Cada mañana comenzaba con una rutina de ejercicios de respiración, seguidos de una caminata lenta por el parque cercano. La brisa fresca del otoño ayudaba a despejar su mente, aunque cada inhalación profunda le recordaba la fragilidad de su salud. A pesar de las dificultades, Marina se esforzaba por mantenerse positiva.
Un día, mientras paseaba por el parque, se encontró con un banco apartado, rodeado de árboles cuyas hojas caían suavemente. Decidió sentarse un momento y dejar que la serenidad del lugar la envolviera. Fue entonces cuando recordó un viejo pasatiempo que había abandonado hacía mucho tiempo: escribir poesía.
Sacó un cuaderno y un bolígrafo de su bolso, y comenzó a escribir. Las palabras fluían como un torrente, cada verso una liberación de las emociones que había estado reprimiendo. Escribía sobre su amor por Lucas, sobre el miedo y la esperanza, y sobre la batalla constante con su salud. A medida que escribía, sentía cómo una parte de su alma se aliviaba, como si cada poema fuera un paso más hacia la recuperación.
Uno de sus primeros poemas decía:
En el borde del abismo, donde la sombra y la luz se encuentran, mi corazón late con fuerza, buscando tu amor en la distancia. Cada respiro es un suspiro, cada latido, una promesa. Aunque el destino nos separe, nuestro amor vencerá el tiempo.
A medida que los días pasaban, Marina encontró en la poesía un refugio. Cada tarde, después de su caminata, se sentaba en su rincón del parque y escribía. Sus poemas se convirtieron en un diario emocional, un lugar donde podía volcar sus miedos y sus sueños. Empezó a llevar su cuaderno a todas partes, encontrando inspiración en los pequeños detalles de la vida cotidiana: el vuelo de un pájaro, el sonido de la lluvia, el susurro del viento entre los árboles.
Una tarde, mientras escribía, una mujer mayor se le acercó. Tenía una mirada amable y una sonrisa cálida.
—He visto que vienes aquí todos los días a escribir —dijo la mujer—. ¿Qué es lo que escribes, querida?
Marina sonrió tímidamente.
—Escribo poesía. Es una forma de... de sanar y de mantenerme conectada con alguien que amo.
La mujer asintió, como si comprendiera perfectamente.
—La poesía tiene un poder especial, puede sanar el alma. Yo solía escribir cuando era más joven. Quizás algún día puedas compartir tus poemas con el mundo.
Marina se sintió alentada por las palabras de la mujer. Quizás, después de todo, su poesía podría ser algo más que un escape personal. Tal vez podría ser una forma de inspirar a otros, de compartir su viaje y su lucha.
A medida que los días se convertían en semanas, Marina seguía escribiendo y encontrando fuerzas en sus palabras. Aunque la distancia entre ella y Lucas era dolorosa, sabía que ambos estaban haciendo lo posible por mantenerse fuertes. Y aunque su salud seguía siendo un desafío, cada poema que escribía era una victoria, una muestra de su resiliencia.
La recuperación de Marina no era solo física, sino también emocional y espiritual. A través de sus escritos, estaba redescubriendo su propia voz, su fuerza interior, y la esperanza de un futuro mejor. Mientras las hojas seguían cayendo y el invierno se acercaba, Marina se aferraba a la certeza de que, pase lo que pase, siempre encontraría la manera de seguir adelante, un verso a la vez.
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