Analise

|16| Ceguera

El amor es ciego, ¿no? Mi padre es la personificación de esa frase. Su amor incondicional por mi despiadada madre es tan profundo, real y sincero que durante años ha perdonado, y obviado, sus fallos y traiciones. 

Crecí viendo cómo su corazón se rompía poco a poco sin que él se diera cuenta. Porque, por mucho que se negara aceptar lo que estaba sucediendo, una minúscula parte de él era —y es— consciente del duro golpe que supondría dejar caer la venda y enfrentar el dolor. La primera vez que lo vi llorar fue suficiente para saber que nunca querría pasar por lo mismo. 

 

No entiendo nada. Los números se mezclan sin sentido y siento que ya no sé ni sumar. No puedo concentrarme en las integrales que tengo delante lo que significa que esto es tiempo perdido que no estoy estudiando, y si no retengo la información, sacaré menos de un ocho. Puede que parezca una tontería, pero eso en mi casa es sinónimo de suspenso. La sola idea de que eso suceda hace que tenga ganas de llorar. Mi madre se pondrá histérica y me recordará lo poca cosa que soy y lo decepcionada que está, otra vez. 

Me quito los auriculares y me dejo caer sobre el respaldo de la silla que cede ligeramente por el peso.  

De verdad, no entiendo la relevancia de las derivadas e integrales. ¿Para qué me sirve a mí saber estas cosas? Ni siendo contable en una de las empresas más importantes del mundo las utilizaría. Sumar, restar y dividir, lo compro. Incluso saber obtener porcentajes puede ser útil en las rebajas, pero a partir de ahí, todo deja de tener sentido. Al menos a mi parecer. 

Estoy acordándome de los antepasados de la profesora que decidió que era buena idea avisarnos de que teníamos examen tres días antes de la fecha, cuando un ligero sollozo me saca de mis cavilaciones. 

¿Papá? No puede ser... él nunca...

Me pongo en pie y cruzo el pasillo dirección a su despacho. A cada paso que doy siento que el nudo en mi pecho se vuelve más y más grande. No quiero ni pensar lo que ha sucedido para que llegue a romperse así. 

Me asomo por la puerta entreabierta y mi mundo se tambalea cuando lo veo sentado en el sofá. Sus hombros se mueven arriba y abajo, como si el llanto fuera tan profundo que no puede controlar su cuerpo. Está temblando.   

—Papá... —susurro empujando la puerta de madera que chirría con el movimiento. Cualquier otra persona se habría limpiado las lágrimas y fingiría estar bien, pero él no es así. 

Princesa. —Sonríe con las lágrimas descendiendo por sus mejillas—. Ven aquí. 

Da pequeños golpes a su lado y hago lo que me pide. Me siento a su vera, esperando que me dé alguna pista sobre lo que puedo hacer para que se sienta mejor.  

—¿Qu-qué ha pasado? —pregunto asustada. Puede que el motivo de su llanto sea una desgracia. 

Nada importante, pequeña. 

 —¿Seguro?

Asiente. Lleva el dorso de la mano a la mejilla para deshacerse del torrente acuoso. Sus ojos se llenan de cariño chispeante que contrasta con el dolor que tiñe sus iris.  

¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor?

Una pequeña sonrisa se forma en sus labios.

Tenerte conmigo es todo lo que necesito.

Me tumbo sobre sus piernas, en silencio, intentando hacer todo lo que está en mi mano para favorecer su pronta recuperación. Enreda los dedos en mi pelo suelto que cae en cascada sobre sus piernas.  

—Voy a confesarte algo. —Su voz aún está rota por el llanto—. Estar mal, está bien.

Lo miro extrañada. No comprendo sus palabras. ¿Cómo va a estar bien sentirse mal?    

Las lágrimas descienden por mis mejillas, como ríos al borde de un precipicio. El corazón late frenético y el profundo dolor en el pecho se vuelve insoportable. Jamás creí que pudiera existir algo tan horrible como esto.

»No debes castigarte por sentir. Si tienes que llorar, llora un río. Si tienes que reír, ríe como si no existieran más días para hacerlo. Si amas, hazlo con toda tu alma. Y cuando llegue el dolor, cuando el sufrimiento te supere, aférrate a ese sentimiento, porque es lo único que te asegura que todo ha sido real. Sentir es vivir y yo quiero que vivas mucho. Quiero que experimentes, que te enamores y te rompan el corazón; que crees vínculos irrompibles y amistades inesperadas. Quiero que sigas siendo igual de amable, fuerte, inteligente y humana. Pero, sobre todo, quiero que nunca dejes de sentir. 

Asiento sin comprender muy bien el significado de tales palabras.  

 

Las lágrimas descienden por mis mejillas, como ríos al borde de un precipicio. El corazón late frenético y el profundo dolor en el pecho se vuelve insoportable. Jamás creí que pudiera existir algo tan horrible como esto.

Todo mi cuerpo está temblando y mis piernas no responden. Quiero alejarme lo máximo posible de su lado y desaparecer de la faz de La Tierra por unos días, incluso años. Levi ha cogido mi corazón y lo ha destrozado de tantas formas que ya no recuerdo cómo era antes de que todo esto sucediera. Ni siquiera sé si alguna vez llegué a tenerlo completo, porque este infierno que parece no tener fin, ya ha perdido su principio. Los bordes se han difuminado hasta desaparecer y ahora una gran pradera desolada me rodea. Los colores cálidos ya no reconfortan, arden. Las llamas consumen hasta el último ápice de oxígeno y me ahogan poco a poco. Mis lágrimas caen al suelo y rezo por que sean suficiente para apagar el incendio, pero no es agua lo que brota de mis ojos, es ácido que gotea en mi pecho. Crea un gran agujero que me atraviesa hasta la espalda, dejando un gran vacío donde se supone que debería estar el corazón que él me arrancó.  




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