En una cálida noche de primavera, en el quinto mes del año 1955, en la modesta casa de Ulrich y Zelinda Brandt, los lamentos de la madre se dejaban oír tras estar avanzando la labor de parto que traería al mundo a su sétimo hijo. El padre y una de las parteras de la Manada Höller ayudaban a la madre mientras los hijos se juntaron en una habitación continua para pedir a la Madre Luna que cuide de la parturienta y del próximo a nacer, que todo salga bien en el proceso de alumbramiento. Para la licántropa parir no significaba un problema, ya lo había hecho seis veces, por lo que le sobraba experiencia, pero la incomodidad al ser ese vástago un poco más grande que los anteriores la hacía quejarse, lo que mantenía en suspenso al compañero eterno que observaba la escena al pie de la cama, presto a ayudar en lo que la partera solicite. En eso, el líquido amniótico apareció, haciendo ver que el saco que contenía el bebé se rompió y el momento de pujar había llegado. La madre pujó con todas sus fuerzas varias veces, pero el niño no bajó hacia el canal de parto. Al parecer, el bebé venía en una posición complicada que no permitía su descenso, de ahí que la partera recomendó que la madre cambiara a su versión animal, ya que siendo loba parir a su hijo que venía en su forma humana sería más fácil. Y así fue, unos pocos segundos después de empezar a pujar Zelinda luciendo su loba gris, el pequeño apareció gritando a todo pulmón. Al escuchar ese preciado llanto, el único proveniente del hijo que hace sonreír a los padres, hizo que todos Los Brandt empezaran a bailar y cantar festejando la llegada del noveno miembro de la familia, una que estaba en pleno crecimiento al apenas llegar los padres a iniciar los treinta años de edad.
El recién nacido amamantaba con desesperación, alimentándose de todo el calostro que el cuerpo de la madre preparó para él, cuando la luna, que hasta ese momento había permanecido oculta entre las nubes, apareció mostrando todo su esplendor y una luminosidad especial que embelesó a Ulrich y Zelinda, quienes se quedaron maravillados observando al satélite natural que rodeaba La Tierra, cuando la voz de la Madre Luna se dejó escuchar en las mentes de los felices padres: «Bendecidos han sido con la llegada de este sétimo hijo, que será un reconocido guerrero entre Los Höller, sin importar que proviene de una familia omega que no resalta entre los miembros de la manada».
Al provenir de una familia omega cuyo padre proveedor aportaba a la manada con el trabajo que realizaba en una de las fábricas que eran parte de los negocios de Los Höller, las vidas de Los Brandt pasaban desapercibidas. Si bien es cierto que entre los licántropos las familias que destacaban por naturaleza eran la Alfa -de donde nacía el líder que asumía la responsabilidad de cuidar, proteger y velar por los intereses de la manada- y aquellas de donde nacían los miembros del Séquito -Beta, Gamma y Delta-, también habían familias omegas que destacaban por ser cuna de guerreros o de destacados intelectuales que aportaban significativamente a conseguir los ingresos que proveían a los miembros de la manada, de ahí que, sin importar que no sean parte de alguno de los cuatro principales grupos familiares, eran consideradas importantes. Y con la promesa de que su sétimo hijo sería un guerrero cuya habilidad en la batalla captaría la atención de todos en la manada, Ulrich y Zelinda soñaban con que ese día llegara.
Por el año que nació Helmut, Hugo Höller era el Alfa de la manada, y los constantes choques bélicos contra el Clan Dracul mantenía a los guerreros en constante expectativa a recibir el llamado para salir al campo de batalla. Por tal motivo, la edad para iniciar la instrucción en el combate se adelantó, de dieciséis a trece años, y tras cumplir con los dos años de preparación básica, se elegía a quienes continuarían el entrenamiento para convertirse en guerreros. Es así como un licántropo de quince años que se encontraba en plena edad de conocer a su compañero eterno, debía lidiar a la vez con esa parte de la existencia encarnada de un sobrenatural y su aprestamiento que lo dejaría listo para ir a la guerra.
El deseo por ver realizado el mensaje que la Madre Luna entregó a Ulrich y Zelinda cuando Helmut nació, la pareja hizo lo impensado: intercambiar la identidad de Helmut con la del quinto hijo para que inicie la instrucción básica en combate ante de los trece años. Desde que nació el sétimo, este fue más alto que el resto de niños de su edad, por lo que a los diez años aparentaba ser un adolescente de trece, y fue por esa particular ventaja que a Ulrich se le ocurrió presentar a Helmut en vez de al hijo que sí cumplía con la edad y le tocaba recibir los conocimientos bélicos necesarios para que pueda defenderse si el ataque de Los Dracul llegaba a traspasar la fuerza del Ejército Höller. En la primera sesión de entrenamiento, Helmut sufrió al ser ampliamente superado por aquellos que eran mayores que él por tres años. En ese momento Ulrich pensó que hizo mal en intervenir en el destino de su hijo, por lo que pedía perdón a Helmut por los golpes que había recibido mientras ambos regresaban a casa. «No te preocupes, papá, lo de hoy día fue solo una sesión de reconocimiento. Ahora que sé lo que tengo que hacer, seré el mejor y ganaré todas las competencias», le aseguró su hijo, aquel en el que había depositado toda esperanza de convertir a la familia en una de las más importantes de la manada.
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Editado: 27.01.2025