Capítulo
—Clara, disculpa —llamó desde la distancia Ana, giré el cuello para verla, ya estaba casi a punto de poner mi mano en la puerta para marcharme, ya que el día se había terminado y era hora de regresar a casa, estábamos trabajando muy duro para terminar cuanto antes la galería, sin embargo, nos quedaba poco tiempo y mucho por hacer.
Al enderezarme, le sonreí con evidente cansancio, ella movía su mano dándose prisa, hasta que estuve frente a mí.
—¿Sí? —dije un poco intrigada, puesto que ella se notaba bastante interesada en hablarme.
—Perdona que te moleste, es que… Bueno, yo… —hizo varias pausas haciendo que mi interés se profundizara.
—Habla, de verdad ahora si quiero saber —expresé curiosa. Ella se rascó el cuello y suspiró, dando con la punta de su pie al suelo.
—Bueno, es que yo quería invitarte a una charla que daré en 15 minutos, será interesante y quizás te guste compartir con los chicos —propuso y arrugué el ceño. Miré el reloj que marcaba las 10: 00 pm y mi cuerpo se sintió pesado, en ese instante lo único que anhelaba era una ducha caliente y un té que me relajara, mientras leía el libro favorito de Vladímir. (Las sombras del mañana)
—Ana, estaría encantada en aceptar, pero… —quise excusarme, pero ella me interrumpió.
—Por favor, solo serán 20 minutos y te prometo que valdrá la pena, quiero que escuches a los chicos —mencionó y su rostro se mostraba tan suplicante que me vi obligada a aceptar su invitación. Solté un gran suspiro melancólico debido al deseo tan inmenso que tenía de poder llegar a casa, no obstante 20 minutos más no harían la diferencia.
Ella sonrió ampliamente cuando se dio cuenta de que me había convencido y me tomó por el brazo llevándome al lugar mientras contaba con gran entusiasmo sobre aquel lugar, yo no comprendía mucho al inicio, porque según lo que ella explicaba parecía ser un sitio donde las personas contaban testimonios y los demás escuchaban.
《 Solo espero que ella no me obligue a contar nada sobre mí 》
Reflexioné
Entramos a una pequeña habitación donde ya se hallaban personas esperando formando un círculo con sillas, yo me sentí un poco intimidada porque me recordaba a esas películas, alguien sufría de algún vicio y debía ir a rehabilitación. Me quedé atrás por un mínimo segundo y ella se dio la vuelta asentándome para seguirla, dudé de nuevo y apreté los puños en un acto de valentía.
Me indicó tomar asiento en una silla de metal, no pude evitar fisgonear un poco y todos en ese sitio se notaban igual, era algo que yo había visto antes, pero que no recordaba de qué se trataba realmente. Forcé mi cerebro a pensar en ello y no obtuve una respuesta, seguí mirando el entorno y encontré a una chica sentada con las manos metidas en su chaqueta, tenía la mirada baja y un rostro pálido. No pude evitar sentir pena por ella, ya que algo no estaba bien en esa pobre alma en desgracia. Ana se le acercó para saludarla y ella únicamente le dedicó una sonrisa que parecía más una mueca de sufrimiento oculto.
Ana regresó a su asiento, el cual estaba ubicado a mi lado, y por instinto me tensé en ese lugar, ella comenzó a hablar y por un momento ni siquiera escuché sus palabras, aquellas olas del mar que solían distraerme, hicieron que volviera hasta mis recuerdos que evitaba constantemente.
—Clara —dijo mientras tocaba mi brazo y reaccioné. Sonreí nerviosa contestando.
—Ah —en un acto de confusión, ella me dedicó un gesto comprensivo y señaló a las personas que conformaban aquel círculo.
—Te decía que ellos son parte de mi grupo, todos han pasado por diferentes circunstancias, y están aquí para poder sanar —explicó y trague saliva.
—Vaya, eh, bueno un placer, mi nombre es Clara Johnson —contesté casi tartamudeando. Todos respondieron al unísono.
—Bienvenida, Clara.
—Bien, ahora como siempre tenemos de costumbre alguno, quiere dar su testimonio para hacer sentir en confianza a Clara —alentó y a pesar de que en un instante hubo silencio, pronto un chico se puso de pie viéndome a mí.
—Hola, mi nombre es Eduardo, tengo 22 años y estoy aquí para sanar. Hace 5 meses perdí a mi prometida en un asalto, un hombre le disparó dejándola morir en la acera y desde ese momento mi vida se fue a la basura, estuve bebiendo y metiéndome en peleas hasta que Ana me trajo aquí, estoy intentando seguir adelante y aunque es difícil, creo que podré sanar —contó su historia al tiempo que algunas lágrimas brotaban de sus ojos, yo sentí un nudo en la garganta. Estar en ese lugar rodeado de tantas personas sufriendo, no me hacía bien. De hecho supe de manera repentina, qué era aquello lo cual al principio no comprendía, ese parecido en todos ellos conmigo, cada una de esas personas intentaba sobrevivir al dolor agonizante día tras día.
—Te agradecemos Eduardo, alguien más quiere dar su testimonio —preguntó y otra chica se puso de pie. Ella relataba todo lo ocurrido durante los últimos meses y como su hermana menor fue abusada por su tío llevándola a su muerte, el hombre fue encarcelado y su familia quedó destrozada, ella dejó sus estudios y empezó a involucrarse con personas de pandillas, hasta que una tarde llegó al museo y conoció a Ana.
No pude terminar de escuchar la historia porque solo pensaba en una cosa, y era que ninguno de ellos podría recuperar lo perdido, yo tampoco lo haría y ese dolor quemaba mi alma lentamente.
Avancé a toda prisa para salir de ahí cuanto antes, mientras Ana me seguía pidiéndome que pudiera detenerme, hice caso omiso a su voz y salí del museo yendo al estacionamiento, para subirme al coche. Conduje de regreso a casa experimentando ese mismo dolor de la primera vez, las lágrimas surcaron mis mejillas llenando mi corazón de pena, no podía vivir con la idea de que ya él no estaba.