El lunes por la mañana, la rutina en Blake & Partners retomó su curso habitual. Emma se sumergió en sus tareas, organizando agendas y revisando documentos, pero no podía dejar de pensar en la cena con Alexander. Había algo en la forma en que él se había mostrado más humano, más accesible, que seguía rondando su mente. ¿Había sido un simple destello de vulnerabilidad, o significaba algo más?
Ese pensamiento persistente hizo que los días pasaran en un extraño equilibrio entre la concentración en su trabajo y el deseo de entender más sobre él. Pero Alexander, fiel a su naturaleza, había vuelto a su actitud habitual: profesional, distante y meticuloso. Era como si la conexión que habían compartido esa noche no hubiera existido.
El miércoles, el clima dio un giro inesperado. La lluvia comenzó al mediodía y no dio tregua durante toda la tarde. Emma, atrapada entre reuniones y correos, no tuvo tiempo de pensar en llevar un paraguas. Cuando finalmente salió de la oficina esa noche, la tormenta ya había convertido las calles en un caos.
El agua caía en cascadas sobre los bordillos, y el viento hacía casi imposible mantener el equilibrio. Emma caminó rápidamente hacia la entrada del edificio, esperando encontrar un taxi, pero no había ni uno solo a la vista.
—Perfecto —murmuró, abrazándose el abrigo mientras la lluvia empapaba su cabello y su ropa.
Cuando ya estaba a punto de resignarse a caminar bajo la tormenta, escuchó una voz familiar detrás de ella.
—¿Piensa quedarse ahí toda la noche?
Emma se giró y vio a Alexander, de pie bajo el toldo del edificio. Llevaba un abrigo largo negro y un paraguas cerrado en la mano, como si acabara de llegar de una reunión. Su rostro estaba tan imperturbable como siempre, pero había algo en su mirada que denotaba un leve interés.
—Estaba intentando encontrar un taxi, pero parece que todos han desaparecido —respondió Emma, frustrada.
Alexander miró hacia la calle, evaluando la situación, antes de extender el paraguas.
—Vamos. La llevaré a casa.
Emma lo miró con sorpresa, pero antes de que pudiera responder, él ya había comenzado a caminar hacia la acera, manteniendo el paraguas abierto sobre ambos.
—No puedo dejar que se moje más de lo que ya está —añadió, como si eso resolviera cualquier objeción.
Caminaron juntos bajo la lluvia, en silencio al principio. Alexander sostenía el paraguas con precisión, asegurándose de que Emma estuviera cubierta, aunque eso significara mojarse ligeramente él mismo. Cuando llegaron a la esquina, un coche negro esperaba con las luces encendidas.
El chofer bajó la ventanilla y asintió al ver a Alexander.
—¿A casa, señor Blake?
—No. Primero vamos al Upper West Side.
Alexander abrió la puerta trasera y esperó a que Emma entrara. Ella dudó por un instante, pero el frío y la lluvia la convencieron rápidamente.
El interior del coche era cálido y acogedor, un contraste absoluto con el caos del exterior. Alexander se sentó a su lado y cerró el paraguas antes de colocarlo en el suelo. Durante los primeros minutos, ninguno de los dos habló. El sonido de la lluvia golpeando el techo del coche llenaba el silencio, creando una extraña sensación de intimidad.
Finalmente, fue Emma quien rompió el silencio.
—Gracias por esto. No tenía por qué molestarse.
Alexander giró la cabeza hacia ella, su expresión relajada pero seria.
—No es una molestia. No podía dejar que terminara caminando bajo la tormenta.
Emma asintió, pero algo en su tono la llevó a hablar más allá de la formalidad.
—Es raro, ¿sabe? Usted siempre parece… inalcanzable. Como si nada lo afectara. Pero hay momentos en los que… parece diferente.
Alexander la observó con atención, como si estuviera considerando sus palabras. Finalmente, habló con un tono más bajo.
—No soy tan inalcanzable como todos creen. Simplemente he aprendido a no mostrar ciertas cosas.
Emma lo miró, sorprendida por su sinceridad.
—¿Por qué?
Él dejó escapar un suspiro, apartando la mirada hacia la ventana.
—Porque en este mundo, las emociones son vistas como una debilidad. Y yo no puedo permitirme ser débil.
Sus palabras resonaron en Emma de una manera que no esperaba. Había algo profundamente triste en la forma en que lo dijo, como si estuviera confesando una verdad que llevaba años cargando.
—No creo que sea debilidad —dijo Emma, eligiendo sus palabras con cuidado—. Mostrar emociones no significa que sea menos fuerte. De hecho, creo que requiere mucho más coraje.
Alexander la miró de nuevo, esta vez con una expresión que ella no pudo descifrar del todo. Era como si sus palabras lo hubieran tomado por sorpresa.
—Tal vez tengas razón, Parker. Pero no todos tienen el lujo de ser valientes.
El coche se detuvo frente al edificio de Emma, y Alexander volvió a girarse hacia la ventana, dejando que el momento pasara.
—Gracias por traerme. De verdad —dijo Emma, tratando de suavizar la atmósfera.
Alexander asintió ligeramente.
—Buenas noches, Parker.
Cuando Emma bajó del coche y lo vio alejarse entre la lluvia, no pudo evitar sentir que había aprendido algo importante sobre Alexander esa noche. No era solo su jefe inalcanzable y perfecto. Era un hombre cargado de cicatrices invisibles, luchando por mantener una fachada que el mundo exigía de él.
Y aunque sabía que lo más prudente sería no acercarse más, una parte de ella no podía evitar sentir la necesidad de entenderlo.