Ileana había dejado su posición en lo alto de la Torre de Lucian cuando las hadas comunicaron que el enorme Leviatán en su forma demoniaca había desaparecido en las costas de Rumania bañadas por el Mar Negro. Esa información perturbó a la vampira porque ella seguía percibiendo la existencia del hijo de Satanás, que representaba la envidia, muy cerca. Al sentir una gran energía divina, supo que un portal se estaba abriendo gracias a una piedra de luna. Tras alertar que en el río se dejaba ver nuevamente Leviatán, Ileana entendió la presencia de ese hijo de Satanás: lo habían usado para trasladar a cientos de orcos en su interior, como si de un Caballo de Troya se tratase.
Al preocuparse porque los demonios no logren ingresar al Castillo Dracul ni encuentren el poblado de Bran, la vampira empezó a dar ideas a aquellos que se estaban esforzando en impedir el paso de los enemigos. Por su poder era capaz de percibir a cada uno de los seres que se encontraban en territorio Dracul, de ahí que llevaba un control exacto de todo lo que acontecía, alertando a los líderes de cada grupo de defensa y ataque que se había organizado. Cuando sirvió de conexión telepática entre los guerreros de la Nueva Alianza, captó la presencia de un ser muy particular, diferente de todo aquel que hubiera conocido porque este guerrero mantenía un corazón puro, una mente brillante y su aroma no podía ser percibida. «¿Es él? ¿Acaso este es el momento adecuado para darme cuenta que mi predestinado se encuentra entre tantos que están arriesgando su existencia para luchar por nosotros, Los Dracul?», se preguntó a sí misma muy conmovida porque la esencia de ese guerrero era única: una mezcla de pureza y valentía sin igual.
Durante el resto de la batalla, Ileana permaneció atenta a todo lo que ocurría alrededor de su predestinado, ya que estaba segura que no dudaría en utilizar el control neuronal, de ser necesario, para evitar que saliera herido. No obstante, cuando llegaron los orcos modificados, estuvo a punto de ir por él y obligarlo a huir, acto que iba en contra de todo lo que él significaba porque jamás abandonaría a los suyos con tal de salvar su existencia. Así fue que se retiró a su posición inicial, el punto más alto de la Torre de Lucian, para evitar ser impulsiva, como lo fue esa noche que un mago oscuro visitó al clan, y tras objetar su existencia, dispuso que sus padres debían dormir por doscientos años como castigo al haber supuestamente convertido a una jovencita humana, cosa que los vampiros tenían prohibido.
Ileana empezó a sentir cómo la angustia aparecía en ella, algo que nunca había percibido, ni siquiera cuando hizo caer en un profundo sueño a sus amados progenitores, ya que saber que Darius siempre estaría cerca, cuidando de ella, como lo hizo durante el tiempo de gestación y el de desarrollo mental y corporal en el subterráneo del castillo, le otorgó mucha calma. Sin embargo, en ese momento en que todos estaban corriendo mucho peligro, no tenía a nadie en quién depositar su esperanza, hasta que detectó el amor de madre de Aideen, uno tan poderoso que le recordó el de su madre cuando le dijo que, por ella, por su hermano y por Lucian, no temía dormir por doscientos años. El hada había sufrido un gran dolor al ver caer herida de gravedad a su hija junto a su predestinado, dos licántropos que no llegaban a cumplir treinta años existiendo entre los encarnados. La rápida reflexión que hizo el hada, llegando a la conclusión que aquellos que eran jóvenes no debían morir, que son los antiguos aquellos que deben sacrificarse por las nuevas generaciones, conmovió a Ileana de tal manera que empezó a sollozar sin soltar ni una lágrima.
Las palabras con las que se despidió de la hija; el mensaje que dejó para el amado compañero predestinado; el paso firme con el que caminó hacia el ejército enemigo, preparándose para soltar el fuego divino, un arma letal cuyo poder nace del amor, de aquel sentimiento que hace posible el sacrificio, la entrega desinteresada, calaron tanto en Ileana que empezó a agradecer a Aideen por existir y ser tan maravillosa, tan digna de pertenecer al segundo coro angélico, tan merecedora de ser recordada como una heroína. Cuando el poder de la supernova que el hada de fuego creó al romper su chacra corazón y plexo solar, explotó, acabando con todos los enemigos que llegaron para masacrar a Los Dracul y aquellos que estuvieran dispuestos a defenderlos, Ileana pudo sentir el alma de Aideen dejando el plano material, aquel que conocemos como universo, para ingresar al plano astral donde el espíritu del que provenía, el Celestial que adoraba a El Todopoderoso, la esperaba para volver a ser uno. Al buscar a Abelard, el predestinado de Aideen, lo halló detrás de una ilusión que protegía el territorio que habitaba, y pudo darse cuenta que la conexión predestinada era un don tan fuerte que sin que nadie le dé la noticia sobre la muerte de su compañera eterna, el guerrero licántropo ya sabía que se había quedado solo.
«¿Él me entregará un amor así, tan exclusivo, desinteresado, incondicional? Pero la verdadera duda que tengo es, ¿soy digna de que un amor así exista para mí?», empezó a cuestionarse Ileana, ya que era consciente del gran poder que la divinidad había puesto en sus manos y de las veces que lo había ejecutado sin sentir ni una pizca de misericordia por aquellos que eliminó. Para Ileana, ese era su pecado, haber sentido tanta ira que no pudo controlar y desató su máximo poder: el control neuronal. «Al ser una encarnada, significa que no eres perfecta. Como alguna vez te revelé: aquel que existe para ti posee un noble corazón y una amplia inteligencia que le permitirán mantenerte pura y alejada de la maldad. Él será tu guía, tu luz, una que podrás ver directamente y acercarte sin temor de quemarte», la respuesta de la Madre Luna hizo que una vez más Ileana le agradezca por creerla digna de recibir el favor de que sus oraciones, ruegos y súplicas tengan respuesta.
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Editado: 27.01.2025