Amores que matan

8. Quemando almas

» Porque tú eres fuego y yo tengo miedo arder, a resumirme en cenizas y que me olvides «

Italia, Santa Cecilia

Bien dicen que el aire de cada país es diferente, estar aquí era un deleite visual. Aunque siempre me gustó el clima frío de Canadá. El auto sigue en movimiento con Murdo al volante, las casas con acabados clasistas nos reciben en cada calle y avenida.

Me gusta viajar y visitar nuevos lugares, pero quería regresar pronto a casa, deje asuntos ahí que debía tratar yo misma y con toda la disposición posible.

—Llegamos —anuncia Murdo, no me di cuenta cuando me perdí en mis pensamientos.

—Gracias.

Me abre la puerta del auto y me ayuda a bajar, observó la linda casa frente a nosotros. Estaba aquí para cerrar un contrato con un muy buen aliado de Ran. Si todo salía bien, tendríamos lazos con la mafia italiana, eso nos abriría puertas más grandes de las que ya teníamos.

—Señorita Fredly —el que supongo es el líder me recibe en la entrada— es un placer tenerla con nosotros.

—El placer es mío, el señor Hainix se disculpa por no poder estar aquí. Pero tiene otras responsabilidades que necesitan su atención.

—No se preocupe, lo entendemos. Creo que hacer este trato con usted será beneficioso para ambos, por favor sígame.

Me ofrece su brazo para apoyarme en él, este hombre era atractivo. Fornido, rasgos finos y elegante, pero, aunque no era mi intención, sí que enliste cada diferencia que el y Reimon tenían, el cabello de Reimon era rubio y brillaba, este era oscuro y opaco.

Empezamos a caminar adentro de la casa, Murdo me sigue con cautela seguido de los demás guardias de cada parte. Si esto no salía según lo planeado sería difícil salir con vida de aquí. Pero confiaba en mi propio poder del convencimiento.

REIMON

Ran toca sin parar el timbre de mi departamento, es obvio que solo el hace eso. Camino irritado a la puerta del otro lado de la sala, abro la puerta algo fuerte y solo con eso, se detiene de tocar el timbre. Sonríe con malicia antes de autoinvitarse a pasar.

Camina hasta la sala y toma asiento en el primer sillón mientras yo cierro la puerta para ir con él y sentarme frente a él a escuchar lo que supuestamente vino a decirme con tanta emoción.

Me acomodo en el asiento percibiendo cada uno de sus movimientos, su cara sigue girada directo a mi pero sus ojos se dispersan por cada espacio que gana su curiosidad. Aquí vamos. Una inspección sorpresa, a veces a Ran se le daba por hacer de papá conmigo también.

Compadecía a Tayler y Arley cuando fuesen mayores, Ran no les pondría todo muy fácil, digamos que él es como el viejo testamento. Sangre y dolor. Creía en el trabajo duro y ganarse todo a pulso, era obvio él nos puso en el pedestal donde estamos.

—¿Por qué comprar todo un edificio solo para ti? —vaya que su atención se perdía con bastante facilidad- dejaste la casa de nuestros padres cuando me mudé con Becca; según tu porque era mucho lugar. Pero esto es absurdamente demasiado. Empiezo a dudar de tu juicio.

—Para mí no es demasiado, en esa casa me sentía asfixiado a pesar de todo el espacio. Aquí me siento... Mejor.

—¿Más solo? Sabes que puedes venir con nosotros. Por qué estar lejos uno del otro ¿Eh? Cambiaste demasiado en estos años y ahora ya ni siquiera te comprendo como lo hacía antes.

—¿A qué viniste? Porque creo que está conversación no era parte de tu visita.

—Estoy preocupado por ti Reimon.

—¿Por qué? No te he dado motivos para estarlo.

—Eso es lo que crees tú, no olvides quién te cuido desde que tenías ocho años y todo el mundo era una mierda. Puedes hablar conmigo de lo que sea, siempre ha sido así.

—Gracias.

—Ahora lo pregunto yo, ¿Por qué?

—Por absolutamente todo.

Los dos nos quedamos en silencio mirándonos fijamente sin un ápice de incomodidad, Ran desvía la mirada y se acomoda el cabello cuando se le está por escapar una lágrima. Soy su hermano, pero muy en el fondo siempre me ve como el hijo que le tocó criar cuando él también era un niño.

—¿Y bien? Dime qué es lo que querías decirme.

—Oh cierto, casi lo olvido.

—Tienes la atención de una mosca.

—Y tú la de un viejo aburrido.

—Dime ya lo que es. —se acomoda y me mira como el gato de Alicia.

—Nova está en Italia. —solo con eso ya captó toda mi atención y él lo sabe— toma.

Me extiende un sobre rosa pálido con un listón que sacó del bolsillo de su abrigo. Lo tomo, pero no me atrevo abrirlo solo por la tremenda confusión que me genera.

—¿Qué es? —lo miro vacilante.

—El cumpleaños de Nova es en dos días, su papá le organizo un baile... De máscaras, ya sabes, fetiches de gente mayor con dinero. Es su única hija, le busca siempre lo mejor.

Me decido abrir el sobre y saco una tarjeta doblada en tres con el mismo color y un excelente aroma con un margen impreso de rosas.




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