La noche había caído sobre el Campamento Horizonte, y el silencio envolvía el lugar, interrumpido solo por el suave murmullo del viento entre los árboles y el lejano croar de las ranas en el lago. Lucas estaba acostado en su litera, mirando el techo de la cabaña. Sus pensamientos eran un torbellino de emociones y recuerdos, incapaz de conciliar el sueño.
Desde que había llegado al campamento, Lucas había tratado de dejar atrás el peso de su pasado, buscando un nuevo comienzo. Pero ahora, con Marina en su vida, se encontraba enfrentando viejas sombras que nunca había logrado exorcizar por completo.
Se levantó en silencio, cuidando de no despertar a sus compañeros de cabaña, y salió al fresco aire nocturno. Caminó sin rumbo fijo hasta llegar al lago, donde se sentó en una roca, mirando el reflejo de las estrellas en el agua oscura. Los recuerdos comenzaron a aflorar, uno tras otro, como una película que no podía detener.
Hace dos años, Lucas había sido una persona diferente. En la ciudad, su vida estaba marcada por malas decisiones y compañías poco recomendables. Había estado involucrado en peleas, pequeños robos y una espiral descendente de autodestrucción. Su relación con su familia se había deteriorado, y se encontraba más solo que nunca. El día que una de sus peleas había resultado en una herida grave para un amigo cercano, Lucas supo que había tocado fondo.
Con la intervención de su madre y la ayuda de un consejero, Lucas fue enviado al Campamento Horizonte, donde se esperaba que pudiera encontrar una salida a su tormento interno. Al principio, lo había resentido, pero con el tiempo, comenzó a ver el campamento como una oportunidad de redención.
Sin embargo, ahora, con Marina en su vida, la culpa y el arrepentimiento volvían a asomar su fea cabeza. Sentía que no merecía ser feliz, que su pasado oscuro era una mancha que nunca podría borrar. Y peor aún, temía que si Marina descubría su pasado, podría alejarse de él, dejándolo solo una vez más.
—¿Lucas? —la voz suave de Marina lo sacó de sus pensamientos.
Lucas levantó la vista y vio a Marina acercarse, envuelta en una chaqueta para protegerse del frío nocturno. Se sintió vulnerable y expuesto, como si sus pensamientos más oscuros estuvieran al descubierto.
—¿Qué haces aquí tan tarde? —preguntó ella, sentándose a su lado.
—No podía dormir —respondió Lucas, mirando nuevamente el lago.
Hubo un silencio, lleno de preguntas no formuladas. Marina esperó pacientemente, dándole espacio para hablar.
—A veces siento que no debería estar aquí —comenzó Lucas, su voz apenas un susurro—. Mi pasado... no es algo de lo que estoy orgulloso.
Marina lo miró con empatía, sin interrumpirlo.
—Hace dos años, era una persona completamente diferente. Me metí en muchos problemas, lastimé a personas, y casi arruiné mi vida. Este campamento fue mi última oportunidad para cambiar —continuó, su voz temblando—. Y aunque he tratado de ser mejor, de dejar todo atrás, siento que nunca podré escapar de quién fui.
Marina tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de él. El simple gesto le dio fuerzas para seguir.
—Cuando te conocí, algo cambió. Me diste esperanza, una razón para seguir adelante. Pero al mismo tiempo, siento que no merezco tener algo bueno, que no merezco sentir cosas por ti.
Marina apretó su mano, mirándolo con una intensidad que hizo que su corazón latiera más rápido.
—Todos tenemos un pasado, Lucas. Lo importante es lo que hacemos con él. No eres la persona que fuiste, has cambiado, y eso es lo que realmente importa. No dejes que tu pasado defina tu futuro.
Lucas sintió un nudo en la garganta, pero también una sensación de alivio al escuchar sus palabras. Por primera vez, permitió que las lágrimas cayeran, dejando salir el dolor y la culpa acumulados durante tanto tiempo. Marina lo abrazó, sosteniéndolo mientras liberaba sus emociones.
Cuando finalmente se separaron, Lucas se sintió más ligero, como si una carga hubiera sido levantada de sus hombros.
—Gracias, Marina —dijo, con una sonrisa tímida—. No sé qué haría sin ti.
—No tienes que agradecérmelo. Estoy aquí para ti, y siempre lo estaré —respondió ella, con una calidez en sus ojos que llenó a Lucas de esperanza.
Esa noche, bajo el cielo estrellado, Lucas y Marina se encontraron más cerca que nunca, compartiendo no solo sus esperanzas y sueños, sino también sus miedos y arrepentimientos. Y aunque el camino hacia la redención y la paz interior aún era largo, Lucas supo que con Marina a su lado, podría enfrentarlo con valor y determinación.