¿Qué es el deseo? Es la necesidad ardiente, la urgencia en la piel, el fuego que consume sin tregua. Yo te deseo.
Hola, mi nombre es Casandra y esta es mi historia. Mi vida familiar, personal y laboral eran maravillosas; todo marchaba conforme al plan, hasta que cometí el peor error de mi vida: enamorarme. Pero la única responsable de mi ruina fui yo y mis malas decisiones.
Hace aproximadamente un año, me miraba al espejo y no podía creer cómo avanzaba el tiempo. A punto de cumplir treinta y siete años, aún vivía con mis padres y mi hermana menor, quien apenas tenía veinte. Llevábamos cinco años en ese edificio de ocho pisos, habitando el tercero. Nunca nos habíamos relacionado demasiado con los vecinos; éramos una familia conservadora, y ellos, distintos a nosotros, nos parecían ajenos. Nos limitábamos a interactuar con personas afines a nuestras tradiciones, hasta que una decisión inocente lo cambió todo.
Quise remodelar la casa, empezando por la pintura. Mis padres dudaban de mi capacidad, pero les demostré lo contrario. Después de semanas, terminé con el interior y pasé al exterior, cuya pared se conectaba con la de los vecinos del segundo piso. Durante el proceso, observaba a la familia que vivía allí: Peter y Emma, casados desde hacía dieciocho años, con dos hijos, Simón y Santiago. Simón tenía diecinueve años y Santiago, diez. Nunca había prestado atención más allá de lo necesario, hasta que lo hice.
Ese día, mientras pintaba, noté algo que me perturbó. Simón me miraba de una manera que encendió una alarma en mi cuerpo. Su mirada me recorrió con una intensidad que me hizo sentir desnuda, vulnerable. No supe cómo reaccionar, así que le sonreí torpemente y me refugié en la casa. Me repetí que era una locura. Él era solo un niño. Lo conocí cuando era un adolescente y ahora, aunque había crecido, seguía siendo joven. Además, Manuela, una chica de su edad, lo seguía como su sombra. Desde que tengo memoria, ella lo perseguía con devoción, apareciendo en cada partido de fútbol, en cada salida. Era obvio que estaba enamorada de él.
Al día siguiente intenté disipar esas ideas insensatas, pero la sensación persistía. Su mirada encendió en mí una chispa que no podía apagar. Y entonces, sucedió.
—Disculpa, no quería asustarte —su voz grave interrumpió mis pensamientos. Me giré y ahí estaba, a centímetros de mí.
Respiré hondo, tratando de mantener la compostura.
—No hay problema. ¿Necesitas algo?
Él me sostuvo la mirada, y su sonrisa ladeada me desarmó.
—Solo quería decirte que hoy estás hermosa.
Sus ojos descendieron por mi cuerpo con descaro, y su mano rozó la piel descubierta de mi muslo. Su toque fue un incendio repentino que me recorrió la espina dorsal. Sobresaltada, aparté su mano.
—Esto no está bien, Simón. Mantén tu distancia.
Pero en lugar de alejarse, se acercó aún más, acorralándome contra la pared. Su cuerpo irradiaba un calor peligroso.
—Soy un hombre, Casandra. Espero que lo tengas claro de ahora en adelante, porque te tengo en la mira.
Se inclinó, sus labios a un suspiro de los míos. Mi corazón latía frenético.
—Aléjate —murmuré, aunque ni yo misma creía en mis palabras.
—¿Mal para quién? ¿Para tus padres? ¿Para mis padres? ¿O para ti? —sus dedos rozaron mi cintura, y mi piel se estremeció. Su voz bajó de tono, ronca, cargada de deseo—. Sabes cuánta valentía se necesita para decirte esto. Me muero por tocarte, por besarte… por hacerte mía.
Cogió mis manos y las llevó a sus labios, luego descendió hasta su abdomen. Cuando empezó a guiarme más abajo, me liberé con un forcejeo.
—Simón, esto está mal. Te duplico en edad. Es solo una fase, una explosión de hormonas. Puedes vivir esto con alguien de tu edad. No olvides a Manuela.
—No es hormonal —su voz era firme—. Me gustas desde hace años. Desde que te vi cruzar la puerta de tu apartamento. He esperado este momento, pero tenía miedo de que alguien más llegara primero, alguien que sí pudiera darte lo que necesitas.
De repente, se abalanzó sobre mí y me besó. Un beso robado, salvaje, que incendió cada rincón de mi ser. No esperaba la electricidad que recorrió mi cuerpo, el temblor en mis piernas, la absoluta falta de control. No lo rechacé. Al contrario, le respondí con la misma hambre contenida.
El deseo nos devoró. Sus manos exploraron mi piel, mis dedos se enredaron en su cabello. Su boca descendió por mi cuello, mientras mi cuerpo se arqueaba hacia él, cediendo. Sus caricias se volvieron más audaces. Su mano se deslizó bajo mi falda, encontrándome húmeda, temblorosa. Un jadeo escapó de mis labios cuando su toque se hizo más profundo, más intencional.
Yo también lo deseaba.
Mis manos buscaron su dureza a través de la tela de su jeans, presionándolo, sintiendo su reacción inmediata. Estábamos a punto de cruzar un límite del que no habría retorno, cuando la puerta de mi casa se abrió de golpe.
Me aparté de un salto, el corazón martillando en mis oídos. Mi hermana menor salió hablando por teléfono con su novio, sin siquiera notar la escena. Se despidió con un gesto y siguió su camino.
Nos miramos, la adrenalina mezclada con deseo aún vibrando en el aire. Y entonces, estallamos en carcajadas.