Capítulo
—Recuerdas cuando fuimos a la playa en verano —preguntó sin mirarme, encogí los hombros como si no fuera relevante y queriendo restarle importancia, pero la verdad era que si lo recordaba, fue ese el día que me di cuenta lo enamorada que estaba de él.
—No entiendo a qué rayos viene eso, Vladímir —pugné molesta. Se dio la vuelta no dando oportunidad para que pudiera huir, me sostuvo de la cintura viendo mis ojos y luego pasó sus dedos con suma delicadeza por mi mejilla.
—Amé ese día, fue perfecto —murmuró sin dejar de robarme el aliento.
Mi mente viajó a ese instante como si volviera a ese momento de nuevo.
***
La mañana estaba hermosa, el sol brillaba y la brisa alborotaba mi cabello, yo estiré los brazos al cielo, disfrutando esa experiencia mientras Vladímir conducía su convertible, era un porche de color negro que Max le había regalado para su cumpleaños número 26. A modo de celebración, días después a Vlad se le ocurrió llevarme a la playa porque sabía cuanto amaba ese lugar. Es que me generaba paz, escuchar el golpeteo de las olas y ver como se formaba la blanca espuma al revolverse el agua y chocar con la orilla arenosa.
Desde niña tuve una afición por ese sitio, mis padres vivieron en una casa de playa durante un tiempo y yo pasaba horas jugando en la arena, haciendo castillos con botes y me había vuelto tan buena en eso, que en las temporadas de vacaciones me inscribía a la competencia anual de castillos de arena, siempre gané y era eso lo que me alentaba a hacerlo mucho mejor. Todos quedaban fascinados con la cantidad de detalles que yo aplicaba para darle más realismo a mis creaciones de arena, hasta que un día papá por cosas del trabajo fue transferido y tuvimos que mudarnos a la ciudad dejando aquel paraje para siempre.
Fue triste para mí pensar que nunca más podría competir, ya se había vuelto una costumbre que cuando la fecha de competencia se acercaba, dibujaba planos sobre las formas que tendrían los castillos y buscaba fotos por internet practicando para que salieran perfectos.
Como solo tenía 11 años olvidé muy rápido el tema y seguí con mi vida como si ese pasado nunca hubiera existido.
Pero Vladímir sabía bien el valor sentimental que tenía la playa para mí, y no dudó en llevarme ahí. Cuando bajé del auto corrí como una niña riendo hasta la orilla para mojar mis pies, di una vuelta viendo el cielo que tenía una mezcla de celeste, blanco y amarillo por los rayos del sol.
Él bajaba las cosas mientras yo caminaba recordando aquella niña feliz haciendo castillos de arena, después de unos minutos Vlad se acercó y tocó mi hombro tomándome por sorpresa, lo observé notando que traía algo en las manos, señalé curiosa y por fin mostró la bolsa con palas para cavar, botes, figuras de caracolas, peces y todo un set completo para hacer castillos de arena. Grité de la emoción y me prendí en su cuello besando su rostro.
No dudé en echarme sobre la arena poniendo manos a la obra, pasé dos horas construyéndolo hasta que finalmente estuvo listo, me puse de pie y Vladímir lo contempló.
—Vaya, eres bastante buena —halagó, él sabía que yo no podía resistirme cuando me inflaban el ego y sonreí asintiendo.
—Lo sé, no por nada era la campeona anual —acepté y negó. Se puso de frente y tocó la punta de mi nariz.
—Eres demasiado narcisista, sabías —declaró y encogí los hombros.
—No me importa, todos saben que soy perfecta, hasta tú —lo señalé y me di media vuelta regresando a las sillas de playa que estaban cerca del auto, mientras avanzaba contoneando las caderas. Me incliné para sacar una lata de refresco que estaban en la hielera y sentí sus manos rodear mi cintura.
Una corriente recorrió toda mi espalda estremeciéndome por completo, él me hizo dar la vuelta para poder verme de frente, admiró mis ojos y no pude ser capaz de articular una palabra, sus dedos rozaron mis labios de una forma bastante tortuosa, trague saliva y sonrió acercando su boca a mi oreja.
—Toda narcisista, siempre tiene una debilidad. Quién lo diría Clara Johnson, que soy tu debilidad —susurró haciéndome cosquillas, yo arrugué el rostro aunque esa sensación me agradaba causándome placer, luché con mi gran orgullo que me impedía reconocerlo.
—Ja, ya quisieras tú Vladímir —comenté con sarcasmo abriendo la lata de refresco frente a su rostro y dando un trato largo. Delicioso —continué sin dejar de mirarlo para finalmente dejarme caer en la silla, me puse las gafas y luego le mostré el bloqueador. ¿Serías tan amable? —pregunté en ese tono odioso que utilizaba para molestarlo y torció los ojos.
—Iré a ver las olas mejor —contestó y se fue dejándome con la mano estirada. Fruncí la nariz y me comencé a poner el bloqueador yo misma, ya que ese idiota se había marchado dejándome. Pasaron uno largos minutos y no soporté estar sola, por lo tanto, me puse de pie y fui en busca de Vladímir.
Miré a todos lados y no lo pude hallar, empecé a preocuparme hasta que a la distancia dentro del agua visualicé su cuerpo boca abajo flotando. Mis ojos se abrieron grandes entrando en pánico y no dudé en correr para rescatarlo.
《 Idiota, si vas a meterte a la playa por lo menos aprende a nadar 》
Pensé aterrada.
Me zambullí moviendo los brazos ágilmente y cuando estuve a punto de alcanzarlo, su cuerpo se sumergió.
—¡Ahhhhh, tiburón! —vociferé intentando regresar, pero una mano haló mi tobillo regresándome a las profundidades, patalee luchando por no ser llevaba por aquel extraño animal que también se había llevado a Vlad, no obstante luego sostuvo mis caderas y finalmente me giró, yo tosí varias veces contemplado el rostro de ese idiota que tenía una sonrisa perversa y sentí unas ganas inmensas de ahogarlo. ¡Desgraciado, estás loco! ¡Casi me matas de un infarto! —le reclamé golpeando su pecho, regresé obstinada a la orilla, y él me siguió.