos asistentes se marcharon, Emma se quedó en la sala de juntas, recogiendo los materiales dispersos. Fue entonces cuando Alexander entró, con su chaqueta colgando del brazo y un leve cansancio visible en su rostro.
—¿Aún aquí? —preguntó, su tono más relajado de lo habitual.
—Solo terminando de ordenar todo —respondió Emma, girándose para enfrentarlo.
Alexander dejó su chaqueta sobre una silla y caminó hacia la mesa, recogiendo uno de los informes.
—El cliente quedó satisfecho. Buen trabajo.
Emma parpadeó, sorprendida por el elogio.
—Gracias, señor Blake.
Alexander la observó durante un momento, como si considerara algo antes de hablar. Finalmente, dejó el informe en la mesa y se apoyó en el borde.
—¿Alguna vez has pensado en por qué esta ciudad consume a tanta gente?
La pregunta la tomó completamente por sorpresa. Era una desviación inesperada de su actitud habitual, directa y orientada a los negocios.
—Supongo que es porque aquí todo es rápido. Intenso. No hay mucho margen para detenerse.
Alexander asintió, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Exacto. Nueva York no tiene paciencia para los débiles. Solo los que aprenden a adaptarse sobreviven.
Emma lo miró, intentando descifrar la intención detrás de sus palabras. Había algo en su tono, una melancolía oculta que no encajaba con la imagen de perfección que proyectaba.
—¿Eso incluye a usted? —preguntó antes de poder detenerse.
Alexander dejó escapar una risa breve, casi inaudible.
—Más de lo que imaginas.
Por un instante, Emma vio algo en él que nunca antes había percibido. Su mirada, normalmente fría y calculadora, parecía cargada de recuerdos, como si estuviera reviviendo algo que preferiría olvidar.
—¿Siempre quiso hacer esto? —preguntó Emma, inclinándose un poco hacia él.
Alexander levantó una ceja, claramente sorprendido por su curiosidad, pero no parecía molesto.
—No al principio. Crecí rodeado de números, contratos y expectativas. Supongo que no tuve muchas opciones.
—¿Y ahora?
—Ahora, no tengo tiempo para pensar en lo que quiero. Solo en lo que se necesita hacer. —Sus palabras eran simples, pero cargaban un peso que Emma podía sentir.
Ella lo miró en silencio, sin saber cómo responder. Durante meses, había trabajado para Alexander pensando que era una máquina perfecta, incapaz de fallar o de sentir debilidad. Pero en ese momento, vio a un hombre diferente. Un hombre que, bajo la fachada de éxito y control, parecía llevar una carga invisible.
—Debe ser… agotador —dijo finalmente, eligiendo sus palabras con cuidado.
Alexander la miró, y por un instante, su máscara pareció resquebrajarse.
—Lo es.
El silencio que siguió fue cómodo, casi íntimo. Emma sintió que, por primera vez, estaban hablando como dos personas reales, dejando atrás las jerarquías y las formalidades. Pero antes de que pudiera decir algo más, Alexander se enderezó, retomando su postura habitual.
—Gracias por tu trabajo hoy, Parker. Puedes retirarte.
Emma asintió, sintiendo que la burbuja que se había formado entre ellos se desvanecía.
—Buenas noches, señor Blake.
Cuando salió de la sala, no pudo evitar sentir que había dado un paso hacia algo más profundo. No estaba segura de qué significaba, pero sabía que ese momento había marcado una diferencia.
Horas más tarde
En su apartamento, mientras Emma se acomodaba en el sofá con una taza de té, su mente volvía una y otra vez a la conversación con Alexander. Había algo en su tono, en la forma en que sus palabras parecían cargadas de historias no contadas, que la hacía sentir una conexión inesperada.
Por otro lado, sabía que no debía leer demasiado en ello. Alexander era su jefe, y cualquier intento de entenderlo más allá de lo estrictamente profesional solo complicaría las cosas. Pero una parte de ella, la parte que siempre había sido curiosa y persistente, no podía evitar preguntarse: ¿Qué escondía Alexander Blake detrás de esa fachada imperturbable?
Mientras observaba las luces de la ciudad desde su ventana, Emma decidió algo. No cruzaría la línea entre lo profesional y lo personal, pero tampoco dejaría de observar. Había algo en Alexander que despertaba su interés, y aunque sabía que no era prudente, una parte de ella quería saber más.
Quizás era una tontería, pero Emma sentía que ese hombre inaccesible, aparentemente intocable, llevaba un peso que no quería compartir con nadie. Y tal vez, solo tal vez, ella podría llegar a entenderlo.