El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, pintando el cielo con tonos anaranjados como si fuera una escena sacada de una película barata, mientras mi fiel auto avanzaba por un camino de tierra lleno de baches. No era la mejor máquina del mundo, pero hasta ahora había aguantado el viaje sin que ninguna pieza se cayera… al menos, no que yo supiera.
Me llamo Riku Fujimura y a pesar de tener solo 17 años, he dedicado mi vida a las artes marciales. No por fama, no por reconocimiento, sino porque me encanta el desafío, la sensación de superar mis propios límites y enfrentar rivales cada vez más fuertes. Y ahora, este viaje tenía un propósito claro: un torneo de lucha. Se decía que en esta aldea se reunían los peleadores más feroces y poderosos, y como amante de los desafíos, no pude resistirme.
Un torneo de guerreros salvajes, combates épicos, la oportunidad de demostrar mi talento… ¡sí, suena perfecto!
O eso pensaba.
Aparqué el auto cerca de la entrada de la aldea y bajé con toda la confianza de un protagonista de shonen. Sin embargo, en cuanto vi lo que estaba pasando en la arena, esa confianza se esfumó…
Decenas de mujeres peleaban en un coliseo improvisado, intercambiando golpes, llaves, patadas giratorias, suplexes… y lo peor: ni un solo hombre en la competencia.
Esperen… ¿solo mujeres?
Tragué saliva mientras mis ojos recorrían el campo de batalla. No había un solo hombre en la competencia. Ni uno.
—Oh, mierda… —murmuré, sintiendo una incómoda punzada de nerviosismo.
Dime que este torneo no es solo para mujeres… Dímelo, dímelo, universo…
Pero, como era de esperarse, el universo tenía un sentido del humor cruel.
—¡Tú, forastero! ¿Qué hacer en aldea? —Una voz fuerte me sacó de mi negación.
Levanté la vista y me encontré con una mujer alta y musculosa, con una mirada que me dejó claro que podía partirme en dos como si fuera una ramita seca. Para empeorar la situación, las peleas se detuvieron y ahora todas las mujeres en la arena me estaban mirando con sorpresa y curiosidad.
Sentí un nudo en la garganta. Tragué saliva.
—Y-yo… —intenté responder, pero mi voz temblorosa me traicionó—. Creí que… había un torneo.
La mujer musculosa cruzó los brazos y me miró de arriba abajo.
—¡Sí, ser torneo! ¿Tú querer pelear? No ser tímido, no hacerte mucho daño. —Su sonrisa era aterradoramente confiada.
La sensación de peligro se intensificó. Con un intento desesperado por salir de la situación, levanté las manos con nerviosismo.
—¡N-no, no lo haré! Son mujeres…
Silencio absoluto.
Era como si hubiera lanzado la peor maldición imaginable. El ambiente cambió en un instante. Todas las mujeres en la arena me miraron con desprecio y furia, sus cuerpos tensándose como si estuvieran listas para lincharme. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
—¿Tú imbécil? —gruñó una de ellas, con el ceño fruncido—. ¡Forastero subestimar guerreras!
—¡Miserable! —exclamó otra, dando un paso al frente—. ¡Pensar mujeres ser débiles!
Maldición. No debí decir eso.
—¡N-no, no es lo que quise decir! —intenté corregirme, retrocediendo un poco—. ¡Yo no pienso que las mujeres sean débiles! Es solo que… yo…
Pero ya era tarde. Me estaban rodeando, con miradas asesinas y una clara intención de enseñarme una lección. Mi mente gritaba una sola cosa: Corre, maldita sea, corre.
Mis nervios me traicionaron, intenté pronunciar las palabras, pero no podía…
—L-lo que pasa es que yo…
—¡¡Alto!!
La poderosa orden resonó en el aire como un trueno. En un instante, todas las mujeres se detuvieron y abrieron paso. De entre la multitud emergió una anciana, pequeña y frágil en apariencia, pero con una presencia tan imponente que nadie osó desafiarla. Sus ojos afilados me escrutaron con frialdad mientras avanzaba con pasos firmes.
Cuando habló, su voz sonó con un español perfecto, sin rastro del acento que tenían las demás.
—Un imbécil que subestima a las amazonas de Zantari no se irá como si nada —declaró con una calma inquietante.
Tragué saliva, aún intentando explicarme.
—N-n-no… es un malent…
—¡¡Traigan a nuestra campeona!!
Mi cuerpo se estremeció al escuchar esas palabras.
Oh, no… esto no pinta nada bien.
Miré a mi alrededor, sintiendo el sudor frío recorrer mi espalda. Las mujeres que me rodeaban eran altas, musculosas, con cuerpos forjados a base de puro combate. Cada una de ellas parecía capaz de partirme en dos sin esfuerzo.
Mierda… si ellas son las guerreras comunes, ¿qué clase de monstruo será su campeona?
Tragué saliva mientras mi mente imaginaba todo tipo de posibilidades aterradoras: una mujer enorme, de más de dos metros, con cicatrices por todo el cuerpo y músculos tan definidos que harían temblar a cualquier peleador.
La tensión era insoportable. Cada segundo se sentía eterno hasta que finalmente… apareció.
De entre la multitud, una figura avanzó con paso firme.
Y lo que vi…
No era lo que esperaba.
Nada que ver con lo que imaginé.
Frente a mí estaba una mujer joven, de tez trigueña clara, con un cuerpo escultural y peligrosamente atractivo. Sus curvas eran pronunciadas, con una cintura estrecha que resaltaba aún más su figura, piernas torneadas y una silueta que, aunque claramente atlética, mantenía una feminidad indiscutible. Su cabello castaño ondulado caía con naturalidad sobre sus hombros, y sus grandes ojos ámbar brillaban con intensidad. Llevaba ropa tribal, similar a la de las demás guerreras, pero con algunos detalles que la hacían resaltar.
—¿E-ella es su campeona?
No entendía. No encajaba en la imagen aterradora que tenía en mente. Era más… normal de lo que esperaba.
Sin embargo, en cuanto nuestros ojos se encontraron, sentí un escalofrío recorrerme.
No era su físico lo que imponía.
Editado: 25.03.2025