Amores que matan

12. Dos grandes amores

» El amor duele cuando es obstinado y sana cuando es puro. Es eterno y volátil, los sentimientos son tan grandes como uno los quiere hacer «

Un seis de junio de hace tantos años, nació un niño. Uno que su llanto fue tan fuerte como suponía su personalidad, fruto de la unión de la mujer asiática y un hombre de múltiples raíces. Ambos muy jóvenes y puede que decir está palabra no es lo mejor, pero todo era un... Error.

Un acto cometido bajo el deseo, la pasión y el desenfreno.

Reiza.

Ese fue el nombre que se le dio a ese niño, su madre lo creyó merecedor de ese nombre que inspiraba autoridad.

—¿Por qué dices que fue un error? —le pregunto a Long que hace el esfuerzo de rememorar el pasado.

—Yo tenía menos que tu edad, la mamá de Reiza También estaba en la flor de su juventud. On-Jo tenía apenas Veintidós años, nos vimos y nos gustamos. Yo ya era parte de esto, mis negocios crecieron. El padre de On-Jo era alguien de temer en Corea del Sur. Por eso empezamos un romance en secreto, porque éramos mundos que no se podían tocar.

No paso ni un año, cuando todo explotó; ella quedó embarazada. Su papá que estaba enfermo la tiró a mí, la despojo de todo y le dio la espalda. Pero no importaba, yo le daría todo lo que ella necesitará con mi propio trabajo.

Reiza nació, adore a ese niño, era mi sangre después de todo. Lo eduque de las mejores maneras, pero eso no siempre asegura que ellos elijan el bien. Nunca le ocultamos de dónde venía, su ascendencia asiática.

On-Jo le contaba sobre su padre, él quería ser como su abuelo. Conocer, compartir con él, pero para ese entonces él ya había muerto. Reiza aprendió sobre ciertas costumbres y cosas extrañas que a ambos nos alarmaron, era un niño de cuatro años y le gustaba tomar a los animales y asfixiarlos.

Hacerlos sufrir de forma cruda.

Ahora con esos problemas con Reiza, la relación con su madre se fue desgastando paulatinamente.

¿Te vas de nuevo?

Sabes que es mi trabajo, On-Jo.

A veces desearía que no lo fuera.

Volveré.

¡Claro! En un par de días. Mientras tanto yo tengo que quedarme con Reiza.

Lo siento, si pudiera me quedaría, pero solo así podemos sobrevivir.

Mis viajes fueron en aumento, intentaba estar el menor tiempo posible con ellos, porque la situación era insostenible. Reiza era frenético, impulsivo y violento. Quise encontrar formas de ayudarlo, pero On-Jo se negó a todas, porque todas incluían que él estuviera lejos de nosotros por al menos un tiempo y para ella, él era todo lo que le quedaba después de que su papá le dio la espalda.

En uno de mis tantos viajes, fui a Francia. Recuerdo bien ese día.

La reunión se desarrolló en una gala, ese lugar parecía un palacio. Entre tantas mujeres con vestidos deslumbrantes y hombres con traje... la vi.

Piel blanca y con aroma, cabello liso y rubio, ojos verdes que parecían esmeraldas.

Cecil Ludwig.

Era la hermana menor del hombre con el que iba a cerrar el negocio ese día.

Casualmente esa gala era en honor a su cumpleaños veinte. Me atreví a invitarla a bailar. Cuando nos tocamos las manos pareció correr electricidad en ellas, bailamos muchas piezas, la noche transcurrió en risas y pláticas que no parecían tener fin.

Me había enamorado.

Me sentí culpable, yo tenía una familia en otro país, pero aun así no evité visitar innumerables veces a Cecil en Francia. Esto me estaba consumiendo vivo, la culpa, la infelicidad, la ira. Todo hacia mí y mis pésimas decisiones.

Me propuse terminar esa fantasía con Cecil, dejé de visitarla y quise arreglar mi relación con On-Jo. Pero los problemas de Reiza nunca nos dejaron, siempre fueron la sombra de nuestra luz.

Por momentos estaba bien y por otros solo esperábamos y deseábamos... al menos yo, que el muriera o se cansará de luchar contra sus demonios, porque como su padre nunca pude levantar una mano para dañarlo.

En otro de los peores momentos, Cecil vino a América con su hermano. Nos reencontramos luego de meses sin vernos ni hablar y ese sentimiento que creí haber sofocado en mi corazón, surgió, tan vivo y grande como siempre.

De nuevo tuvimos una plática de esas curiosas e insaciables que nos comían el tiempo.

Hola Long.

Hola Cecil.

No te he visto en muchos meses, supongo que tu trabajo te tiene ocupado.

Si, lo siento. Pero cuéntame de ti vida estos meses.

Claro, sabes... aprendí hacer ¿Origami? Creo que así se pronuncia. Hice muchos, pero los dejé en Francia, me hubiera gustado darte uno.

¿Y no puedes hacerme uno aquí?

Me gustaría, pero...

Ella empezó a buscar por todo el lugar con los ojos, me gustaba con la gran agilidad que se movían. Se detienen en mí y luego si dedo se presiona contra mi pecho en el lado del corazón.




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