Analise

|13| Retroceso doloroso

¿Sentirse mejor es sinónimo de superación? ¿Lo he superado?

Llevo cuarenta minutos intentando ordenar las ideas inconexas de mi mente. La ausencia de dolor infernal cada vez que pienso en él debe significar algo, ¿no? Ya no parece que me estén arrancado la piel cuando recuerdo sus caricias. No obstante, cuando pienso que estoy mejor, vuelvo a notar su perfume impregnando cada rincón de esta casa. Su ausencia es el vacío escalofriante que logra erizarme la piel en la oscuridad; el eco de su voz sigue resonando por los rincones.

Miro mi reflejo en el espejo en busca de la joven enamorada e ilusionada que un día fui. Sin embargo, me encuentro con la mirada desafiante de una mujer dispuesta a hacer lo que sea por seguir adelante; la presencia de una niña que aún guarda algo de esperanza en su corazón; la visión de una joven preparada para pasar página tras tocar fondo. Encuentro todas mis versiones reflejadas, pero no logro vislumbrar ninguna con nitidez. Actualmente, soy un intento de algo sin llegar a ser nada. 

Las suaves ondas cacao me caen sobre los hombros, contrastando con el blanco inmaculado la tela que abraza mis curvas sin ceñirse demasiado. Las rodillas quedan expuestas bajo el vuelo de vestido que no llega a cubrirlas y mis mejillas levemente maquilladas me dan el color que falta. 

A pesar de que sé que es Jen, a la que acabo de enviar un mensaje explicándole el lío en el que me he metido, mis manos comienzan a temblar cuando suena el móvil. Una parte de mí sigue esperando leer su nombre en la pantalla; sigue sentada en ese sofá esperando que regrese.

 —¿¡Cómo no me has dicho nada antes!? —Su voz retumba en mi conducto auditivo logrando que me separe el móvil unos cuantos centímetros. La quiero, pero en momentos como este la mataría. 

—No sabía cómo hacerlo —confieso.

—¿Crees que ir a verlos después de todo va a ser lo mejor? —Es el vivo reflejo de la preocupación sincera.

—No lo sé... Ellos han sido muy importantes para mí. Siempre se han portado como unos verdaderos padres y no creo que por teléfono sea la mejor forma de darles la noticia. Sé que va a ser duro, pero creo que es lo que necesito para pasar página de una vez.

—Lo entiendo, pero Ana... —Se está mordiendo la lengua, hay algo que me oculta. Tras unos segundos en silencio decide cambiar de tema—. ¿Él estará allí? 

—No.

—¿Estás segura? ¿Y si se presenta allí por sorpresa? ¿Estás segura de que no quieres que te acompañe? Puedo esperar en el coche si es necesario.

—Jen...

—Está bien, está bien. Ten cuidado. 

Tras terminar la llamada, compruebo la hora y dejo el móvil sobre el tocador. Tengo quince minutos para prepararme mentalmente. Estoy a menos de un cuarto de hora de volver a verlos, a menos de quince minutos de cerrar el libro. No obstante, cabe la posibilidad de que esto sea una trampa que me haga retroceder tantos capítulos como hojas tiene la novela.

Aparco el coche frente al adosado que hasta hace casi un mes consideraba una segunda casa. Aún recuerdo la primera vez que pisé este sitio.

 

—¿Estás seguro de esto? —pregunto disminuyendo la velocidad de mis pasos. 

Estás nerviosa.

No es una pregunta, está afirmando una realidad que no sé cómo gestionar. Mi corazón ha comenzado a golpear las costillas con fuerza, las manos me tiemblan y comienzo a cuestionarme si he elegido la ropa adecuada. Sus ojos verdes atraviesan los míos, se cuelan en mi alma y ordenan mis pensamientos con cuidado. Me sorprende la facilidad con la que me calma.  

 

Coloca un mechón de pelo detrás de mi oreja mientras tira de mi cintura para acercarme más a él. La distancia que nos separa es mínima y el calor que comienza a extenderse por mi cuerpo no hace más que aumentar.  

—Van a adorarte. Eres la mujer más bella, compasiva, amable y alegre que conozco, y lo más importante, estoy jodidamente enamorado de ti.

Sonrío por las mariposas que revolotean en mi estómago.

—Está bien , pero sigo nerviosa.

La piel de mis muslos se eriza con su caricia ascendente mientras sus labios devoran los míos con pasión y delicadeza. Nuestras lenguas se pierden en el exótico caos placentero que nuestros sentimientos controlan y no puedo hacer nada por evitar caer rendida a sus pies.

—¿Mejor? —pregunta con la respiración ligeramente acelerada.

Asiento ruborizada antes de volver a emprender camino a su lado.  

 

Los recuerdos se amontonan en mi mente, golpeando la corteza cerebral sin pudor ni miramientos. La presión intracraneal aumenta hasta unos niveles poco saludables. Dejo de lado el dolor y me obligo a centrarme en lo importante: María, la señora de pelo rubio y tacones bajos que se acerca a mí con una sonrisa deslumbrante.

—¡Hija! Estás preciosa.

Cierro los ojos disfrutando del aroma a rosas y la calidez de su abrazo. Esta mujer es una madre, una madre que he perdido para siempre y aún no estoy preparada para despedir.

—Gracias —digo con una sonrisa—. Tú también.

—¡Ay! Tú siempre me ves con buenos ojos, pero la edad es la edad, ni las cremas más caras pueden luchar contra eso.

 Me percato de cómo su mirada escanea el vacío que hay a mi espalda. Está buscándolo, pero al darse cuenta de su ausencia, la tristeza y pesar tiñen sus esmeraldas.

—Lo siento... —susurro incapaz de confesarle la verdad.

—No te preocupes, cielo. Vamos, tengo un par de novedades que necesitan tu visto bueno.

Asiento con una sonrisa y la sigo hacia el interior mientras escucho atenta los dolores de cabeza que le han causado los pequeños contratiempos que ha ido encontrando estos últimos días. Desde la cañería que se rompió en el jardín hasta la búsqueda de una nueva floristería que fuese capaz de entregar los ramos a tiempo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.