Cassie siempre supo lo que sentía. No necesitó confirmaciones, ni palabras bonitas, ni promesas rotas. Su amor por Damian había nacido en el silencio, en los gestos pequeños, en los días compartidos sin que él siquiera lo notara.
Desde pequeña, lo observaba con admiración. Él era el mejor amigo de su hermano, el chico que parecía tenerlo todo: inteligencia, carisma, ambición… y un corazón que nunca estuvo disponible para ella. Para Damian, Cassie era solo “la hermanita de Henry”, la chica tranquila de la casa que tantas veces lo recibió, que lo escuchó sin juzgar y que siempre estuvo ahí. Insignificante, así se sentía a veces. Invisible, otras tantas. Y sin embargo, lo quería.
Cassie estuvo para él en su etapa universitaria, en los días grises, en los momentos de crisis. Pero Damian nunca lo notó. No porque fuera cruel, sino porque nunca la miró realmente.
Cuando los problemas familiares lo obligaron a mudarse, Cassie pensó que su corazón no lo soportaría. Pero el tiempo lo acomodó todo… al menos eso creyó. En su nueva ciudad, Damian conoció a Diana. Era todo lo que siempre soñó: elegante, tranquila, de sonrisa dulce y planes perfectos. Dos años después, anunciaron su boda.
Cassie sintió que el mundo se le derrumbaba.
Durante años, se aferró a un amor que no fue. Le costó cinco años aceptar que Damian no era su destino. Y aún así, cuando su hermano le dio la noticia de la boda, algo dentro de ella volvió a romperse. Fue como si los fantasmas del pasado golpearan la puerta que tanto le costó cerrar.
Pero los días pasaron… y los 30 también tocaron a su puerta. Con ellos llegó la madurez, la claridad. Cassie entendió algo fundamental: A los 20 lo hubiera elegido sin dudar, pero ahora, en sus 30, ni siquiera lo consideraría.
El gran día llegó. La boda de Damian y Diana. Cassie fue, no como la niña enamorada del pasado, sino como la mujer que había renacido de sus propias ruinas. Vestida de azul, con su cabello en ondas doradas, era imposible no mirarla. Pero a ella ya no le importaban las miradas. Estaba allí para cerrar capítulos, no para abrir heridas.
Lo vio entrar, tan sonriente, tan ajeno… y no sintió nada. Ni nostalgia. Ni amor. Solo una paz que nunca pensó que tendría. Cuando vio a Diana, no hubo envidia, sino comprensión. Físicamente, eran mundos opuestos. En personalidad, aún más. Cassie nunca fue su tipo, y eso estaba bien.
Al hablar con ella durante la recepción, comprendió todo: Diana era dulce y amable, pero no tenía el fuego que ardía en Cassie. No compartían la misma esencia. Y eso fue el cierre perfecto. Desde ese día, Cassie decidió enfocarse en lo que sí tenía: su vida, su carrera, sus sueños. Sin culpas. Sin cargas.
Y entonces apareció Sam.
Un chef reconocido, influencer culinario y dueño de un pequeño restaurante que combinaba elegancia con calidez. La vio una vez. Una sola vez. Y supo que tenía que encontrarla.
Cassie fue una clienta más para todos… menos para él.
Durante semanas, Sam buscó su nombre, su rostro, una pista. Hasta que se arriesgó y subió un video: una receta para una cena romántica “inspirada en una musa anónima”. Detalles precisos, fecha exacta, descripción física… y el internet hizo su magia.
Cassie no sabía si reír o esconderse. Sus redes explotaron. 10 mil nuevos seguidores. Decenas de mensajes. ¿Qué estaba pasando?
Hasta que lo vio. El video. El rostro de Sam. Sus palabras. Su sinceridad.
Y le escribió.
—Hola, Sam. El culpable de mis 10 mil seguidores. No sé si agradecerte o culparte por interrumpir mi tranquilidad de forma tan impactante.
Él le respondió con la honestidad que la conquistaría por completo:
—Lo siento, Cassie. No quería que nuestro primer contacto fuera así, pero no tenía otra opción. Tenía que encontrarte.
Lo que vino después fue mágico. Días de charlas, meses de encuentros. Eran distintos, sí, pero eso los hacía fuertes. Sus valores, sus creencias, su forma de amar… eso era lo que realmente importaba.
Se comprometieron. Y seis meses después, llegó su gran día.
La boda de Cassie y Sam.
Y mientras ellos sellaban un futuro lleno de promesas reales, al otro lado, Damian vivía una realidad distinta. Tres años de casado, y la imagen de su “matrimonio ideal” se desdibujaba cada día más. Desde aquella boda, algo se rompió. Desde que vio a Cassie. Porque ese día… la vio por primera vez.
Pero ya era tarde.
Cada gesto que esperaba en Diana, lo recordaba de Cassie. Su apoyo, su energía, su forma de ver la vida… Diana era diferente. No peor, solo distinta. Pero Damian ya no podía volver atrás.
Cuando Henry lo llamó para contarle que Cassie se casaba, sintió un vacío que no pudo explicar. Cuando llegó la invitación, lo golpeó como nunca. Y la noche antes de la boda, soñó…
Soñó que retrocedía el tiempo. Que estaba en la universidad y esta vez sí la elegía. Que se casaban. Que intentaban. Pero el sueño terminó mal. Porque incluso en su fantasía, descubrió la verdad: