En la vastedad del cielo estrellado,
donde el día y la noche se miran de reojo,
nace un amor tan dulce como el prado,
y otro, de tinieblas, en el horizonte rojo.
Ella, un suspiro de luz al amanecer,
una flor que se abre al calor del sol.
Él, la sombra que tiembla al anochecer,
un murmullo en la bruma, frío y sin rol.
Ella, de risas y sueños dorados,
de miradas que iluminan el sendero.
Él, de silencios y pasos callados,
un misterio profundo, un alma en duelo.
Se encuentran en el crepúsculo eterno,
cuando el sol y la luna se saludan.
En ese instante, breve y tierno,
sus corazones opuestos se anudan.
Aman en el contraste, en la batalla,
en el choque de sus mundos distantes.
Sus almas, cual estrellas, brillan sin falla,
unidas por hilos, frágiles y vibrantes.
Ella, en su risa, le da vida y luz,
él, en su sombra, la envuelve y la cuida.
Juntos, crean un lazo que, aunque difuso,
es fuerte y eterno, nunca se olvida.
Así, en el baile de amores opuestos,
viven y sueñan, se encuentran y pierden.
En un universo de cielos y gestos,
su amor, inmortal, en el tiempo se encienden