Analise

|10| Vendaval

Soy una egoísta. He estado tan centrada en mis problemas, hundida en el abismo de la desgracia, que me he olvidado de los demás. 

 Por un lado, Jen —mi cuñada y buena amiga— ha perdido la luz que tanto la caracteriza. Porque por mucho que se empeñe en camuflarlo con sonrisas, la conocemos demasiado. Isan, por su parte, sigue con el mismo humor de siempre y cálida cercanía imponente, pero en sus ojos se ve la preocupación sincera que siente por vernos a todos así, además de lidiar con el pesar de lo que sea que haya sucedido. Y Hardy... Bueno, Hardy es de otro nivel. Sus ojeras son tan profundas que podría navegar un barco en ellas y las interminables lágrimas que ha reprimido. Su sonrisa ha desaparecido sin dejar rastro, como si nunca hubiera existido. El pelo oscuro juega con el viento, descontrolado, buscando su lugar sin encontrarlo. Casi podría asegurar que está peor que yo.

Una lucha interna por cómo abordar la situación tiene lugar mientras toma un trago del botellín que sostiene en la mano. No debería apoyarlo en todo lo que esté pasando ni querer estar aquí para él, pero la realidad es que no puedo evitarlo. Sigo viéndolo como el apoyo incondicional que perdí hace cuatro años, aunque también es como si tuviera a un desconocido frente a mí. 

—¿Te ha atropellado un camión? —pregunto sin más.

 Sus intensos ojos verdes chocan con la simplicidad l marrón de los míos. Una mirada suya me dice tanto como mil conversaciones con cualquiera.

—Digamos que yo soy el camión.

No necesito mucho más; solo hay un único arma capaz de destrozarlo de esta forma. 

—¿Es importante para ti?

Con un ligero asentimiento de cabeza responde a mi pregunta. Ni siquiera le sorprende que haya conseguido leerlo con tanta facilidad.

—¿Ha sido muy malo?

El frío borde de la botella vuelve a rozar sus labios. No es que me esté dando demasiada información, pero lo conozco lo suficiente como para saber leer entre líneas.

—¿Te arrepientes?

Sus movimientos se paran bruscamente.

—¿Por qué te importa?

Es una buena pregunta. Podría decirle que aún es importante para mí, que sigue preocupándome su bienestar y que no podría dormir tranquila sabiendo que está así, pero opto por eludirla.

—¿Te arrepientes? —insisto

—Sabes que eso no funcionará conmigo. Me conoces mejor que nadie. ¿Por qué te importa?

Sonrío irónica.

—¿De verdad quieres tratar ese tema ahora? —Su silencio responde a mi pregunta—. Eso creía. Según lo veo yo, ninguno está en su mejor momento, así que tenemos dos opciones: podemos tratar de solucionar el problema de uno de los dos o seguir aquí sentados viendo cómo la vecina ve la televisión mientras su marido se acuesta con otra en el piso contiguo.

Es literalmente lo que está sucediendo en el edificio que tenemos en frente. La escena me horroriza tanto que he intentado no prestarle atención. ¿Y si eso es lo que pasó? ¿Y si Levi se enamoró de la vecina? ¿Y si...?

No, pensar en esto no me llevará a ningún lado. Un sentimiento de repugnancia y malestar me invade. El silencio se instaura entre nosotros. Doy por hecho que ha preferido la segunda opción, y no me extraña, el hombre que tengo delante no parece ser el mismo que me abrazaba en aquel hospital.   

Me levanto de la silla con intención de ayudar a los tortolitos a terminar la cena, poner la mesa o hacer cualquier cosa que no sea sentir esta opresión en el pecho que no ha hecho más que aumentar.

—Sí —afirma sin titubeos. Sus ojos han cambiado de dirección, ahora no mira a la vecina engañada sino al marido traidor.

No sé si hacerle esta pregunta es lo más indicado después de tanto tiempo, pero seguimos siendo él y yo. No hay nada que nos podamos esconder.

—¿La quieres?

Baja la mirada.

Por lo que Isan me ha contado, desde el accidente se ha cerrado al amor; se ha autoconvencido de que no sentir es la mejor forma de evitar el dolor.

—Puede ser.

—¿Puede ser? —alzo una ceja mientras me cruzo de brazos y apoyo el peso de mi cuerpo sobre el marco de la puerta de la terraza.

Rueda los ojos con fastidio. Siempre he causado ese efecto en él, sacarlo de quicio era mi pasatiempo favorito.

—Sí, la quiero, joder. ¿Estás contenta?  

—Pues la verdad es que no. Si de verdad la quieres, si la has jodido tanto que ella puede estar pasándolo igual de mal que tú, no sé qué haces aquí espiando al vecino de mi hermano, en lugar de estar a su lado, intentando arreglar las cosas.

—No lo entiendes. Lo he destrozado todo, no he podido hacerlo peor.

 Sus ojos siguen impecables pero su voz se ha teñido de dolor.

—Háblale con el corazón. Intentarlo es mejor que no hacer nada, créeme.

Una chispa de arrepentimiento le cruza la mirada, sus músculos se tensan bajo la camisa. Abre la boca para decir algo, mas las palabras nunca la abandonan. Creo que ninguno de los dos está preparado para abrir el baúl de Pandora. Sí, baúl, porque en una caja no cabría toda nuestra historia.




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