Emma pasó toda la noche pensando en la carta de Margaret. Las palabras cuidadosamente elegidas no eran solo una advertencia; eran una amenaza velada, diseñada para sembrar la duda y el miedo. Pero Emma no era del tipo que se intimidaba fácilmente. Había trabajado demasiado duro para llegar a donde estaba y no permitiría que nadie, ni siquiera la madre de Alexander, le dijera que no era digna de estar en su vida.
A la mañana siguiente, decidió enfrentarse a Margaret. No se lo diría a Alexander; esta sería una conversación entre ellas dos.
Emma sabía que Margaret frecuentaba un exclusivo club privado en el Upper East Side, así que llamó al lugar para confirmar si estaría allí esa tarde. Una vez que lo confirmó, se dirigió al club, vestida con un traje impecable que irradiaba profesionalismo y confianza.
Cuando llegó, Margaret estaba sentada en una elegante mesa cerca de una ventana, con una taza de té y un periódico en la mano. Al ver a Emma acercarse, levantó la vista, sorprendida, pero rápidamente recuperó su compostura.
—Señorita Parker —dijo Margaret con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Qué sorpresa.
Emma se paró frente a ella, manteniendo la mirada fija.
—Necesitamos hablar.
Margaret levantó una ceja, como si estuviera considerando si valía la pena entretenerla. Finalmente, señaló la silla frente a ella.
—Por supuesto. Siéntese.
Emma se sentó, colocando el sobre con la carta sobre la mesa. Margaret no intentó disimular su interés.
—Es directo de usted, ¿verdad? —preguntó Emma, señalando la carta.
Margaret tomó un sorbo de su té antes de responder, su voz tranquila pero cortante.
—Lo es. Pensé que sería lo suficientemente inteligente como para entenderlo sin necesidad de este encuentro.
Emma apretó los labios, resistiendo el impulso de reaccionar emocionalmente.
—Entendí perfectamente el mensaje, pero creo que necesita escuchar algo también. No voy a alejarme de Alexander.
Margaret dejó el té en la mesa con un movimiento deliberado, sus ojos grises fijos en Emma.
—¿Y qué la hace pensar que tiene algún derecho de estar en su vida? Alexander lleva años construyendo su carrera, su legado. Todo lo que es, lo es gracias a nuestra familia. Usted, señorita Parker, no encaja en ese mundo.
Emma sintió cómo la ira se acumulaba en su interior, pero mantuvo la calma.
—Con todo respeto, señora Blake, Alexander es quien es gracias a sí mismo. Ha trabajado duro para llegar a donde está, y si cree que puede controlarlo o a las personas que elige tener en su vida, entonces no lo conoce tan bien como cree.
Margaret soltó una breve risa, aunque no había humor en ella.
—Usted no entiende, señorita Parker. Alexander puede ser terco, pero al final del día, sabe dónde están sus lealtades. ¿Realmente cree que elegiría arriesgarlo todo por usted?
Emma mantuvo la mirada firme.
—Lo que sé es que Alexander merece tomar sus propias decisiones. Y lo que siento por él no tiene nada que ver con su apellido o su legado. Estoy aquí porque quiero estar a su lado, no porque busque algo de él.
Margaret la miró en silencio durante unos momentos, como si estuviera evaluando su sinceridad. Finalmente, se recostó en su silla, cruzando las manos sobre la mesa.
—Admiro su valentía, señorita Parker. Pero ser valiente no es suficiente. Este mundo no es para personas como usted. Si realmente le importa Alexander, hará lo correcto y se apartará.
Emma se levantó lentamente, sosteniendo la mirada de Margaret con firmeza.
—Si realmente le importa Alexander, tal vez debería empezar a apoyarlo en lugar de intentar controlarlo.
Con esas palabras, Emma dejó el club, sintiendo una mezcla de alivio e indignación. Sabía que Margaret no se detendría, pero tampoco lo haría ella.
Esa noche, Emma decidió contarle a Alexander sobre la carta y el enfrentamiento con su madre. Sabía que él tenía derecho a saber lo que estaba pasando.
Cuando llegó a su despacho, él estaba trabajando en algunos documentos, pero al verla entrar, dejó todo a un lado.
—¿Qué ocurre, Parker? —preguntó, detectando la tensión en su expresión.
Emma se acercó lentamente y sacó el sobre con la carta de Margaret de su bolso. Lo colocó sobre el escritorio frente a él, su corazón latiendo con fuerza.
—Tu madre me envió esto.
Alexander frunció el ceño, tomando el sobre. Al abrirlo y leer la carta, su mandíbula se tensó, y una sombra de ira cruzó su rostro. Por un momento, no dijo nada, simplemente dejó la carta sobre la mesa y se pasó una mano por el cabello.
—¿Cuándo te llegó esto? —preguntó con un tono bajo, pero peligroso.
—Ayer por la noche. Y fui a verla hoy.
Alexander levantó la cabeza rápidamente, sus ojos grises clavándose en los de ella
—¿Fuiste a verla? —preguntó Alexander, su tono una mezcla de incredulidad y preocupación.
Emma asintió, manteniendo la mirada firme.
—Tenía que hacerlo. No podía quedarme callada después de lo que escribió en esa carta. Necesitaba que supiera que no pienso apartarme de ti solo porque ella lo diga.
Alexander suspiró profundamente y se levantó de su silla, caminando hacia la ventana. Desde allí, observó las luces de la ciudad mientras se mantenía en silencio. Emma lo observó, sin saber si estaba molesto, preocupado o ambos.
Finalmente, él se giró hacia ella.
—¿Qué te dijo?
Emma tomó aire antes de responder.
—Intentó convencerme de que no soy adecuada para ti, que no encajo en tu mundo, que arruinaré tu legado si sigo a tu lado. Me dejó muy claro que piensa que su forma de protegerte es mantenerme lejos.
Alexander cerró los ojos por un momento, y cuando volvió a abrirlos, Emma pudo ver la mezcla de frustración y cansancio en su rostro.
—Mi madre siempre ha sido así. Desde que tengo memoria, ha tratado de controlar cada aspecto de mi vida. Mis decisiones, mis relaciones… todo tenía que encajar en su idea de lo que significa ser un Blake.