Amores Dormidos: Will y Jessica

WILL 1

Hola, querido lector y querida lectora. Esta es una historia que se cuenta desde dos puntos de vista distintos: el del chico y el de la chica. Hay capítulo desde la perspectiva de "él" y hay desde la perspectiva de "ella". A continuación leerás el punto de vista del chico: Will.

 

 

¿Alguna vez les ha pasado que su mirada se cruza con la de una chica desconocida? ¿Alguna vez has sentido que cuando sus ojos se encuentran es como si quisieran decir algo que no se entrevén?

Es una sensación que descubrí que tenía una palabra para describirla.

Cuando mi amigo Camilo y yo filosofábamos sobre las relaciones, el amor y la soledad, él me contó que había escuchado sobre un término que describía con precisión aquel instante en el que dos personas intercambiaban miradas, y un entendimiento más allá de las palabras se hace evidente.

Era un término que no existía en el español, si no en alguna lengua de alguna cultura indígena de alguna parte del fin del mundo.

──Mamihlapinatapai ──me dijo Camilo. Luego tomó su teléfono móvil, buscó la palabra entre el infinito mundo de información de la red y me dijo textualmente lo que significaba──: Es La palabra más concisa del mundo y quiere decir: “Una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambas desean pero que ninguna se anima a iniciar”.

Desde ese día, pasaron inviernos, veranos, graduaciones, estudios y a mis veintiún años yo ya entendía muy bien lo que era eso de Mamihlapinatapai. Lo vivía cada día. En la calle, la universidad o el transporte público.

Siempre fui muy enamoradizo. Desde el preescolar no podía evitar encapricharme por una chica, y luego por otra.

Nunca fui correspondido. Cada vez que ponía mis ojos sobre alguien, terminaba rechazado y con el corazón roto.

No conocía el amor, pero sí bastante bien al desamor.

Algunas veces, cuando ocurría el contacto de miradas, sacaba valor de quien sabe dónde y me atrevía a realizar una acción. Y otras veces no.

Cuando tenía dieciséis primaveras de vida, y cursaba el último año de instituto, cruce miradas con una chica de mi escuela que nunca antes había visto.

«Mamihlapinatapai», pensé.

El momento fue fugaz, quizás no más de dos segundos, pero bastó para que en los días siguientes me obsesionara con ella.

Era la primera vez que la veía; que notaba su existencia. ¿Quién era? ¿Cómo se llamaba? ¿La volvería a ver? ¿Por qué nunca la había visto antes? ¿Cómo pude ignorar esos ojos durante tanto tiempo?

Volví mi meta personal encontrarla y responder todas esas preguntas con una convicción que rara vez despierto en mí.

Los días y noches pasaban y no podía sacarla de mi mente. La idea de verla de nuevo, conocer su nombre y su voz, se plantó tan profundo en mi mente, que rozaba lo enfermizo.

 

« ¿Qué tal si un día yo voy caminando por un pasillo del colegio y sin darme cuenta me tropiezo con ella y nuestras miradas se encuentran? ¿Y qué tal si desde ese día no dejamos de encontrarnos en los recreos, en las salidas? ¿Y qué tal si un día ella llega a mi salón porque no aguantó pensar tanto en mí y no conocerme y averiguó como pudo mi nombre, mi edad y mi salón? ¿Y qué tal si nos encontramos cara a cara en la puerta del colegio cada mañana y sonreímos porque sabemos que vamos a pasar todo el día juntos? », Imaginaba yo, una y otra vez el mismo escenario, con pequeñas variaciones. Pero el resultado siempre el mismo: una vida de amor y felicidad junto a ella.

No dejaba de hablarle a mi mejor amigo Camilo sobre aquella desconocida. Debía de estar ya harto de escuchar siempre lo mismo.

── ¡Estas obsesionado por una persona que ni siquiera conoces! ──me cuestionaba Camilo──. ¿Cómo puedes estar tan obsesionado si nunca has hablado con ella? ¡A lo mejor ella ni sabe que existes!

¿Y si ella si era consciente de que yo existía? Tal vez ella tampoco dejaba de pensar en mí. 

Eventualmente, con ayuda de mi amigo Camilo, después de preguntar por allí y por allá, entre amigos, compañeros y profesores, la encontré: Angélica Lucia Villa, de noveno grado, hermana de una tal Natalia Villa también de once grado como yo.

« Con que el nombre de la futura madre de mis hijos es Angélica. Muy apropiado », pensaba yo.

No concebía a nadie más hermosa que ella.

Nunca fui bueno hablándoles a desconocidas. Jamás fui un seductor. Lo que sí fui, era un soñador.  Y conocerla, se convirtió en mi sueño.

Y es que hasta ese momento nunca había besado a una mujer. No sabía qué se sentía. Y para un adolescente el no haber besado a una chica, y ver a los demás haciéndolo, o hablando sobre como lograron besar a aquella niña que los traía locos, me hacía desear aún más conocer que era eso.

Escuchaba que era excitante, sobre todo cuando te acarician, cuando te abrazan, cuando te dicen que te quieren al oído. Me masturbé muchas veces con la imagen de mí besándome con Angélica. Pero yo no dejaba de cuestionarme si había algo malo en mí. Si era muy poco simpático, o si las chicas me veían como alguien indeseable.

«Debe ser muy bonito que alguien que te gusta también sienta lo mismo que tú», pensé. Nunca lo había vivido, pero debía ser bonito.




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