Bajo el manto oscuro de la noche, donde el silencio susurra y brota, contamos estrellas
en un derroche, cada una, una historia remota.
Brillan, luceros de infinitos sueños, destellos de tiempos ya perdidos. Guías del viajero
en sus empeños, testigos de amores y sus latidos.
Nos miran desde su lejana esfera, guardando secretos en su fulgor. Cada estrella, una
quimera, un anhelo, un rastro de esplendor.
Contamos estrellas, sembramos deseos, en la vastedad del cielo sin fin. Cada punto de
luz, un reflejo de anhelos, un suspiro del alma en su confín.
Y en esa danza eterna y callada, en la bóveda celeste, tan sagrada, hallamos paz en su
brillo eterno, un refugio en su abrazo tierno.