Con el conflicto con Margaret aparentemente bajo control, Alexander y Emma comenzaron a retomar una rutina más estable. Sin embargo, algo no estaba del todo bien. Emma notó que Alexander, aunque se mantenía tan eficiente y meticuloso como siempre en el trabajo, tenía momentos de distracción. Algunas noches, lo encontraba despierto, mirando por la ventana con una expresión perdida, como si estuviera atrapado en algún recuerdo doloroso.
Emma sabía que no podía presionarlo, pero también entendía que lo que fuera que Alexander estaba cargando no podía permanecer enterrado para siempre.
Un martes por la mañana, mientras Emma organizaba la agenda de Alexander, su teléfono de línea directa sonó. Al contestar, la voz del asistente de su abogado personal, Alan Reid, sonó al otro lado de la línea.
—Señorita Parker, ¿el señor Blake está disponible? Es un asunto urgente.
Emma frunció el ceño. Alan Reid rara vez llamaba directamente a la oficina, y cuando lo hacía, era por algo importante.
—Está en una reunión en este momento, pero puedo informarle que llamó. ¿De qué se trata?
Hubo una pausa breve antes de que Alan respondiera.
—Es sobre los bienes que quedaron de su padre. Han surgido algunos problemas legales que necesitan su atención inmediata.
Emma sintió un escalofrío. Alexander nunca hablaba de su padre, y ella sabía poco sobre él, salvo que había muerto hace años y que su relación con Alexander había sido tensa.
—Le haré llegar el mensaje, señor Reid.
—Gracias, señorita Parker. Es importante que lo hablemos pronto.
Emma colgó, sintiéndose inquieta. Cuando Alexander regresó de su reunión, decidió abordar el tema con cuidado.
—Alan Reid llamó hace unos minutos. Dijo que es urgente y que tiene que ver con los bienes de tu padre.
Alexander, que estaba revisando unos papeles, se detuvo en seco. Sus ojos grises se endurecieron, y su mandíbula se tensó.
—¿Eso dijo?
Emma asintió.
—Mencionó que hay un problema legal que necesita tu atención.
Alexander dejó los papeles sobre el escritorio y se pasó una mano por el cabello.
—Sabía que esto pasaría tarde o temprano.
Emma lo observó, preocupada.
—¿Quieres hablar de eso?
Alexander negó con la cabeza, aunque su expresión mostraba que estaba lidiando con algo más profundo.
—No ahora. Pero gracias, Parker.
Esa misma noche, Alexander le pidió a Alan Reid que viniera a su apartamento para discutir el asunto. Emma no estaba presente, pero cuando Alexander regresó al día siguiente a la oficina, parecía más distante que nunca.
Esa tarde, mientras trabajaban juntos en una presentación, Emma finalmente no pudo contenerse más.
—Alexander, ¿qué está pasando? Desde que Alan llamó, has estado… diferente.
Alexander la miró, y por un momento, pareció debatirse entre hablar o no. Finalmente, dejó el bolígrafo que tenía en la mano y se recostó en su silla.
—Es sobre mi padre. Algo que pensé que había quedado atrás.
Emma lo miró con suavidad.
—¿Qué pasó con él?
Alexander suspiró profundamente, como si cada palabra que estaba por decir le pesara.
—Mi padre era un hombre complicado. Siempre fue duro conmigo, exigente. Nada de lo que hacía era suficiente para él. Pero al mismo tiempo, me moldeó para ser quien soy. Cuando murió, dejó un legado lleno de secretos y problemas. Pensé que lo había manejado todo, pero parece que no.
Emma esperó en silencio, dándole espacio para continuar.
—Hace años, descubrí que mi padre había acumulado deudas y negocios turbios que nunca salieron a la luz públicamente. Alan me ayudó a limpiar todo, o al menos eso creí. Pero ahora, parece que alguien más está reclamando derechos sobre una parte de su herencia.
Emma frunció el ceño.
—¿Alguien más?
Alexander asintió, su mirada sombría.
—Una mujer que dice ser su hija.
El impacto de esas palabras cayó como un balde de agua fría. Emma lo miró fijamente, intentando procesar lo que acababa de decir.
—¿Tu media hermana?
—Eso dice —respondió Alexander, cruzando los brazos—. Pero no tengo ninguna prueba de que sea verdad. Solo tengo su palabra y una demanda legal que está intentando desenterrar todo lo relacionado con mi padre.
Emma sintió una mezcla de sorpresa y compasión. Sabía lo mucho que Alexander valoraba el control sobre su vida y su legado, y esto claramente lo estaba sacando de su zona de confort.
—¿Qué vas a hacer?
Alexander apretó la mandíbula, su voz cargada de determinación.
—Voy a enfrentar esto, como todo lo demás. Pero no puedo dejar que esto afecte lo que hemos construido aquí.
Emma colocó una mano sobre la suya, ofreciéndole su apoyo silencioso.
—No tienes que hacerlo solo, Alexander. Estoy contigo.
Por primera vez en días, Alexander permitió que una pequeña sonrisa se formara en sus labios.
—Gracias, Parker. Eso significa más de lo que puedes imaginar.
Unos días después, mientras Alexander revisaba la documentación legal sobre la supuesta hermana, recibió una solicitud para una reunión en persona con ella. A pesar de sus reservas, aceptó, con Emma acompañándolo como apoyo.
La reunión tuvo lugar en un restaurante discreto, donde conocieron a Clara Walsh, una mujer de unos treinta años con una mirada que, para sorpresa de Alexander, tenía un leve parecido con la suya. Clara parecía nerviosa pero decidida, como si supiera que estaba caminando sobre terreno peligroso.
—Gracias por venir, Alexander —dijo Clara, su voz baja pero firme.
Alexander mantuvo su expresión neutral.
—Estoy aquí porque quiero saber la verdad. Si realmente eres quien dices ser, necesitaré pruebas.
Clara asintió, sacando una carpeta de su bolso y deslizándola hacia él.
—Lo entiendo. Aquí están los documentos que tengo, incluidos registros médicos y correspondencia entre mi madre y tu padre.
Alexander tomó la carpeta, pero antes de abrirla, la miró directamente.