Luces frías salen del interior del establecimiento, alumbrando la entrada donde decenas de jóvenes se arremolinan para conseguir sus dosis de diversión. Como una droga adictiva sin la que no pueden vivir. Escucho las risas, comentarios subidos de tono y observo las miradas de deseo que se lanzan unos a otros. La música del local, a diferencia de lo que habría imaginado, no se escucha desde el otro lado de la calle, ni siquiera cuando abren la puerta para entrar o salir a la pequeña terraza trasera donde me encuentro. La doble protección convierte el lugar en una cueva de sensaciones totalmente aislada del mundo exterior, logrando así no molestar a nadie. Realmente lo tienen todo pensado.
Estoy en el Pub de Joan, confieso que nunca entendí el nombre. Hardy, Isan y André —el trío inseparable— fundaron este pequeño punto de encuentro para todo aquel que buscara evadirse de la mierda que el mundo nos echa encima. No conozco demasiado a André, pero sé que también ha pasado lo suyo. Los tres son jóvenes promesas de la abogacía y grandes empresarios; a pesar de la mala reputación que se ganó este sitio al abrir sus puertas, han logrado limpiar su nombre y pasar de ser un punto de encuentro para drogodependientes y personas problemáticas, a un local de moda con un gran rango de beneficios.
Creo que esto podría potencialmente ser una mala idea, pero es lo que necesito. No puedo seguir encerrada en casa rodeada de recuerdos que, aunque ya no duelen con la misma intensidad, siguen siendo insoportables. Además, mañana es el gran día. No sé cómo reaccionaré al ver a Antonio y María de nuevo ni cómo les contaré que ya no soy su nuera.
Niego, intentando sacarlo de mi mente. Estoy aquí para ver a mi hermano, hablar con Jen y pasarlo bien un rato. No puedo con más dolores de cabeza innecesarios.
—¡Ana! —Escucho su voz entre la multitud. No necesito verla para saber que es ella.
Tras examinar el lugar, encuentro el reflejo cobrizo de su cabello. Se acerca a mí con los brazos abiertos y una sonrisa capaz de deslumbrar al sol. En momentos como este entiendo a lo que se refería mi hermano cuando dijo: «Es la luz que le faltaba a mi oscuridad, la perfecta mezcla de locura y cordura».
—Te veo mejor —susurra mientras me mantiene cautiva entre sus brazos. Asiento agradecida por su preocupación.
—Lo estoy.
Sonríe.
—¡Perfecto, vamos!
Me coge de la mano y tira de mí hacia el interior. Una marea de cuerpos sudorosos se mueven al son de la música que resuena por los altavoces. En el aire puede verse el altísimo nivel de endorfinas mientras los focos perfectamente sincronizados crean un espectáculo lumínico inigualable. Si buscas la palabra fiesta en Google, esta imagen podría definirla perfectamente.
—¡Cuatro chupitos! —pide alzando la voz.
—¿Lo de siempre? —responde una voz a la que no pongo cara, sigo buscando a Hardy por la estancia sin darme cuenta.
Asiente ansiosa pero amable.
—¿Estás segura? Tenemos cosas de las que hablar, Jen.
—¡Hoy no se habla nada! Hoy se baila, se ríe y se vive un poco, mañana nos preocupamos de lo demás.
Solo de pensar en mañana la bilis escala hasta mi esófago, quemando todo a su paso. Vale, quizás tenga razón.
—Entonces... nos harán falta más de estos. —Señalo los cuatro vasos que tenemos frente a nosotras. La sonrisa del camarero es todo lo que necesito para saber que el alcohol no será un problema; anestesiar mis preocupaciones, tampoco.
Tras diez chupitos y algún que otro baile con mi cuñada, desapareció de la mano de mi hermano que llevaba toda la noche observándola con tanta ansia, deseo, amor e intensidad que dolía. Intenté no mirar a otro lado que no fuera su cara porque estoy segura de que el bulto de su entrepierna no me dejaría pegar ojo en toda la noche. ¡Agh! No quiero tener esa imagen en mi cabeza.
La música suena lejana, demasiado. Las luces de mi alrededor son levemente cegadoras y los cuerpos que bailan a mi lado comienzan a verse ligeramente borrosos. Llevo más de tres horas sin pensar en Levi, más de tres horas sin que me torture con el por qué de su marcha. Hasta ahora. Genial.
Mi intención es llegar hasta la barra mas mis pies deciden jugar con el recorrido serpenteante y danzar sin un rumbo fijo. Barra. Barra. Tengo que llegar a la barra antes de que caiga al suelo en peso muerto. Río solo de pensarlo.
El joven simpático que lleva toda la noche sirviendo copas con una facilidad asombrosa, se gira preocupado cuando el estruendo de la silla capta su atención . Nadie más se percata, están demasiado ocupados pasándolo bien, pero no puedo evitar sonrojarme.
—¿Estás bien? ¿Te has hecho daño?
Sale de detrás de su escaparate alcohólico y me tiende la mano para ayudarme.
—Sí, gracias —susurro—. Lo siento.
El fugaz recuerdo de su nombre en mi mente unido al alcohol que corre por mis venas no ha sido la mejor mezcla.
Sonríe negando.
—¿Un vaso de agua, quizás?
Miro a mi alrededor. Hacer caso a su sugerencia sería lo adecuado, lo que habría hecho en cualquier otro momento, lo que se supone que se espera de mí, pero estoy cansada de ser responsable, de cargar con todo y hacer como si todo fuera bien. Ahora quiero salir, pasarlo bien y emborracharme sin sentir que mi familia me aborrecerá por no ser la persona perfecta que creen que soy. No lo hago porque lo necesite para divertirme, ni para ahogar mis penas. Bueno, eso puede que sí, pero no es la razón principal, creo.
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Editado: 28.03.2022