La amenaza de Jonathan Marks pendía sobre Alexander como una nube oscura. Aunque Marks aseguraba tener un contrato legítimo que respaldaba su reclamo, Alexander no confiaba en él. Había conocido a Marks en su juventud y sabía que era un hombre astuto, dispuesto a usar cualquier artimaña para salirse con la suya.
Mientras Emma y Alexander trabajaban con Alan Reid y Peter Hargrove para recopilar pruebas en contra de Marks, Alexander dejó algo claro a su equipo: debían estar preparados para exponerlo si cometía un error.
Marks, confiado en que tenía la ventaja, cometió su primer error cuando presentó el contrato como evidencia formal en la demanda. Alan Reid, junto con su equipo legal, analizó minuciosamente el documento y encontró irregularidades en la firma del padre de Alexander.
—Esta firma no coincide del todo con otros documentos que tenemos en nuestros archivos —dijo Alan durante una reunión en la oficina de Alexander—. Es similar, pero hay diferencias sutiles que podrían indicar que fue falsificada.
Emma, que estaba revisando las copias del contrato, señaló otro detalle.
—La fecha del contrato tampoco tiene sentido. Según estos registros financieros —levantó un informe que habían encontrado días antes—, el padre de Alexander estaba en Europa durante esa semana. No habría podido firmar esto en Nueva York.
Alexander, sentado al otro lado de la mesa, dejó escapar una breve sonrisa de satisfacción.
—Entonces Marks está mintiendo.
Alan asintió, aunque con cautela.
—Es un buen comienzo, pero necesitamos más. Un solo error en el contrato podría no ser suficiente para deslegitimarlo si Marks tiene algún respaldo adicional.
Emma miró a Alexander.
—¿Qué pasa con los testigos que menciona? Si podemos demostrar que sus testimonios no son fiables, podríamos desmontar todo su caso.
Alexander asintió lentamente.
—Hablemos con ellos.
Con la ayuda de Peter Hargrove, el equipo localizó a los dos testigos que Marks había nombrado en su demanda. Ambos eran antiguos empleados del padre de Alexander, pero sus historias no coincidían.
El primer testigo, un hombre llamado Gregory Shaw, afirmó que no recordaba haber firmado ningún contrato entre el padre de Alexander y Marks. Sin embargo, dijo que Marks lo había contactado recientemente, ofreciéndole una compensación a cambio de "respaldar ciertos detalles" en caso de que fuera necesario.
—Me pareció sospechoso, pero no quería involucrarme —dijo Gregory durante una entrevista con Peter.
El segundo testigo, Harold Lane, fue aún más revelador. Admitió que Marks le había pagado una suma considerable para falsificar su firma como testigo en el contrato.
—No sabía que iba a usarlo para una demanda —confesó Harold—. Pensé que era algo menor, solo un documento simbólico.
Estas declaraciones fueron la pieza que faltaba en el rompecabezas. Con los testimonios grabados y documentados, Alexander y su equipo estaban listos para dar el siguiente paso.
Alexander convocó a Marks a una reunión privada en la oficina de Blake & Partners. Sabía que Marks no podría resistirse a un enfrentamiento directo, especialmente si pensaba que aún tenía el control.
Cuando Marks llegó, lucía confiado, incluso arrogante. Se sentó frente a Alexander y Emma, su sonrisa típica adornando su rostro.
—¿Qué pasa, Alexander? ¿Por fin has decidido llegar a un acuerdo?
Alexander lo observó en silencio durante unos segundos antes de hablar, su tono frío y cortante.
—Marks, siempre fuiste bueno manipulando a las personas. Pero cometiste un error.
Marks levantó una ceja, aunque su sonrisa no desapareció.
—¿De qué estás hablando?
Emma colocó sobre la mesa una carpeta con los testimonios de Gregory Shaw y Harold Lane, junto con el análisis de la firma falsificada. Marks se tensó ligeramente, aunque intentó mantener la compostura.
—Esto es evidencia suficiente para demostrar que falsificaste el contrato —dijo Alexander, cruzando los brazos—. Incluso sobornaste a tus propios testigos para respaldar tu historia.
Marks tomó la carpeta y hojeó los documentos, su sonrisa desvaneciéndose poco a poco. Cuando terminó, dejó la carpeta sobre la mesa y se inclinó hacia Alexander.
—¿Y qué piensas hacer con esto?
Alexander lo miró directamente a los ojos, su expresión implacable.
—Voy a destruirte, Marks. Tu reputación, tus negocios, todo lo que tienes. Y si intentas llevar esto más lejos, me aseguraré de que pases los próximos años enfrentando cargos por fraude y falsificación.
Marks lo observó en silencio durante un largo momento antes de hablar.
—Tal vez me subestimé, Alexander. Eres más parecido a tu padre de lo que pensaba.
Alexander se inclinó hacia adelante, su voz baja pero firme.
—Tal vez, pero hay una gran diferencia entre él y yo: yo no dejo cabos sueltos.
Marks dejó escapar un suspiro, levantándose de su silla.
—Está bien. Me retiro. Pero no olvides esto, Alexander: el poder siempre tiene un precio. Algún día, te darás cuenta de que no puedes mantenerlo todo bajo control.
Con esas palabras, salió de la oficina, dejando a Alexander y Emma en un silencio cargado de tensión.
Con la retirada de Marks, la demanda fue anulada y su reputación quedó gravemente dañada. Alexander y Emma trabajaron para asegurar que no quedaran cabos sueltos, revisando todos los documentos relacionados con la herencia de su padre para evitar futuras sorpresas.
Esa noche, mientras ambos estaban en el apartamento de Alexander, Emma lo miró mientras él servía dos copas de whisky.
—Lo manejaste bien, Alexander. Marks no volverá a molestarte.
Alexander asintió, entregándole una copa.
—Gracias, Parker. No podría haberlo hecho sin ti.
Emma sonrió suavemente, levantando su copa para brindar.
—Por el futuro. Sin más sombras del pasado.
Alexander sonrió por primera vez en días y chocó su copa con la de ella.