Amores Emblemáticos: Otro libro de la Saga La Profecía

Lena y Darius: Conociendo a la predestinada.

Habían pasado siete años humanos desde el nacimiento de Darius, y su apariencia ya era la de un muchacho de dieciséis, pero el don entregado por la divinidad, al ser parte de esos seres únicos y especiales que eran los vampiros con alma, aún no se manifestaba. Al recordar que Oana también demoró para mostrar su don, le animaban a no desesperar y a cambiar esa expresión triste de su rostro, una que conmovía a todos. Y es que, aunque desde que estuvo en el vientre de su madre, siempre fue amado y muy esperado, el crecer durante sus primeros años de vida en los pisos subterráneos del Castillo Dracul, hasta que llegó a su edad de destino, influenciaron en él de tal manera que aprendió a vivir en un estado de tristeza permanente, lo que hizo que no practicara lo suficiente el movimiento de los músculos faciales para sonreír, por lo que, al pedirle que demostrara su alegría, solo era capaz de hacer una mueca que más parecía que se estaba burlando de quien le solicitaba tal demostración de afecto.

A Oana le preocupaba que su hijo termine siendo un ser oscuro. Ella ya lo había visto ejecutando su don y convirtiéndose en un destacado guerrero del clan, observando que sus emociones solo fluían entre la tristeza, que lo hacía un ser frío y distante, y la ira, que solo explotaba ante aquellos que pretendían ir en contra de Los Dracul. Sin embargo, la madre no quería que la existencia de su hijo se redujera a solo dos emociones. Al haber encontrado a Ioan, su compañero eterno, Oana sabía lo que el amor era capaz de hacer en un encarnado porque, más allá de la manifestación del deseo y la pasión, estaba ese cálido estado permanente de alegría que llena el corazón y es beneficioso para quien lo experimenta y todo aquello a su alrededor, por lo que ella quería eso para su hijo, que gozara del amor, de uno verdadero. Aunque Oana sabía que para todos los sobrenaturales existía un predestinado, no dejó de rogarle a la Madre Luna que su hijo tenga la posibilidad de conocer el amor, uno puro e incondicional, que le ayude a ser un mejor vampiro, algo que para la madre significaba que no sea un abusivo sanguinario que arremete con total violencia contra todo aquel que sea débil, solo por el beneplácito de encontrar satisfactorio el matar.

Cuando parecía que aún no descubriría su don, Darius supo de este. Durante las mañanas, Ioan bajaba a los subterráneos para pasar tiempo en familia con su compañera eterna y su hijo, pero cuando Darius empezaba a molestarse porque las palabras de aliento sobre que no desespere, que le dé tiempo a su cuerpo para manifestar su don empezaban a exacerbarlo, el Mayor Noble prefería alejarse de él, dejándolo solo para que reflexione sobre su actuar; sin embargo, en esa oportunidad, Ioan no podía abandonar la habitación donde estuvo platicando con su hijo, ya que una barrera invisible detenía su paso.

  • Hijo, ¿eres tú? -preguntó asustado Ioan, ya que inconscientemente se había activado el trauma que le quedó de sus días siendo un niño prisionero de los otomanos.
  • ¡¿Qué?! ¡¿Ahora qué hice mal?! -respondió de muy mala gana Darius, ya que no se había percatado que una intangible prisión se había alzado alrededor de su padre y de él.
  • Esta barrera que no me permite avanzar hacia el exterior de la habitación, ¿la has hecho tú? -la explicación y pregunta que formulara Ioan con un rostro lleno de duda y temor hizo que el iracundo joven se calme y ponga atención a su alrededor. En efecto, pudo comprobar que se encontraba encerrado junto con su padre dentro de su habitación, en lo que era un cubo al comprobar que esa barrera contaba con seis lados.
  • No estoy seguro -respondió Darius sin dejar notar que estaba sorprendido. Al despejar su mente, las paredes que aprisionaban a padre e hijo desaparecieron-. Creo que sí fui yo.
  • Prueba volviéndonos a encerrar -propuso Ioan animado al presentir que el don de su hijo se había manifestado. Al concentrarse, Darius pudo erigir una vez más la prisión que imposibilitaba a su padre y a él salir de la habitación.
  • Sí soy yo -comentó en un susurro-. ¡Sí soy yo! -exclamó animado al darse cuenta que por fin había podido ejecutar su don.

Padre e hijo terminaron abrazados, expresando su alegría porque lo que tanto había esperado Darius se estaba manifestando. Al escuchar los vítores de Ioan para su hijo, Oana llegó corriendo a la habitación, pero al haberse alzado la barrera, chocó contra esta, cayendo aparatosamente, cosa que preocupó a padre e hijo.

  • ¡Lo siento, mamá! – dijo Darius mientras hacía desaparecer los invisibles muros contra los que se estampó su madre.
  • Pero ¿qué fue eso que me golpeó? -preguntó aún aturdida Oana.
  • ¡El don de nuestro hijo! -respondió con emoción Ioan mientras ayudaba a pararse a su amada.
  • ¿El don de nuestro hijo? -preguntó con duda la madre, pensando que había oído mal, algo imposible al tener agudos los sentidos.
  • Sí, madre, ya se ha manifestado mi don -respondió Darius con alegría en su mirada y curvando ligeramente los labios, un gesto que el muchacho no se había percatado que estaba haciendo, por que fue sutil, muy natural.
  • ¡Oh, mi bebé! -soltó emocionada Oana mientras se acercaba a su hijo para abrazarlo.

Las siguientes horas, Ioan estuvo ayudando a su hijo a descubrir los secretos que encerraba su don. Lucian -que ya había dejado los subterráneos al haber alcanzado la edad de destino- se sumó a ese primer entrenamiento, comentándole a su hermano de crianza lo que a él le había servido para controlar la gracia que le fue entregada. Al estar el compañero y el hijo ocupados, Oana aprovechó para, en la intimidad de su habitación, conectar en oración con la divinidad y agradecer por la dicha que su familia experimentó al compartir el momento en que se descubrió el don de su amado hijo. Asimismo, la vampira elevó una súplica que tenía que ver con el deseo de que Darius experimente la alegría con mayor frecuencia, ya que a Oana le encantó poder ver ese brillo especial en su mirada, junto con la sonrisa genuina que mostró. En eso, la divinidad compartió con ella visiones del futuro. En las primeras pudo captar que se trataba de una mujer en distintas etapas de su vida. En la primera observó a esa hembra siendo una pequeña bebé mientras sus padres la contemplaban maravillados desde el borde de su cuna; en la siguiente pudo verla siendo una niña de unos siete a ocho años, corriendo en un amplio jardín mientras jugaba con otros niños; de ahí la vio siendo una adolescente de catorce o quince años, conversando con otros jóvenes mayores que ella, notándose que poseía carácter y don de palabra, y por último, la vio hermosa, hecha toda una joven mujer de veinte años que lucía un hermoso vestido de gala en medio de un lujoso salón donde se desarrollaba una recepción. La última visión que tuvo, fue la de Darius sonriendo feliz, enamorado, observando obnubilado el caminar de esa bella mujer que se acercaba a él para fundirse en un abrazo que solo se da una pareja predestinada.




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