Amores equivocados

Capitulo XXI: Quienes somos en realidad.

Emily 

Linda tenía que visitarlo, no yo. En parte, tampoco podía ir. Aún estaba furiosa por lo que hizo. Sabiendo lo que me ha costado adaptarme a esta vida. La mire y trate de formular mis palabras en tono amable. De todas formas, ella no tenía la culpa. 


—Estaré bien. Anda a ver a tu novio. 

 

—Está bien. Seguro tu madre vendrá pronto. 

 

Nos abrazamos y alguien nos interrumpió, me di media vuelta para ver detrás de mí a la figura culpable del fin de nuestro momento de chicas. Y me sorprendí al ver quien era. 

 

¿Otra vez este chico? ¿Cuál era su acoso? 

 

—Tu amiga estará en buenas manos. Puedes ir en paz— dijo con voz tranquila. Como si el mundo a su alrededor fuera único y exclusivo para él. Entorne los ojos para mirarlo con desconfianza. 

 

Linda me acerco a ella y me dijo al oído—Vámonos, ahora—. En mi más grande intención de obedecerle por primera vez en mi vida, no tuve la oportunidad de responderle, pues el joven en cuestión me dirigió una mirada capaz de matar tan silenciosamente que nadie se daría cuenta. 

Sin más que decir, me separe de Linda pensando mi respuesta. Sabía que era una mala idea quedarme con este chico a pesar de las advertencias de mi amiga. Aunque, su mirada me decía que si hacia algo que no le pareciera me rebanaría en pedacitos. Así que hice lo que siempre hago. Elegir la peor opción. 

 

—Linda lárgate. Janet no tardará en venir. Me quedaré con Daniel si dejarme sola es lo que tanto te detiene. 

 

La mandíbula de Linda casi llego al suelo con mi respuesta. Y trato de decir algo, pero Daniel la interrumpió enseguida. 

 

—Te ha dicho que te vayas, que se quedara conmigo, Linda. 

 

La manera como dijo su nombre hizo que me recorriera un escalofrío difícil de explicar. Mire a mi amiga y quede estupefacta ante su reacción. Su mirada estaba llena de ¿miedo?, era en serio que todos le temían a este chico. ¿Pero quién era él? 

 

Me dispuse a mirarlo fijamente. 

 

—Escríbeme en cuanto llegues a casa. 

 

Fue lo único que su lengua parlante soltó. Seguido de darse la vuelta, subirse a su auto y dejarme allí, con el joven caníbal que estaba a punto de rebanarme. 

Mientras el auto se alejaba la tensión se volvía más insoportable. Hasta que se volvió infernal cuando me rodeo con su brazo. Me intenté alejar, pero su mirada me lo impidió. No lo podía creer, tan solo una mirada suya y yo obedecía.  El auto desapareció me aleje de él y lo observe sin apartar mi mirada de la suya. En un intento de escaneo ante la eminente máquina asesina que tenía al frente.  

Sonreí ante mi evaluación y él levanto las cejas. 

—¿Eso fue lo que dedujiste de tu observación?


 

—En serio quieres saber qué fue lo que deduje 

 
Trate de sonar lo más ofensiva posible mientras lo dejaba solo. Lo sentí sonreír tras de mí. 

 
—¿A dónde vas? 

Sin embargo, le respondí. 

 

—A sentarme, mientras Janet viene por mí. 


Camine hacia un banco que estaba cerca del estacionamiento, bajo un árbol enorme. 

 

—Así que no le dices mamá—. Se burló. 

Lo miré directo a los ojos y pensé. "Vete al carajo"


—No sé dónde queda eso, aunque podrías ilustrarme. 

Sonrió de medio lado mientras negaba con la cabeza. 

 

—¿Así que eres adivino? 

 

Me senté en el banco, rezando para que Janet apareciera en ese preciso momento. 

 

—No. Solo que— se acercó, para detenerse frente a mí, mientras me robaba el aire de mis pulmones con su cercanía— sé leer un insulto a distancias considerables. Y también me conozco perfectamente a las personas como tú. 


Alcé una ceja, con incredulidad y me reí en su cara. 

 

¿Qué se creía? 

 

Si venía a terminar de molestarme, no lo iba a lograr. 

 

Lo ignore deliberadamente y saque mi celular para llamar a Janet. En ese instante quito el bolso de mis piernas y se sentó a ahorcadas de mí, lo intenté golpear hacia atrás, pero me detuvo las manos, quedando enfrente de mí, mientras me empujaba hacia atrás. Sus dos piernas sujetaban las mías de una manera poco adecuada, intente golpearlo repetidas veces, pero fue inútil. Su fuerza era impresionante... estaba inmovilizada 

 
—Si establezco una conversación contigo, debes mirarme a los ojos. ¿Entiendes? 

 
—¿Disculpa? —. Le dije tratando de golpearlo por cuarta vez. 

 
—Aceptada. 


—Idiota. Suéltame inmediatamente o… 


—¿O qué? —. Me desafío —. Gritarás hasta que venga alguien a tu rescate. No te lo recomiendo princesa. 

 

—¿Te crees el villano de la historia? —me reí —. Eres ridículo. 

 

—¿Y tú te crees la heroína? —. Sonrió de medio lado—. Tú no sabes quién soy yo. 

 

—Ni me interesa saberlo. Así que déjame en paz y vete a jugar al villano a otra parte. 

 

—Mira princesa, esto va en serio. Vas a tener que aprender a respetarme como todos aquí o… 

 

—¿O qué? —. Le desafié sin borrar mi sonrisa—. ¿Me matarás? 

 

Sus pupilas se dilataron a la vez que su mandíbula se contrajo. 

 

—Solo porque tengas a todos arrinconados, por tu fama de delincuente y asesino serial. No significa que deba temerte Daniel. 

 

—¿Cómo sabes eso? 

 

Debe de forcejear y me encogí de hombros. Sabía que había tocado su punto débil. De ahora, tenía que actuar con más precaución. 

 

—¿Quién te lo ha dicho? —. Sus manos apretaron mis muñecas lastimándolas e hice una mueca de dolor. Él repitió la pregunta. Entonces lo mire directo a los ojos. 

 

Cielos, su mirada. 




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