Amor y poder bajo las luces de New York

Capitulo 25

Aunque los resultados del ADN confirmaron que Clara era su media hermana, Alexander no estaba listo para enfrentarse a esa realidad completamente. Decidió mantenerla a cierta distancia mientras procesaba lo que esto significaba para él y su vida. Sin embargo, lo que no esperaba era que la aparición de Clara desenterrara aún más secretos del pasado de su padre, secretos que pronto amenazarían con destruir todo lo que había construido.

Una tarde, mientras Alexander revisaba los documentos legales relacionados con la herencia de su padre, encontró una cláusula en el testamento que nunca antes había llamado su atención. La cláusula mencionaba la existencia de una sociedad secreta con un hombre llamado Jonathan Marks, un empresario de renombre que había trabajado estrechamente con el padre de Alexander en los años previos a su muerte.

Alexander, intrigado y preocupado, decidió contactar a Alan Reid para obtener más información.

—Esto nunca se mencionó durante el proceso inicial de la herencia —dijo Alexander mientras señalaba la cláusula en una copia del testamento.

Alan ajustó sus gafas y estudió el documento con cuidado.

—Marks era conocido por ser discreto, incluso en su relación con tu padre. Pero esto podría ser complicado. Si había algún acuerdo entre ellos, y no se cumplió después de su muerte, Marks podría tener razones para reclamar una parte de los bienes de tu padre.

Alexander apretó la mandíbula.

—¿Por qué no se mencionó esto antes?

Alan se encogió de hombros.

—Es posible que no haya salido a la luz porque Marks nunca presentó un reclamo. Pero si decide hacerlo ahora, podría ser un problema serio.

Emma, que estaba sentada junto a Alexander tomando notas, intervino.

—¿Qué tipo de sociedad tenían? ¿Hay alguna forma de saber qué implicaba ese acuerdo?

Alan asintió.

—Podríamos buscar registros financieros o contratos antiguos. Pero necesitaríamos acceso a los archivos personales de tu padre, si es que aún existen.

Alexander miró a Alan, su expresión fría y calculadora.

—Encuentra todo lo que puedas. No quiero sorpresas.

Unos días después, mientras Alexander y Emma seguían investigando el asunto, Alan llamó con noticias urgentes.

—Marks ha presentado una demanda formal. Está reclamando un porcentaje significativo de las acciones que dejó tu padre en una de sus antiguas empresas. Según él, esas acciones le pertenecen por derecho.

Alexander se quedó en silencio por un momento, su mente procesando la información.

—¿Qué pruebas tiene?

—Dice tener un contrato firmado por tu padre que respalda su reclamo. Pero hasta que lo veamos, no podemos saber si es legítimo.

Emma, que estaba escuchando la conversación, frunció el ceño.

—Esto parece demasiado conveniente. Marks no ha hecho nada en años, y ahora, justo cuando Clara aparece, decide presentar una demanda.

Alexander asintió, su mandíbula tensa.

—Marks siempre fue un hombre oportunista. Si está usando esto para sacar provecho, lo descubriré.

Alexander decidió enfrentar a Jonathan Marks directamente. Organizó una reunión en un restaurante exclusivo en el centro de Manhattan, con Emma acompañándolo para tomar notas y observar cualquier detalle sospechoso.

Cuando Marks llegó, era exactamente como Alexander lo recordaba: un hombre de unos sesenta años, con cabello gris perfectamente peinado y un traje impecable. Su sonrisa era afable, pero sus ojos reflejaban una astucia inquietante.

—Alexander, es un placer verte después de tantos años —dijo Marks mientras se sentaba frente a él.

Alexander no se molestó en responder al saludo.

—Vamos directo al grano, Marks. ¿Qué estás buscando?

Marks soltó una breve risa, fingiendo indignación.

—¿Tan desconfiado, como tu padre? No busco nada que no me corresponda.

—Entonces, explícame por qué presentaste una demanda por algo que nunca mencionaste mientras mi padre estaba vivo.

Marks apoyó los codos en la mesa y entrelazó las manos.

—Porque, Alexander, tu padre y yo teníamos un acuerdo. Él prometió que, al morir, una parte de sus bienes me serían transferidos como compensación por nuestros años de colaboración. Pero, curiosamente, nunca recibí nada.

Emma intervino, su tono profesional pero firme.

—¿Tienes pruebas de ese acuerdo?

Marks la miró con una sonrisa calculada.

—Por supuesto. Un contrato firmado por tu padre y testigos. Estoy seguro de que un tribunal lo encontrará convincente.

Alexander se inclinó hacia adelante, su mirada fría.

—Si crees que voy a dejar que destruyas el legado de mi padre y mi empresa con tus mentiras, estás subestimándome.

Marks mantuvo su sonrisa, pero sus ojos reflejaron una leve irritación.

—Alexander, esto no tiene que ser hostil. Podemos resolverlo como caballeros.

Alexander se recostó en su silla, su expresión impenetrable.

—No estoy interesado en resolver nada contigo. Si quieres guerra, tendrás guerra.

Marks dejó escapar un suspiro teatral y se puso de pie.

—Eres igual que tu padre. Terco y orgulloso. Pero ten cuidado, Alexander. Los secretos de tu padre podrían costarte más de lo que estás dispuesto a pagar.

Y con esas palabras, salió del restaurante, dejando a Alexander y Emma en un silencio tenso.

De vuelta en la oficina, Emma revisó los documentos que Marks había mencionado. Aunque aún no tenían acceso al supuesto contrato, comenzaron a encontrar patrones en las transacciones financieras de la época en que Marks y el padre de Alexander trabajaron juntos. Había movimientos de dinero sospechosos, transferencias a cuentas en el extranjero y otras irregularidades que sugerían que Marks podría estar diciendo la verdad sobre ciertos aspectos.

—Esto es más grande de lo que pensamos —dijo Emma mientras señalaba uno de los registros—. Si Marks tiene algo real, podría poner en peligro tu reputación.




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