Para entonces, Sheila estaba muy cerca del borde, observando un poco las aves que estaban haciendo un nido, lo cual era una excusa para estar lejos de Oliver. Su amante, al notar lo mucho que su pareja miraba a la pelirroja, se acercó un poco y chocando sus hombros con ella la lanzó al agua.
Cuando el sonido alertó a los presentes, la amante ya estaba lo suficientemente lejos del lugar.
Axel llevó sus ojos al agua, cuando notó que se trataba de su pareja falsa, arrojó la cáscara del plátano que estaba comiendo en ese momento y se lanzó para «rescatar» a Sheila, la cual había caído al agua.
Todo al estilo de las películas adolescentes de princesas y héroes.
—Esperen ¡No sé nadar! —exclamó Axel dando un par de brazadas para lograr salir a flote.
—Solo ponte de pie, cariño —dijo Sheila extendiendo su mano para ayudar a este a incorporarse.
—¡Gracias! ¡Me salvaste! —exclamó acercándose a ella para abrazarla, pero ambos terminaron cayendo una vez más.
El señor Morgan contemplaba la escena con satisfacción, ese par de personas al parecer se llevaban mucho mejor de lo que él había imaginado.
Sheila arrojó un poco de agua a Axel y este, a manera de broma, le regresó otro tanto. Esa actitud no era una que la «clase alta» acostumbrara a tener, pero debían admitir que el par de jóvenes se estaba divirtiendo.
Eso hasta que un grito demasiado chillón se hizo presente en el lugar, sin contar con el agua que salpicó. En efecto, la amante de Oliver había pisado la cáscara de plátano que Axel había lanzado y ella terminó en el agua de igual forma que su víctima.
La diferencia fue el efecto que el agua causó en ambas mujeres.
—Mi reina ¿Dónde están tus cejas? —susurró Oliver intentando sacarla del agua sin que su traje tan costoso se mojara.
Axel y Sheila estaban mordiendo sus lenguas para no echarse a reír ni mucho menos hacer un comentario para nada educado.
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—«Mi reina, ¿Dónde están tus cejas?» —se burlaba Axel imitando el tono de voz de Oliver.
—«¡No! ¡No mi vida! ¡No me veas, luzco horrible!» —respondía Sheila siguiendo el juego.
Ambos se habían visto obligados a quedarse en la mansión Morgan, todo debido a la gran tempestad que se desató en la ciudad. En ese momento se encontraban en la antigua habitación de Axel, el cual había dejado su hogar hace un par de semanas nada más.
—Esta fue la mejor fiesta de cumpleaños que mi padre jamás tuvo —añadió el joven sujetando su estómago con fuerza debido a que este comenzó a doler por tanto reír.
—Fue divertido, debo admitirlo. A pesar de que tuve que ver la cara de Oliver todo el día.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Axel con delicadeza.
Él deseaba preguntar qué clase de pensamientos y emociones habían aparecido en Sheila en el momento en que vio a su exesposo. No encontraba la manera de hacerlo, temía que de alguna manera pudiera dañarla por decir alguna imprudencia.
—Bien, me siento perfectamente —sonrió la chica asintiendo.
Ese día había notado cómo los ojos de su exmarido brillaban por alguien más, no era la sensación más agradable el mundo, debía admitirlo, pero eso no significaba que ella quisiera regresar.
Ella había descubierto que Oliver dañaría la más delicada escultura de cristal, y culparía a la escultura por romperse.
Era un hombre en quien no se debería confiar, uno del que era mejor estar atento, pues sus mentiras no tenían límite y no se estaba seguro de qué sería capaz.
—¿Te sientes bien? ¿De verdad? —Sheila asintió.
Axel no podía decir más, esperaba a que fuera cierto.
Había visto en muchas películas que la mujer que estaba sedienta de venganza volvía a tener sentimientos por la persona que tanto daño le hizo y decide regresar a su lado dejando atrás toda su sed de venganza.
No decía que era algo que podría pasar con Sheila, pero, temía que lo fuera.
Sheila se dirigió al baño con la intención de secarse de manera adecuada; la pregunta de Axel la tomó un poco de sorpresa, debido a que ella se quería obligar a pensar que estaba bien.
No necesariamente por ver a Oliver con otra mujer, eso era algo que le daba igual, sino que esa pregunta le hacía pensar en aquel niño que no llegó a conocer.
En ese aspecto Sheila estaba rota, si bien no tenía sentimientos positivos por su exesposo y aquel amor que le tenía se había convertido en el más profundo desprecio que Sheila había sentido en algún momento de su vida, era la falta de aquella criatura la que tenía la facilidad de desconcertarla.
A pesar de su dolor, ella debía resurgir, sacudirse el polvo y renacer como las flores de desierto, que, sin importar cuanto tiempo estén sin agua, pueden volver a florecer sin problema.
Justo cuando ella se encontró con su propia mirada en el espejo del baño, notó cómo había derramado cientos de lágrimas sin siquiera haberlo notado. Ella no deseaba sentirse ni mostrarse débil.