El aroma del café recién molido llenaba el aire, envolviendo a Marina en una cálida bienvenida cada vez que cruzaba la puerta de "El Refugio". Ese pequeño café, con sus paredes cubiertas de libros y su suave iluminación, era su santuario en medio del bullicio de la ciudad y del caos de su vida adolescente. Cada rincón del local guardaba recuerdos de tardes pasadas entre risas y confidencias, especialmente con Alex, su primer amor.
Sin embargo, el verano comenzó con un giro amargo. Alex, con quien Marina había compartido innumerables tazas de café y promesas de eternidad, decidió poner fin a su relación. La ruptura dejó a Marina sintiéndose perdida, como si una fría neblina hubiera invadido su refugio cálido y seguro. El dolor del desamor era un peso constante en su pecho, y "El Refugio" se convirtió en un lugar que ya no ofrecía el consuelo de antes.
En un intento desesperado por escapar de los recuerdos y la tristeza, Marina se inscribió en un campamento de verano en las montañas. Era un lugar desconocido, lejos de las calles familiares y de los ecos de su vida anterior. Con su mochila cargada y el corazón hecho pedazos, Marina partió con la esperanza de encontrar algo de paz entre los árboles y los nuevos amigos.
El campamento, con su entorno sereno y su aire fresco, parecía prometer la curación que tanto necesitaba. Entre las actividades diarias y los nuevos rostros, Marina conoció a Lucas, un chico que mantenía una distancia fría con todos a su alrededor. Lucas también pasaba mucho tiempo en la pequeña cafetería del campamento, un lugar que no tenía el encanto de "El Refugio", pero que se convirtió en un punto de encuentro inesperado para ambos.
Poco a poco, entre conversaciones silenciosas y miradas compartidas, Marina y Lucas comenzaron a descubrir en el otro un alma herida similar. Ambos buscaban sanar sus corazones, y quizás, en ese rincón del campamento, encontrarían juntos una nueva forma de sentir el calor del amor y la amistad.