Dos horas después, Emily se encontraba en su nueva ciudad llamada Nueva Jersey y en una nueva habitación, la cual estaba ubicada en el segundo piso de la gran mansión, era espaciosa, elegante y muy moderna, con ventanas amplias de cristal, paredes altas y lisas de color rosado.
—¡Rosado, justo Rosado! Ese color que tanto odio—. Grito con fuerza golpeando el tapiz.
Luego de deliberar con el color, comenzó a recorrer la habitación, deteniéndose al frente del espacioso Closet Rosa —¿Mi ropa? ¿Dónde rayos está mi ropa? — Dijo observando que el closet estaba lleno, pero no de su ropa, la cual había sido llevada horas antes por una de las jóvenes del servicio.
—No es jus... — intento decir, al abrir uno de los compartimientos, el cual estaba lleno de vestidos de todos los estilos, acompañados con tops, chaquetas, blusas, pantalones, shorts... Era como estar en una tienda.
Impresionada comenzó revisando toda la vestimenta que allí se encontraba y luego de unos minutos estaba haciendo un desfile involuntario con algunas prendas del enorme closet, al volver a la realidad no pudo evitar preguntarse ¿Qué estaba haciendo?, estaba rodeada de algo nuevo para ella, una situación que le producía un sentimiento que hace muchos años dejo de sentir. Agrado, Calidez, Felicidad...
Después de buscar y probar decidió quedarse en un vestido azul, a la rodilla que tenía tirantes en la espalda y verdaderamente se veía muy bien en ella. Cosa que aprendió a través de las revistas de la Sra. Susana, aquellas que tenía que robar y esconder debajo de su cama para poder leer y evitar llorar durante las noches.
Horas más tardes, se encontraba lista para la cena de su presentación.
—Buenas noches, estimados amigos. Hoy es un día de alegría y satisfacción para nosotros—Comenzó Carlos con voz alta y clara. —Hoy nuestro sueño se ha hecho realidad después de 10 años de lucha— miro a Emily con una amplia sonrisa y luego a Janet quien estaba punto de llorar —Hoy tengo una familia, me alegra poder tener la dicha de presentarles mi Hija o estudiante que vamos a tutelar en nuestra Universidad: Emily Sophia Smith González.
Al decir esto, las personas de la mesa se levantaron y sonrieron aplaudiendo fuertemente. Emily no pudo evitar conmoverse ante tal situación y sonrió para disimular lo que sentía.
—Vamos, quiero que conozcas a nuestra familia— le dijo Carlos arrastrándola con él.
Tres personas se levantaron de sus sillas para acercarse a ellos. Dos personas mayores y una chica rubia cuyos ojos brillaban más que sus pendientes.
— Emily, ellos son la familia White, nuestros vecinos, Ella es Mariana De White — Indico Carlos, mostrando a una señora de unos 40 y tantos, rubio ojo azules y muy elegante.
— Un gusto conocerte, estimada señorita, te esperábamos con ansias— le dijo Mariana estrechando la mano de Emily suavemente.
Emily sonrió y asintió.
— Su esposo Marcos White.
—Un gusto conocerte al fin— dijo el hombre con una voz grave pero suave.
—Igualmente— contesto cortésmente Emily
—Y finalmente, Lin...
—Linda White—, interrumpió la joven, dándole un inesperado abrazo a Emily, que la dejo con la boca abierta. —Me puedes llamar Ly, si quieres, como todos mis amigos, en mí tienes una nueva amiga o hermana... si quieres algún consejo de chicos, o si quieres salir de fiesta a media noche, o si quieres...
—¡LINDA! — la reprendió su madre al escucharla
—Oh rayos mama, siempre me cortas la inspiración— Suspiro exageradamente. Por lo que Emily no pudo evitar sonreír.
—No te preocupes, lo tendré en cuenta— le dijo Emily sonriendo, haciendo que la rubia chica soltara un gritito de emoción y sus padres sonrieran.
Linda era una chica un poco más bajita que Emily, pero de su misma edad, rubia como su madre, pero de ojos grises como su padre, tenía un estilo dulce, pero su personalidad decía que era algo extrovertida. Por lo que Emily, no pudo evitar su simpatía hacia ella.
La familia White, tomo asiento en la mesa, cuando la otra pareja se acercó.
—Hola Emily. — Dijo sonrientemente, un Señor de cabello negro, con algunas de canas, y ojos azules.
Emily no pudo evitar mirarlo fijamente, ese rostro le parecían conocidos, pero no lograba recordar de dónde. Tal vez su cerebro ya no estaba procesando o lo había confundido con algún donador del orfanato.
—Hola—. Respondió con nerviosismo
—¿No me recuerdas verdad? —, dijo el hombre mostrando una sonrisa cálida.
—Eh... No, ¿nos hemos visto, dijo Emily? — le pregunto casi temblorosa.
—Sí, pero veo que no lo recuerdas—, dijo el hombre ofreciendo estrechar su mano.
—Mi nombre es Diego Páez y ella es mi esposa Paulina.