Amores Emblemáticos: Otro libro de la Saga La Profecía

La búsqueda de Belial: Tropezando en el inicio

  • No, Belial, tú no regresas al Inframundo nunca más –escuchó decir al joven dios Viktor mientras le sonreía de una manera que se calificaría como tierna, como aquellos vagos recuerdos que aún mantenía del rostro de su madre mirándole desde lo alto del barandal de su cuna-. Recuerda tu conversación con nuestro Hermano Mayor, El Cristo. Te quedarás en La Tierra para que esperes por tu predestinada.

Ver a los jóvenes dioses despedirse cuando se alejaban, cada uno con una peculiar manera que era reflejo de esa porción del Dios Todopoderoso que contenían: mientras que Viktor agitaba una de sus manos como señal de despedida y lucía muy alegre, como un niño cuando se va de viaje a encontrarse con alguien a quien ama, Viktoria le lanzó un saludo militar acompañado de una media sonrisa. Aunque las diferencias son notorias, él sabía que ambos jóvenes dioses le deseaban lo mejor, y eso lo motivó a iniciar una nueva forma de vida, lejos de la que estaba acostumbrado y que por tantos millones de años había disfrutado. Y justamente por ello, por el gozo que sintió al ser uno de los Príncipes del Inframundo, se preguntaba mientras caminaba surcando las dunas del desierto, si podría acostumbrarse a una vida diferente de la que ya conocía.

  • Bueno, este es el momento en el que debo tomar mi primera decisión de esta nueva existencia -se dijo a sí mismo Belial cuando llegó a las orillas del Mar Rojo. El inmortal debía tomar un rumbo, el cual lo llevaría a aquella ciudad o poblado que sería su nueva residencia entre los humanos. Y al recordar que las ropas que vestía no eran apropiadas para ser visto por la humanidad, se asustó porque no se imaginaba cómo cambiarlas sin usar sus poderes, aquellos que le permitían tener control sobre la materia, heredados por la parte celestial que lo engendró.
  • «Belial, que ya no seas un morador del Inframundo no significa que no puedas utilizar los dones que heredaste de Luzbel» -tras reconocer de quién provenía la voz, el inmortal solo atinó a hincar una rodilla al suelo, agachar la cabeza y rendir respeto a aquel que lo bendecía con tan solo conectarse en comunicación con él.
  • «Mi Señor, no soy digno de que me hables, pero lo agradezco infinitamente» -respondió de inmediato Belial a aquel que le hablaba, que resultó ser El Cristo.
  • «Belial, tus dones y poder no serán removidos. Aunque ya no eres más un Príncipe del Inframundo y la marca de la soberbia se ha removido de ti para entregársela a quien mejor calza con ese título, puedes hacer uso de aquello que es tuyo por ser descendiente de aquel que fue el Celestial más amado» -lo señalado por El Cristo alivió el corazón de Belial.
  • «Gracias, Mi Señor. Sin embargo, voy a tratar de vivir como un humano, haciendo el mínimo uso de mis dones, aunque ahora mismo es algo que no puedo evitar, ya que necesito cambiar mis ropas, dirigirme hacia donde decida radicar y proveerme de un lugar donde habitar» -lo dicho por Belial causó un regocijo en El Cristo, ya que era notorio que aquel que nació y vivió en el pecado, estaba dispuesto a cambiar tras haberse dado cuenta de la bondad y el amor que había en su interior.
  • «Un consejo, Belial, no te alejes por completo de la vida que ya forjaste entre los humanos. El reto para ti será querer permanecer en gracia mientras existes en La Tierra como siempre lo has hecho. Parte desde ahí, y si es necesario hacer cambios, no dudes en incorporarlos en tu nueva vida» -dicho esto por El Cristo, Belial supo a dónde debía ir.

Tras simplemente manifestar el cambio de sus ropas, estas se transformaron en unas más apropiadas para la época y el lugar. Asimismo, materializó una billetera de fino cuero y detalles en oro que se encontraba llena de billetes de alta denominación de una moneda internacionalmente aceptada y varias tarjetas de crédito de las más exclusivas. Y es que durante las temporadas que habitaban entre los hombres para sembrar en los corazones de los mortales las semillas de los pecados que representaban, los hijos de Satanás aprovecharon sus dones y forjaron grandes fortunas, utilizando una identidad humana que en el caso de Belial era la de Didier Beau, así que solo tuvo que atraer lo que en realidad era suyo y no crear una ilusión. Después de un largo viaje, ya que había olvidado que ir de un lugar a otro siendo un humano puede tardar varias horas, hasta días y semanas, según el medio de transporte elegido, llegó a París, la ciudad que hace varios siglos atrás había elegido para habitar en medio de la humanidad.

Al salir del aeropuerto estuvo tentado a teletransportarse hacia el fabuloso apartamento de lujo que tenía en el distrito siete, aquel que tiene a la Torre Eiffel y demás edificios gubernamentales e históricos en su territorio, haciendo de este uno de los más lujosos de la Ciudad Luz; sin embargo, decidió tomar un taxi, como lo haría cualquier humano. La verdad es que tomar un taxi en ciudades grandes y fabulosas como París es toda una odisea, ya que no es fácil que un taxista decida parar y aceptar que subas para proveerte del servicio, pero la apariencia de Belial seducía a cualquiera, sea varón o mujer, y todos se rendían a sus pies con tal de obtener de él la más mínima e insignificante expresión de afecto posible, como una sonrisa, cosa que soñaban los más avariciosos, mientras que el resto de los seres humanos solo esperaban que ese hombre de tremenda belleza y poder económico solo los mire, aunque sea con desprecio y asco. Mientras que varios turistas esperaban que algún taxi pare para abordarlo y salir del terminal aéreo, Belial solo tuvo que levantar uno de sus brazos, señal de que requiere el servicio, y más de un taxista se enrumbó hacia el lado de la acera donde esperaba mostrando su atlética figura, larga cabellera rojiza y delicado rostro.




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