Lo primero que debo aclarar, antes de que me juzgues, es que yo no quería ir a esa cita a ciegas. No lo digo por falsa modestia, lo digo porque soy alérgica a las sorpresas románticas. Y cuando digo alérgica, me refiero a que me salen ronchas emocionales, me tiembla un ojo y termino googleando “cómo fingir tu propia muerte en tres pasos para escapar de un encuentro social”.
Pero mis amigas, esas villanas con manicura perfecta, decidieron que ya era hora de que yo “dejara de vivir como una viuda prematura” (palabras textuales de Sofía, la más dramática del grupo, que además nunca ha tenido un novio más de tres meses, pero ahí anda repartiendo consejos como si fuera la mismísima Martha Stewart del amor).
📱 “Las Divinas 💄🍷”
Todo comenzó en nuestro grupo de WhatsApp, ese campo de batalla digital donde nunca se habla de lo que importa (como pagar la cuenta compartida de la última salida) y siempre se conspira contra mí.
Lucía:
Clara, ya está decidido. Te conseguimos una cita para este sábado.
Yo:
¿“Decidido” por quién? Porque yo no firmé nada, no me llegó PDF, no me leyeron contrato en voz alta.
Marta:
Por nosotras, obvio. Tú eres incapaz de tomar la iniciativa.
Yo:
¿Incapaz? Por favor. Soy capaz de muchas cosas. Capaz de comer pizza fría al desayuno, capaz de ignorar mis responsabilidades hasta el último minuto, capaz de stalkear a un ex en LinkedIn sin que se note…
Lucía:
Ajá. Y también capaz de NO tener novio en tres años, terminando como la vieja loca de los Simpson.
Ahí fue cuando guardé silencio. No porque me doliera (ok, sí un poquito), sino porque estaba ocupada lanzándole miradas asesinas al celular, como si el aparato tuviera la culpa de alojar a semejantes saboteadoras...
El viernes por la noche, decidieron venir a mi departamento “a ver pelis y tomar vino”. Traducción: emboscada en pijama. Llegaron armadas con bolsas de papas fritas, mascarillas de pepino y el plan detallado de cómo convertir a esta pobre alma en una candidata presentable para Tinder, Bumble, o lo que fuera que me habían conseguido.
—Clara —dijo Lucía, con el tono de alguien que está a punto de cambiarle la vida a un país entero—, ya basta de excusas.
—Yo no pongo excusas —contesté, mientras intentaba abrir un tarro de helado como quien abre una caja fuerte.
—Claro que sí. Tu excusa favorita es: “Ay, es que todavía no supero a mi ex”. —Marta imitó mi voz, pero la exageró tanto que parecía una mezcla entre la Chilindrina y un pato con sinusitis.—Literal eres Burro: “¡Shrek, no me dejes, Shrek!”
Me indigné.
—¡Yo no hablo así!
—Sí —dijo Lucía, con un pepino en cada ojo—. Exactamente así.
Intenté defenderme, pero en ese momento Marta sacó un vestido negro de su mochila como si fuera la espada Excalibur. Lo sostuvo en alto, iluminado por la lámpara de mi sala, y anunció:
—Este será tu uniforme de batalla.
"👗 El vestido asesino"
Voy a describirlo para que entiendas mi sufrimiento: era un vestido ajustado, con escote nivel ‘no apto para visitas familiares’, y una falda tan corta que si me agachaba corría el riesgo de ser arrestada por exhibicionismo. Ese vestido no era ropa, era una trampa mortal para dignidades.
—¿Qué es esto? —pregunté, tomando la prenda con dos dedos, como si fuera un experimento tóxico.
—Moda, querida —respondió Lucía, como si trabajara en Vogue y no en una oficina gris del departamento de contabilidad donde lo más emocionante es cambiar el color de los post-its.
—Eso no es moda, eso es… eso es una condena textil, y yo cumpliendo sentencia con tacones de 12 cm.
Entre risas, vino y amenazas emocionales (“sin brunch no hay amistad”), terminaron convenciéndome. Porque sí: el chantaje con mimosas funciona.
Sin embargo, déjame aclarar que, mientras ellas planeaban mi transformación en Cenicienta con tacones, yo por dentro estaba gritando:
“Querido universo: ¿qué te hice? Yo solo quería pasar mi viernes con Netflix, un facial de arcilla barata y quizás una siesta nivel coma inducido. ¿Era demasiado pedir? ¿Por qué, en cambio, me condenas a este reality show de “Clara en la jungla del dating”?
( El universo: ‘ja, ja, ja, welcome to Dating Hunger Games’.)
Pero claro, no lo dije en voz alta. Porque mis amigas me conocen, y si olían mi debilidad, iban a aprovechar para maquillarme con tanto corrector que ni mi madre me reconocería.
Y tenían razón. Eso fue exactamente lo que hicieron.Ya era terde asi que ambas se marcharon para dejarme descansar...
El sábado amanecí con la sensación de que me habían invitado a un juicio, no a una cita. Abrí los ojos y lo primero que vi fue el vestido asesino, colgado en la puerta de mi clóset como si estuviera vigilándome.
Lo juro: casi podía oírlo susurrar:
“Clara… no escaparás… yo también soy tu destino.”
Intenté ignorarlo. Me levanté, hice café, revisé el celular.
Y ahí estaba el grupo de WhatsApp, esperándome con notificaciones.
Lucía:
¡Buenos días, novia de sábadoaa!💅✨ ¿Ya lista pa’ perder dignidad con estilo?
Marta:
Recuerda: no huyas, no inventes excusas, no mates a nadie.