Amy

Amy

Nubes grises inundaban el cielo sin dejar paso a la luz, el sol no se había asomado detrás de estas, estaba muy cómodo oculto de las miradas, el frío viento revoloteaba por cada rincón, era un día tranquilo de noviembre en las tierras británicas, en un pueblo, del cual el nombre no es importante, en una de las mansiones del lugar los quejidos de angustia y los alaridos de dolor de una joven madre inundaban los pasillos, se encontraba en labor de parto, su esposo, el Barón Emmett Relish, un hombre de aspecto simpático, con rasgos comunes y de agradable personalidad, se encontraba en el pasillo frente a la habitación caminando de un lado para otro como un león enjaulado, eran sus primogénitos, se encontraba totalmente asustado y nervioso, en su estómago se encontraba un vació y su corazón latía con apuro, poco a poco los lamentos se apagaron ya que la dueña había encontrado alivio, el hombre detuvo su caminar y colocó su atención en la puerta la cual no tardó en abrirse mostrando un señor entrado en edad, de cabellos canosos y largas barbas, le indicó que la señora de la casa se encontraba bien, pero que algo había sucedido con sus descendientes, sus ánimos se bajaron, una oscura sombra se posó sobre su cabeza y su ceño se frunció.

–¿Qué quiere decir, doctor Roberts? –preguntó con un hilo de voz.

–Lo siento mucho, Barón Relish, uno de los bebés al salir tenía el cordón enredado en el cuello… aunque lo intentamos no pudimos hacer nada para salvarla –explicó después de suspirar.

Pasó una de sus manos por su cabello castaño y le dio una mirada al cielo buscando alguna respuesta divina ante el hecho, pero no la halló.

–Gracias por hacer lo posible…

–No se deprima, Dios aprieta, pero no ahorca –lo animó dándole una palmada en el hombro–. Aún tiene una hija que espera a conocerlo.

El hombre le sonrió levemente, sabía que tenía razón y le alegraba, pero no podía evitar sentir pesar por la perdida, se acercó a la puerta y la empujó para poder entrar, su mujer, Lady Ashley Relish, de hermosa figura y bellos rasgos, un alma dulce y madre atenta, se encontraba sentada apoyando en la cabecera de la cama su espalda mientras sostenía un bulto entre sus brazos al cual miraba con especial dulzura, se dirigió a pasos calmados y se sentó en la orilla, sus mirada se cruzó con los orbes verdes de su esposa, la cual retiró las telas finas y suaves que cubrían a la criatura para mostrársela, una figura regordeta de piel blanca sonrojada, de escasos cabellos castaños y grandes ojos verdes, no pudo evitar sonreír de oreja a oreja de felicidad, pasó su brazo por los hombros de su mujer y besó su frente para después llenarla de palabras dulces. Pronto la pérdida de su otra hija fue un asunto segundario, ya que solo se enfocaban en la pequeña Charlotte, quien había heredado el nombre de su abuela, la cual tanto en sus primeros meses como el resto del tiempo fue inundaba de gran amor de cada persona cercana, había encontrado gracia ante sus familiares como de la servidumbre, fue criada sin conocimiento de su difunta hermana.

Reglas estrictas manejaron su niñez, la obediencia era una parte esencial en su educación, instruida en el arte del piano, la pintura, el tejido y el canto mostrando habilidad para la música que llenaba de orgullo a sus padres, pasaba gran tiempo en su habitación de juegos donde su niñera, Alessandra, una mujer de piel morena, gran sonrisa y personalidad agradable, pero firme en su educación al punto de temer en ser severa, quien se encargaba de sus lecciones, juegos y comidas. Le encantaba pasar tiempo en el jardín jugando aquí y allá, era una niña energética que podía volver loca a una mujer de carácter templado como su niñera, a pesar de parecer extrovertida realmente prefería la soledad a pesar de tener la compañía de sus hermanos menores, Gohan y Jareth, quienes tenían tres años menos, se aislaba por decisión propia y se mostraba tímida ante personas nuevas, por lo que no era extraño verla hablarle a la nada, reír, discutir, enojarse y a veces llorar sin razón, aunque algunas jóvenes de la servidumbre se llevaban grandes sustos por sus comportamientos extraños, y sin ser especialmente traviesa terminaba en líos que hacía que le impartieran castigos de largas semanas los cuales no recibía sin antes argumentar que no tenía nada que ver con la situación, culpando a alguien que no temía señalar, pero los adultos no veían nada pensaban que solo era su gran imaginación manifestándose.

Hay un evento en especial que Alessandra la perturbó en gran manera, cuando la pequeña tenía siete años la familia se vio envuelta en un pesar grande, la muerte estaba visitado las alcobas de varios familiares y conocidos, vestidos de luto asistían a los eventos fúnebres llenos de dolor, en uno de ellos quien se encontraba en el cajón de madera de roble era el anterior Barón Relish, su abuelo,  ocurrió durante una noche helada de invierno y la luna había decidido no aparecer, al finalizar el evento y llegar a su hogar Alessandra se ocupó de ella, tenía que prepararla para dormir, la había sentado en el tocador desenredaba sus hondas castañas como de costumbre, una leve risa proveniente de la infante la extrañó, desde que se había enterado de la desafortunada noticia se había convertido en un mar de lágrimas, pero ahora una sonrisa relucía en su rostro.

–Lottie, mi niña, ¿Sucede algo? –preguntó extrañada.

–Ella se lo llevó, él quiso irse –respondió con su dulce voz.

–¿Quién…?

–Amy se llevó al abuelo Jerson, a la abuela Emma, al tío Wilder, y a los demás, están en un lugar especial, se lo merecían.



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En el texto hay: asesinatos, epoca victoriana, hermanas gemelas

Editado: 27.09.2020

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