Uno de mis despertadores suena primero antes de que los otros comenzaran a sonar al mismo tiempo. Tengo unos seis despertadores, cada uno marcando un minuto más que el otro. Siempre intento levantarme más temprano que mis padres para hacerme el desayuno sin que ellos me vean, porqué cada vez que lo hacen dicen que soy un error de la humanidad y que no debería tener el derecho de comer en mi propia casa. Por supuesto, que para evitar una humillación de esa magnitud y que a mi padre se le exploten los nervios, prefiero que no me vea en ningún momento del día. Quito las sabanas de mi cuerpo, para levantarme y darme una rápida pero silenciosa ducha. A los diez minutos salgo, son las cinco de la mañana, aún tengo tiempo de hacerme el desayuno sin que ninguno de ellos se despierte. Con la toalla, me seco el cuerpo para colocarme la crema que siempre me junto para que este hidratada mi pálida piel y la ropa holgada que siempre me pongo; pantalón ancho, suéter ancho, zapatos desgastados, mi abrigo con cabecera, y mi gorro de lana para que oculten mis aparatos audiovisuales de la mirada curiosa de los cuatro cientos habitantes de este pueblo. Recojo la mochila del suelo para abrir la puerta de mi habitación lentamente y cerrarla a ese mismo paso. Bajo las escaleras ligeramente hasta la cocina, en donde me preparo un delicioso omelet de huevo y queso, y un poco de tocino con jugo de naranja.
También los preparo a mis padres, como siempre que puedo o me da el tiempo. No sé en realidad si se lo comen o lo desechan en la basura, pero en serio me gustaría que supieran que lo hago yo antes de irme. Por supuesto que nunca hablo con ellos como para preguntárselo, cuando entro a la casa es por la ventana de mi habitación que siempre la dejo abierta por si acaso mis padres cierran la puerta con la alarma. Termino mi desayuno en silencio y me coloco la mochila en el hombro para salir de la casa, cerrando la puerta con seguro. Camino hasta los arbustos en donde escondo mi bicicleta para que nadie se la robe. Es una bicicleta grande color rojo desgastado por lo vieja que está. Solo la utilizado en los días que pienso ir al bosque para armonizar con la naturaleza del bosque que está cerca de la escuela y mi trabajo de media tanda.
Coloco los pies en los pedales y me voy haciendo el mínimo ruido que sea posible. Todo el pueblo me odia, cada vez que me ven me llaman deterioro de la humanidad, que soy mala suerte para ellos por no escuchar bien. Palabras que hacen daño, pero estoy acostumbradas a ellas, son como el agua para mí. Además de que no las escucho tan bien. En el trabajo tengo que trabajar escondida para que nadie me vea. Trabajo en un almacén, por extraño que parezca soy buena en los números, así que ayudo a el dueño del almacén por unos doscientos dólares al mes. Y ese dinero es más que suficiente para mí. Este es mi penúltimo año en la escuela, así que cuando me vaya a graduar, voy a tener suficiente dinero para irme de este país.
Por ahora solo continuare trabajando hasta terminar la escuela. Seguramente estudie en Oxford o en universidades reconocidas de Escocia o Finlandia. No lo sé. Tengo muchos sueños por cumplir, y apenas el de ir a la universidad sea el inicio para que todo lo bueno venga por mí.
A los pocos minutos, casi dando las seis de la mañana, las ruedas de la bicicleta chocan con la tierra media húmeda del bosque, con algunas hiervas creciendo a su alrededor. Cuando no veo nada más que árboles, me detengo acomodando la bicicleta en la arena, tratando de no lastimar ni una sola de las hermosas flores que me rodean. Me gusta estar aquí. Me quito los aparatos de la oreja para descansarlas un pequeño rato. Siempre estoy con estos aparatos pegados a mi oído, ni siquiera cuando duermo puedo quitármelo, por miedo a que mis padres se despierten y me encuentren en la casa. Además de que necesito escuchar los despertadores. Guardo los aparatos en un estuche negro para guardarlos en mi bolsillo del abrigo, pego mi espalda en uno de los troncos, resbalándome en él hasta caer sentada en el piso. Pongo la alarma vibrante en mi reloj de muñeca para marcar la hora en la que debería irme a la escuela. Levanto la vista de mi reloj para quedarme viendo fijamente el hermoso campo lleno de flores moradas, amarillas, blancas, rojas, azules y turquesa que hay ante mis ojos. No puedo escuchar nada, ni siquiera mi respiración, pero mis ojos pueden verlo todo e imaginarse que como sería escuchar libremente sin aparatos los cantos de los pájaros, escuchar como el viento sopla, chocando con las hermosas flores, o el agua correr por la pequeña cascada que queda a unos pocos metros de donde me encuentro.
Cierro los ojos tratando de imaginármelo. Pasan segundos, minutos, quizás horas cuando mi reloj de muñeca comienza a vibrar marcando las ocho menos diez. Suspiro observando el azul cielo alumbrando aquellas flores. Con mucho pesar saco el estuche negro de mi bolsillo, saco los aparatos y me los coloco delicadamente en los oídos. Sé que muy pronto quedare completamente sorda, sin ni siquiera los aparatos poder ayudarme, por eso trato de aprovecharlos ahora ahorrando para irme a vivir una vida normal. Ya me sé el lenguaje de señas, estaré más que bien en algún futuro.
Camino hasta mi bicicleta acomodando la mochila en mi espalda para irme de aquel hermoso lugar a un lugar más enfermo que el mismo infierno: la secundaria. Todos los chicos de ahí, sin excepción, se burlan de mi deficiencia al escuchar, pero como siempre intento ignorarlos a todos. Llego a la escuela en unos cinco minutos, escondo mi bicicleta dentro de una pequeña cueva que encontré para refugiarme en las noches frías en las que mis padres no dejaban ni la ventana o la puerta abierta. Salgo de la cueva y camino hacia la escuela, ganándome miradas raras desde que pise el terreno del estacionamiento, el cual debes cruzar para poder entrar. Disminuyo el volumen de mis aparatos para no escuchar a nadie. Algunos de ellos comienzan a decirme cosas, pero no los escucho, dándome un poco de satisfacción el saber que no sé de qué me hablan, aunque una ligera idea me llega a la cabeza. Cuando cruzo todo el estacionamiento, suspiro adentrándome a la escuela en donde las personas se mantenían concentradas en sus propios asuntos olvidándose por completo de mi presencia.