Analise

|15| Verdad. Mentiras. Amor.

Verdad. Mentiras. Amor. Todas relativas, todas destructivas.

Las mentiras maquilladas de realidad estable eran la única verdad que conocía cuando era pequeña. Crecí en un hogar roto en el que parecía reinar una calma extrema que no reconfortaba. Mis padres eran —y siguen siendo— los protagonistas de un engaño tan bien montado que creo que ellos mismos se han autoconvencido de la verdad inexistente del amor que se profesan.

Durante años me castigué por no ser tan perfecta como ellos. Me culpé por no saber resolver los problemas con una sonrisa, por no obtener las mejores notas de la clase; por no destacar en ningún deporte y no tener un cuerpo perfecto. Pasé mi adolescencia viviendo a la sombra de la perfección inalcanzable, intentando encajar en mi propia familia. Aún recuerdo los gritos de mi madre que armonizaban con la salida del sol y la mirada compasiva y comprensiva de mi padre detrás de ella.

En aquel entonces me conformaba con tener eso de él, una mirada, una sonrisa, un abrazo silencioso y un te quiero susurrado. Ella siempre ha sido la tirana y él simplemente ha abajo la cabeza y la ha apoyado en todo, aun cuando no merece nada por su parte. Lo que le hizo no tiene perdón.  

Éramos una nube gris que tapizaba el cielo. Yo esperaba en el porche que la tormenta amainara mientras Isan bailaba bajo la lluvia. Él no rompe esquemas, los crea. Nació para ser libre, buscar su camino y vivir su propia vida. Yo, sin embargo, parecía haber nacido para morir en el intento de ser algo que no era.

Una sonrisa triste se forma en mis labios. Siempre lo admiré en silencio. Me fascinaba su capacidad de silenciar los prejuicios y voces que no consideraba importantes. En su mente solo resonaba el sonido de su propia voz y el susurro de la mía y la de Hardy. Lucha por su verdad y crea las reglas de su vida. Él vive, yo sobrevivía.

Navegaba en un barco que colisionó contra el gran iceberg de mentiras que hizo trizas las cientos de tablas de madera que me mantenían a flote. Pero, lo que nunca imaginé, es que Isan fuese una de las olas que me arrastrarían contra el fin inevitable. Independientemente de lo dolorosa que pueda ser, la verdad para él no es una elección, es el único camino. Entonces, ¿por qué desviarse ahora? ¿Por qué ocultarme que Levi había rehecho su vida? 

Una fuerte punzada en el pecho me hace volver a la realidad. Jen me mira con ojos preocupados y el motor aún en marcha, esperando que cambie de opinión en cualquier momento. 

—¿Estás segura de esto?

No necesito estar segura, ni pensar demasiado lo que voy a hacer, porque estoy aterrorizada y cansada de esperar el golpe final que me hunda. Sé que estoy intentando parar la hemorragia con una tirita, pero es lo único que me queda.

—¿Hay algo más que deba saber? —Cambio de tema.

En sus ojos puedo ver el dolor que le causa la frialdad con la que hablo. Puedo soportar que mi padre se engañe a sí mismo pensando que mi madre lo quiere, puedo soportar que Hardy desapareciera de mi vida sin dar ninguna explicación, puedo soportar la ruptura sin sentido, pero no puedo con esto. Si ellos me mienten, si lo único estable en mi vida se tambalea, qué me queda. 

Niega con lágrimas en los ojos.

—Lo siento... Lo siento muchísimo. Sé que merecías saber la verdad y te juro por el amor que siento por Isan, que estaba dispuesta a contártelo todo. Quería esperar un poco más a que estuvieras mejor, pero... fue una mala idea. Debí contártelo en el momento, como habría hecho una buena amiga. Lo siento mucho, Ana...

Su voz rota hace que todo mi cuerpo quiera abrazarla, así que dejo de luchar. Aparto el orgullo y nos unimos en un fuerte abrazo reconfortante que ambas necesitábamos. Un par de lágrimas ruedan por mis mejillas, mojando su hombro de sentimientos reprimidos cargados de decepción y frustración.

—Tengo miedo —confieso en un susurro.

—Estaré aquí, siempre. —Limpia sus lágrimas—. Ahora ve y busca tus respuestas.

Asiento con los ojos en el caramelo quemado de los suyos. Bajo del coche.

—Ana, recuerda no preguntar nada que no quieras saber. 

Con sus palabras rondando mi mente, emprendo camino hacia el invernadero situado junto a la mansión. Un sendero de piedras blancas, que se mueven con cada paso que doy, me guía hacia la preciosa estancia de grandes cristaleras. Amplios rosales se extienden a lo largo del camino mientras la luz cálida del atardecer se refleja en las pequeñas gotas de humedad condensada en los pétalos.

 

—Es precioso —susurro admirando las flores mientras los cálidos colores del atardecer iluminan la escena.

Estamos en el centro de una gran cúpula de cristal. A nuestro alrededor, amplios ventanales de metal blanco con detalles antiguos hacen que el lugar luzca como una pequeña cápsula del tiempo. El viento del exterior golpea con fuerza las hojas de los árboles, pero aquí todo es paz. 

Cientos de pétalos de mil colores visten el lugar con una delicadeza abrumadora, casi tanto como la intensidad de su mirada sobre mí.

Una flor llama mi atención. Es blanca y no demasiado grande. Parece no encajar entre el despliegue colorido que baña el momento, pero ahí está, silenciosa y tranquila; ocupando el lugar principal de la estancia. Quizás no es la más impresionante, pero para mí es perfecta. 




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