Analise

|17| Abrazando el dolor

«Cuando el sufrimiento te supere, aférrate a ese sentimiento, porque es lo único que te asegura que todo ha sido real». Las palabras de mi padre resuenan en el oscuro lugar de paz en el que me encuentro encerrada. Aquí nada duele ni mortifica. Siento que mi cuerpo vuela libre sin rumbo, con el único objetivo de saborear la sensación de plenitud que me embriaga. Soy consciente de la caricia de las sábanas sobre mi cuerpo y un ligero olor a comida se cuela en mis fosas nasales. Los párpados dejan de pesar y las puertas se abren para arrojar luz al agujero oscuro en el que estoy sumida. 

La tenue iluminación de la calle hace que pueda reconocer el lugar donde me encuentro: mi habitación. Miro mi cuerpo, comprobando que aún llevo la ropa puesta. Mis zapatos descansan a un lado de la cama, junto al bolso y mi móvil.

Me pongo en pie un poco dormida y desorientada. Una vez en el baño, me lavo la cara. El agua fresca roza mi piel caliente y borra todo rastro de lágrimas y sentimientos dolorosos. Cierro los ojos disfrutando del pequeño momento durante unos segundos. Necesitaba esto, necesitaba un poco de paz en mi vida, aunque solo fuera durante un segundo. 

Observo mi reflejo en el espejo mientras seco el agua que gotea. Mis ojos han perdido brillo, las ojeras que habían comenzado a desaparecer están más marcadas y siento que el color de la piel a descendido en dos o tres tonos. Soy como un fantasma sin alma con un gran grillete de hierro atado a la pierna. Intento caminar y no dejar que los recuerdos me paren, pero no lo consigo. Intento abrazar al dolor, hacer caso a las palabras de papá y aferrarme al único consuelo de que todo lo vivido es real, el único problema es que me gustaría que no lo fuera. Haría lo que estuviera en mi mano por lograr cambiar la mierda de situación en la que me encuentro. Me gustaría volver el tiempo atrás y deshacer cualquier acción que me haya traído hasta este preciso momento.

Niego con la cabeza y le hago saber a mi reflejo que eso no es una opción. Me recuerdo que lo bueno que he vivido estos años supera a lo malo, y aunque en este momento ni yo me creo, sé que llegará el día en el que es frase tenga más sentido. O eso espero.

El aire que entra por la ventana de la habitación hace que tiemble ligeramente por el fresco nocturno. Así que, antes de ir a la cocina, me pongo una sudadera antigua y salgo con el estómago gritando por algo de comida.

Hardy está frente a los fogones, murmurando una ligera melodía que no logro ubicar en mi mente, aunque sé que la he escuchado antes. Tomo asiento en la mesa de la cocina mientras observo sus ágiles movimientos y positivas aptitudes culinarias. 

 

—Si no dejas de mirarme así, no va a ser pechuga lo que cene hoy —advierte con una sonrisa capaz de bajarle las bragas a cualquier persona del universo.

—Pervertido.

Asiente.

—Puede, pero tú sigues mirándome igual.

Río. La verdad es que no puedo dejar de mirarlo así. Muchas veces le recuerdo la importancia de llevar camiseta mientras cocina, pero hoy está especialmente atractivo. No puedo apartar la mirada de su espalda que se tensa con cada movimiento que hace.

Su pantalón está ligeramente caído, dejándome disfrutar de la mitad de su trasero bien esculpido. El muy idiota no se ha puesto ropa interior, está haciéndolo a propósito. Así que, mientras vigila que sus pechugas no se sequen en el fuego, yo me deshago del sujetador y desabrocho todos los bonotes de mi camisa, excepto uno. Cuando el rubio da media vuelta, la sonrisa de sus labios desaparece y el monstruo del deseo se apodera de su cuerpo.

Sus ojos me escrutan con atención, esperando que haga el más mínimo movimiento para que mis pechos queden al descubierto. El fuego se enciende en mi interior y la humedad de mi zona íntima es tan fuerte que tengo que apretar mis muslos para intentar controlar mis impulsos. Sabe que ha comenzado un juego difícil de ganar, pero no se rinde. Mete el dedo en la salsa de frutos rojos que está haciendo y lo chupa mirándome fijamente.

—Delicioso —susurra con la voz ronca mientras el dedo se desliza por sus labios.

Su mirada desafiante me da la fuerza suficiente para llevar la provocación a otro nivel. Abro mis piernas e introduzco un dedo en mi interior. Se desliza con facilidad por mis palpitantes paredes preparadas para recibirlo. Un pequeño gemido escapa de mi garganta y sus ojos se oscurecen cuando lamo el dedo.

—Deliciosa —susurro observando cómo pierde el control.

Solo necesita un par de segundos para situarse a mi lado y agarrarme las caderas con decisión. Sus dedos se clavan en mi piel mientras sus labios abrazan a los míos sin miramientos.

Noto su respiración agitada y su creciente erección sobresale de la pretina de sus pantalones, dándome un espectacular adelanto de lo que está a punto de saborear mi boca. Mi mano abraza su miembro y los movimientos envolventes a lo largo de esa perdición, lo llevan al límite. Sus gemidos en mi oído son lo más erótico que he escuchado en la vida, solo con ello sería capaz de alcanzar el clímax, estoy casi segura. Sus dedos juegan con mi intimidad y se hunden sin descanso en la deliciosa humedad que lo esperaba ansiosa.

—Joder, Ana —gruñe cuando bajo de la mesa, me arrodillo ante él y dejo que mi boca releve a mi mano cansada.




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