Lucas estaba sentado en la vieja banca de madera, mirando hacia el horizonte donde las montañas se encontraban con el cielo. El campamento Horizonte siempre había sido su refugio, un lugar donde podía alejarse de todo y encontrar un poco de paz. Este verano, sin embargo, algo se sentía diferente. Había más ruido, más risas, y una energía renovada que parecía agitar el aire.
Observó cómo llegaban los nuevos campistas, un desfile de rostros desconocidos y voces emocionadas. Prefería mantener su distancia, evitar las presentaciones forzadas y las conversaciones triviales. La rutina de cada verano era su único consuelo: las caminatas solitarias, las noches bajo las estrellas, y los momentos de tranquilidad en la pequeña cafetería del campamento.
Fue entonces cuando la vio. Una chica de cabello castaño y ojos llenos de una melancolía que le resultó familiar. Bajó del autobús con una mezcla de nerviosismo y esperanza, mirando a su alrededor como si buscara algo. Lucas sintió una punzada en el pecho, una conexión inmediata que no podía explicar. Se obligó a mirar hacia otro lado, recordándose que estaba allí para evitar complicaciones, no para buscar más.
Más tarde, durante la reunión inicial alrededor de la fogata, Lucas notó que la chica, Marina, según había escuchado, se sentó con un grupo de chicas que parecían hacerla sentir bienvenida. La energía de su grupo contrastaba con su propia soledad, y aunque una parte de él deseaba ser parte de algo así, la otra parte se cerraba instintivamente.
Cuando Marina se acercó a él junto a la fogata, sintió una mezcla de curiosidad y aprensión. No quería que nadie rompiera la barrera que había construido alrededor de sí mismo. Su saludo fue cortés, pero distante, y cuando ella intentó iniciar una conversación, Lucas respondió con monosílabos, esperando que se rindiera.
—Hola, soy Marina —dijo ella con una sonrisa que parecía genuina, pero un poco triste.
—Hola —respondió Lucas, manteniendo su mirada fija en el fuego.
Ella no se dejó desanimar y continuó hablando sobre lo nuevo que era todo para ella, pero Lucas apenas escuchaba, atrapado en sus propios pensamientos. Finalmente, ella se quedó en silencio, disfrutando de la fogata sin presionarlo más.
Lucas sintió una oleada de culpa. Sabía que no era justo alejar a todos solo porque él estaba lidiando con sus propios demonios, pero abrirse era demasiado doloroso. Había venido al campamento para sanar, no para abrir nuevas heridas.
Mientras la noche avanzaba, Lucas no pudo evitar lanzar miradas furtivas a Marina. Había algo en ella, una fuerza silenciosa que lo intrigaba. Quizá, pensó, este verano podría ser diferente. Tal vez podría permitirse, aunque fuera un poco, bajar la guardia.
Cuando la fogata se extinguió y los campistas comenzaron a dispersarse, Lucas se levantó lentamente, sacudiéndose la tierra de los pantalones. Al pasar junto a Marina, murmuró un adiós apenas audible. Ella levantó la vista, sorprendida, y le devolvió una sonrisa tímida.
—Buenas noches, Lucas —respondió suavemente.
Mientras caminaba hacia su cabaña, Lucas no pudo evitar sentir que algo había cambiado. Quizás, pensó, este verano podría traer más que la soledad que siempre había conocido. Quizás, solo quizás, podría encontrar una conexión en este mar de desconocidos. Y aunque el camino hacia la apertura y la curación parecía largo, Marina había encendido una pequeña chispa de esperanza en su interior.