Amores Emblemáticos: Otro libro de la Saga La Profecía

Laura y Lucian: Víctima del silencio

Las gemelas habían cumplido nueve años cuando un domingo que Laura pasaba en casa de Lorenzo y Alondra, pidió al humano que veía como a un padre, que la lleve consigo al museo, ya que quería apreciar una exposición a solas al encontrarse cerrada al público el área donde se exhibía por los trabajos de remodelación que Lorenzo debía supervisar esa mañana. La niña caminaba sola entre ese laberinto de cuadros y esculturas que se habían acomodado con cuidado en ese espacio para que pudieran realizarse los trabajos eléctricos y de pintura en los ambientes a los que pertenecían. Todo transcurrió con normalidad, pero cuando el último obrero abandonó la zona de trabajo, algo ocurrió con Lorenzo que hizo que atacara de la manera más repugnante a la pequeña Laura.

Un demonio incubo que había notado la particular relación que sostenía Pleonax con un humano a quien no poseía, solo hipnotizaba y manipulaba a su antojo para ejecutar un plan que llevaba años preparando el terreno para atacar mortalmente al actual Alfa Barone, comenzó a seguir a Lorenzo desde que este fue admitido en la manada, sin que el demonio avaro se percatara de ello. Ese domingo que Lorenzo partió de casa hacia el museo acompañado por Laura, el incubo lo siguió. Ese asqueroso pecador habitante del Inframundo formaba parte de las legiones bajo el mando de Asmodeo, la lujuria, así que era un depravado que poseía a los varones que habían perdido consciencia por el alcohol o las drogas para aprovecharse de indefensas féminas que por diversas situaciones podían estar circulando cerca de donde se encontraba ejecutando la posesión. El incubo siempre quiso abusar de una sobrenatural, pero un humano no tenía la suficiente fuerza para someter a las hembras de esas especies, y poseer a un vampiro era algo que se le tenía negado al ser un demonio de bajo rango. Así que encontró en la relación que Lorenzo sostenía con Laura una opción para cumplir su más bajo deseo.

La licántropa era la presa perfecta para su plan: era un sobrenatural y apenas una niña, otra aberración que prefería ejecutar cuando poseía a un humano vicioso, así que decidió probar suerte esa tarde de domingo al proponerse poseer a Lorenzo. El humano no era un vicioso, pero el haber pactado un trato con una maga oscura que implicó entregar el alma de su hijo a Satanás, lo había marcado de por vida como un pecador sin opción al perdón, por lo que el incubo no tenía la menor duda de que Lorenzo era un candidato perfecto para ser poseído. Cuando el último obrero dejó el museo, el incubo atacó a Lorenzo. En un principio, este intentó deshacer el yugo invisible que lo sometía, pero al no saber contra qué estaba luchando, perdió la batalla y el demonio tomó posesión de cuerpo de Lorenzo. El alma humana, asustada por compartir el mismo cuerpo con un demonio, optó por refugiarse en un espacio reducido de la mente, lo que no evitó que estuviera consciente de cada acción que ejecutó el incubo utilizando el cuerpo que por pactar con la maga oscura había dejado de ser templo del Dios Supremo para ser un simple recipiente de todo aquel ser impuro que quisiera utilizarlo.

El rostro de Lorenzo se desfiguró cuando el incubo lo poseyó. La mirada amable, algo tímida y con rasgos de culpabilidad había desaparecido, dejando ver una llena de lujuria y pecado; la lengua relamiendo los labios a cada paso que daba hacia su encuentro con Laura era otro gesto obsceno que repetía constantemente, y las manos temblorosas, deseosas por desgarrar la ropa que cubría la tierna e inocente piel de la pequeña licántropa, eran otra prueba de que la posesión se había realizado con éxito. Cuando el incubo encontró a Laura, esta estaba apreciando una escultura de un artista contemporáneo. La pequeña, al no entender el mensaje que el escultor quiso dejar cuando talló su obra, se acercó con confianza a quien suponía era su tío Lorenzo, como se acostumbró a llamar a aquel que identificaba como amigo de su familia, para pedirle que le explique el detalle que desconocía, pero al encontrar que la forma como la miraba no era agradable ni la de siempre, la niña intentó alejarse de él, pero sin éxito.

Un licántropo de la edad de Laura es lo suficientemente fuerte para huir del ataque de un humano, pero el incubo le dijo algo que hizo que Laura dejara de oponer resistencia: «Si gritas o haces algo para evitar que satisfaga mi deseo, el mundo entero conocerá la verdad de tu familia. La humanidad entera los despreciará al temerles por las infamias que en el pasado se difundieron sobre los tuyos, y tu familia será destruida, cazada como lo fueron los brujos y los felinos en su momento, así que, quédate quieta y déjate violar». Las palabras que soltó el incubo pegando los labios sobre la oreja izquierda de Laura hicieron que esta aceptara su fatídico destino al no querer ser la culpable del exterminio de su especie a manos de la humanidad, ya que las historias que su bisabuela le contó sobre cómo se redujo la cantidad de aquelarres por la cacería de brujas y la desaparición de los felinos al esconderse para evitar ser eliminados, no quería que se repitan con su familia.

Tras acabar con lo que tanto deseó, el incubo dejó la posesión, y el alma de Lorenzo volvió a tener el control de su cuerpo. El asco y la tristeza empezaron a manifestarse en el humano cuando percibió el éxtasis al que había llegado su cuerpo al perpetrar tan repugnante acto a una niña, por lo que las lágrimas cayeron sobre sus mejillas como si de cascadas se trataran, ya que él nunca hubiera querido hacerle daño a Laura. Al acercarse al cuerpo de la pequeña, el cual apenas era cubierto por los girones que quedaron de sus ropas, Lorenzo temió tocarla, pero al querer comprobar que estuviera con vida, se obligó a hacerlo. Cuando Laura sintió su tacto, reaccionó con un profundo terror que la hizo arrinconarse a un lado de ese reducido espacio entre obras de arte. Lorenzo empezó a pedirle perdón y a suplicarle que le creyera que él no había sido quien le hizo tan terrible daño, pero la llegada de Pleonax evitó que el humano siguiera explicándose ante la lastimada licántropa. Por primera vez el demonio poseyó a Lorenzo, haciéndose notar una mirada inexpresiva, parca, sin vida, muy diferente a la que siempre ofrecía. «No permitiré que mis planes se vean acabados por este inconveniente que no vi venir. Ese maldito incubo me las pagará, pero a partir de ahora en adelante, permaneceré en tu cuerpo para evitar que hables de más», dijo Pleonax al alma de Lorenzo.




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