Amores del Destino

CAPÍTULO 13: EL SIEMPRE FUE EL INDICADO

— Versión de Johana

La primera vez que Johana conoció a Emiliano tenía doce años. Él, apenas once. En su mundo frágil y lleno de silencios, en medio de las burlas y señalamientos por su físico, conocer a alguien como él fue... irritante. Emiliano parecía tener una estrella propia: sacaba buenas notas, todos lo querían, siempre tenía la sonrisa perfecta. Para Johana, que se esforzaba con igual empeño sin ver resultados, aquello era una injusticia divina.

Cada noche, desde su pequeña cama con cobijas floreadas, oraba con los ojos cerrados con fuerza:

“Dios... ayúdame, por favor. No quiero sentirme así. No quiero odiarlo, pero no puedo evitarlo.”

Y, como si fuera poco, no podía evitar verlo: Emiliano era hijo de la mejor amiga de su mamá. De repente, sin aviso, él aparecía en su sala, en la cocina, en el balcón con los dulces favoritos de su abuela.

—Mamá, ¿por qué lo invitan siempre? No es parte de la familia —decía Johana, con una rabia sin forma.

—Porque lo queremos, Joha. Y porque la vida da vueltas... quién sabe si algún día sí lo sea.

Era su abuela quien más la hacía hervir por dentro.

—¿No te parece que Emilianito está guapo? —decía entre risas suaves.

—¡Abu, no! Es un lambón pretencioso.

—Tal vez sólo estás enojada porque él te confunde... o porque te hace sentir algo que no sabes cómo nombrar.

Aquella noche, tras escuchar esas palabras, Johana soñó con Emiliano. Fue un sueño diferente. Romántico, suave. Él la miraba como nadie la había mirado jamás. Y desde entonces, algo cambió.

En las siguientes reuniones familiares, Johana empezó a recibirlo con una sonrisa. Le hablaba de cosas pequeñas: del clima, de libros, de series. Lo buscaba con los ojos. Intentó acercarse. Tres años enteros intentándolo. Pero Emiliano... nada. Educado. Cortés. Pero distante.

—Hola, Emiliano. ¿Viste el eclipse ayer? Fue hermoso.

—Sí, estuvo interesante.

—Mi abuela dice que los eclipses traen cambios. ¿Tú qué crees?

—No lo sé, nunca lo he pensado.

Cada conversación era un golpe sutil a sus ilusiones.

—¿Te gustaría ir a ver la exposición de fotografía esta semana?

—Gracias, pero ya tengo planes.

Hasta que un día, a puertas de entrar a la universidad, Johana decidió no más.

“Dios, esta vez sí te lo entrego de verdad. No quiero seguir arrastrando un amor que no lo es. Ayúdame a soltar. A empezar algo nuevo.”

A la mañana siguiente, todo parecía ir bien. Hasta que su mamá soltó la bomba:

—Tu papá no podrá llevarte a la universidad. Pero encontré a alguien que va a la misma...

La puerta sonó.

—¡No puede ser! ¡¿Qué estoy pagando, Dios?! —gritó en su mente mientras veía a Emiliano con su típica sonrisa educada.

—Gracias por llevarme —dijo con un tono seco, más duro de lo que pensaba.

Cuarenta y cinco minutos de silencio. Ninguna palabra. Solo pensamientos en guerra y el ruido del motor.

“Ya está. No es. Nunca fue.”

Pasaron los semestres. Diferentes facultades. Diferentes mundos. A veces se veían en la entrada de la universidad. Él, con amigos, radiante, más guapo que nunca. Ella, sola. Pero con paz.

Hasta que un día, dos años después, él la buscó.

—Johana... ¿puedes venir a la cafetería de mi facultad? Quisiera hablar contigo.

Ella dudó. Pero fue.

Esperó una hora. Él nunca llegó. Se fue sintiéndose pequeña, tonta.

Horas después, él escribió:

—Perdón, se me complicó todo hoy. ¿Nos vemos mañana?

—No puedo —fue su única respuesta.

Y así, en el último semestre, compartieron una clase en común. Ella le sonrió. Él no devolvió el gesto. Al otro día, se cambió de horario. Nunca más lo vio.

Pasaron los años.

La muerte de su abuela la partió por dentro. Pero también la despertó. Su duelo fue semilla. Se transformó. Ya no era la niña insegura. Era una mujer fuerte. Bella. Empresaria. Fundó su editorial. Se volvió referente. Con amigos verdaderos. Con propósito.

Y una noche, al revisar antiguos correos por azar, encontró uno sin leer. Tenía cinco años.

“Joha, sé que no tengo derecho. Pero ese día en la cafetería... estuve ahí. Tarde. Te vi irte. Y me odié por no haber llegado antes. Nunca supe cómo hablarte. Siempre fuiste tú. Pero no lo supe hasta que fue tarde. Perdón. Eres increíble. Nunca lo dudé.” — Emiliano.

Ella lloró.

Pero no por tristeza.

Lloró porque al fin entendió que nunca fue sobre él. Era sobre ella. Su historia. Su fe. Su sanidad.

Y aunque no supiera si volvería a verlo, sonrió.

Porque ya no esperaba ser elegida.

Ahora, ella sabía que era digna de elegir también.



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En el texto hay: amor, relatos cortos, relato corto romantico

Editado: 13.06.2025

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