AYSEL
─ ¡Mamá! ¡Mamá! ¿Dónde estás? ¡Mami!
─ Estoy aquí.
─ ¡Mami! ¿Qué pasa? ¿Estas enferma?
─ No cariño. Estoy muy bien.
─ Entonces…
─ No pasa nada cariño. Tengo algo muy bonito que decirte, pero no es el momento.
─ Mmm…yo quería saberlo.
─ Tienes que ser paciente hija. ¿Quieres panecillos?
─ Sí. Mami.
─ Iré a traerlos.
─ Gracias, mamá.
¿Mamá? ¿Dónde estás? ¡¡Mamá!! ¡Me duele!
¡Mami!
¡Mami!
Me erguí de la cama con rapidez.
Apenas podía respirar bien.
Me dolía la cabeza y todo el cuerpo.
Me asusté en cuanto sentí una mano en mi hombro y volteé a ver.
Era mamá.
─ Aysel ¿estas bien? ─ Preguntó con bastante preocupación.
─ Sí mamá.
─ ¿Qué paso hija? ¿Tuviste alguna pesadilla?
─ No sé mamá. No estoy segura. ─ Respondí con confusión debido a que no podía asegurar ni negar que mi sueño haya sido una verdadera pesadilla. Es más, ni siquiera recordaba con exactitud lo que estaba soñando.
─ Te veo muy débil. Deberíamos visitar a un médico. No me agrada tu estado físico. Tu semblante es muy pálido. Iremos hoy mismo.
─ Estoy bien mamá.
─ Iremos hoy Aysel. Te espero en la mesa querida. Ya vamos a desayunar.
─ Sí mamá. ─ Me levanté y me preparé para el día. Me sentía cansada, y no quería visitar al médico. Yo estaba bien, pero mamá insistiría tanto que prefería ir ahora mismo.
[***]
─ Todos tus resultados parecen estar bien Aysel. ─ Respondió el médico mientras revisaba todos los resultados de todos los exámenes que me habían hecho. ─ Aunque, externamente te veo cansada. Probablemente no te estuviste alimentando correctamente.
─ He estado comiendo con normalidad y regularidad señor West.
─ Puede ser estrés. Te enviaré a una sesión con un psicólogo.
─ Esta bien.
─ Antes, puedes tomar esto. Ya sabes que es.
Asentí. En algunas ocasiones había tomado esas pastillitas para sentirme con más energía. El señor West me alcanzó una con un vaso con agua. Le agradecí y salí hacia la oficina del psicólogo con el que había realizado sesiones la mayoría de las veces que había visitado a alguno, según lo que recordaba.
─ Aysel. ¿Cómo estás? ¡Me alegra verte!
Saludo efusivamente mi psicólogo. Empecé a contarle sobre algunos acontecimientos que me estaban generando preocupaciones. Confiaba en él, pero en esta ocasión, solo me centré en cosas de la universidad. No quería que muchas personas se enteraran de lo Andrew.
─ He tenido algunas pesadillas y sueños extraños últimamente. ─ Mencioné.
─ ¿Qué otras preocupaciones tienes? ¿Has pasado algo traumático o algo que te hizo experimentar emociones intensas?
─ Sí. ─ Respondí con voz baja.
─ No preguntaré más, creo que no quieres decírmelo. Tienes estrés, así que procura no preocuparte tanto y alejarte de situaciones que te generen emociones intensas. Busca la calma y la tranquilidad.
Desperté confundida. Me había quedado dormida en la sesión y en el consultorio.
─ Parecías muy cansada y en plena recomendación te quedaste dormida. ─ Mencionó el psicólogo.
─ Lo siento. ─ Respondí. ─ No suelo quedarme dormida.
─ Definitivamente necesitas un descanso. ─ Dijo mientras me entrega una receta. ─ Ahí están algunas calmantes que puedes tomar, y las dosis. Toma. ─ Me entrega un pequeño frasco, el cual reconozco e intuyo que son las cápsulas que solía darme. ─ Cuídate Aysel. No olvides seguir mis recomendaciones.
─ Gracias.
Salí de la oficina y mi dirigí hacia la farmacia del hospital para comprar los medicamentos faltantes. En el camino me encontré con el señor West el cual también me entregó otro frasquito para sentirme con energía.
Estaba agradecida con ambos. Desde hacía muchos años que solía visitarlos cuando me sentía mal. Y siempre se preocupaban por mí y por la salud de Benjamín.
Llegué hasta el estacionamiento donde me esperaba mamá.
─ ¿Cómo estas Aysel?
─ Estoy bien mamá. Solo tengo un poco de estrés.
─ Necesitas cuidarte hija. Te llevaré a casa rápido. Debo regresar a la oficina con tu padre. Hoy tenemos una reunión pendiente.
Editado: 29.10.2022