Confusión: «Perplejidad, y a menudo desasosiego, que siente una persona al no saber cómo reaccionar ni qué decir o pensar». Eso era exactamente lo que gritaba la mirada del moreno que parecía estar a punto de salir corriendo.
Me costó mucho llegar a la conclusión de que me quería, pero cuando Isan me confesó que se había cerrado a amar, a sentir nada por nadie, lo entendí. Mi niño herido se había convertido en un hombre que decía odiar el amor, cuando lo único que sucedía es que temía volver a sufrir. Supongo que en su cabeza una amistad tan fuerte como la nuestra era un arma de doble filo: un salvavidas o la bala capaz de arrebatarle la vida definitivamente.
En cualquier otro momento mi corazón estaría palpitando frenético, pero ya no me queda de eso. Aunque mis fuerzas parecen haber desaparecido, el ansia de respuestas me consume. He vivido tanto tiempo a la sombra de la mentira que ya no recuerdo lo que es sentir los cálidos rayos de la verdad sobre la piel. Por muy dañino que pueda sonar, seguir con esta tortura es lo que necesito para poder reconstruir lo poco que queda en pie.
—El día que murieron —confiesa con la voz impregnada en dolor, aunque logra camuflarlo con falsa calma. Ni siquiera ha intentado negarlo—. Supe que te quería cuando te vi entrando en la sala del hospital con los ojos rojos e hinchados, el pelo alborotado y una mirada de preocupación sincera que logró derribar todos mis muros.
Una lágrima acaricia mi mejilla con gentileza. Los recuerdos de ese momento invaden mi memoria y no puedo evitar sentir que estoy rompiéndome a niveles que nunca llegué a imaginar. Las echo tanto de menos que no puedo ni imaginar lo que está sintiendo él al hablar de ellas.
—Mientras estaba sentado en aquella silla incómoda, lo único en lo que pensaba era en ti. Te necesitaba. —Niega con la cabeza—. Necesitaba tu mano sobre la mía, tu mirada comprensiva y el brillo de tus ojos almendra. Eras la única, junto a Isan, que había estado a mi lado siempre, la que sabía que no me miraría con lástima ni me diría que lo sentía sin sentirlo. —Hace una pausa para poner sus pensamientos en orden—. Me sentía como una mierda, no quería ni vivir y mi mundo había desaparecido por completo, pero tú seguías ahí, en pie, abrazada a mi cuerpo mientras mojaba tu hombro con el dolor que me consumía.
—¿Y por qué lo hiciste..? —susurro con la voz quebrada—. ¿Por qué me alejaste?
—Porque te quería. Fuiste mi primer amor. —«Y tú el mío»—. Eras lo único que quedaba dentro de mi corazón cuando ellas se fueron, y no podía permitirlo. Necesitaba borrar cualquier rastro de sentimiento que quedara. Necesitaba borrarte para poder encerrarme en mí mismo porque sabía que nunca me habrías dejado hacerlo. Aún así, de cierto modo nunca te rendiste.
Sus palabras están cargadas de culpabilidad, arrepentimiento y miedo. Se está esforzando en no mostrar ningún sentimiento capaz de desequilibrar la batalla que lucha con su corazón, pero no puede esconderse de mí.
—¿Por qué? —pregunto limpiando las lágrimas, logrando que su mirada vuelva a mí—. Dejaste que durante años pensara que no te importaba, que nunca fui importante para ti y nuestra relación no había sido más que un agregado a tu amistad con mi hermano.
Mi cuerpo comienza a temblar cuando se levanta de la silla en un rápido movimiento. Observo el tic nervioso que tiene de tocarse el pelo cuando la situación se sale de su control. Ninguno de los dos estaba preparado para esta conversación. Creía que cuatro años habían sido suficientes para superar lo sucedido, me equivocaba.
—Ellas lo eran todo para mí y se fueron. ¡Murieron por mi culpa! —grita negándose a derramar las lágrimas que se acumulan en sus ojos—. No podía permitirme perderte a ti también. Así que pensé echarte, si yo decidía cuándo te perdía, quizás el dolor sería tan abrasador.
Me levanto de la silla y me acerco rápidamente a él. Eso no es verdad. No fue su culpa. No tiene por qué seguir castigándose con esas ideas dañinas. Por esto mismo quería seguir a su lado, porque lo conozco y sé que mientras más me alejaba, más me necesitaba y aunque lo intenté durante meses, terminé respetando su decisión de mierda. Renuncié a él, porque pensaba que él había renunciado a mí.
Dejo las manos a ambos lados de su cara y lo obligo a mirarme. Forcejea un poco y evita hacerlo porque las lágrimas ya corren por sus mejillas, mas, finalmente, consigo lo que quería.
—Óyeme bien, no fue tu culpa, ¿vale? Puedes culparte de tratarme como una mierda, de haber actuado como un gilipollas e incluso de haber sido un puto cobarde que no era capaz de enfrentar lo que sentía, pero ni se te ocurra volver a decir eso. Su muerte no fue tu culpa ni lo será nunca.
—Yo conducía ese coche, Ana.
—Lo que pasó es una mierda y puedes estar enfadado con el mundo si quieres, pero no voy a dejar que te sigas castigando por algo que se escapó de tu control. ¿Quién iba a saber que un borracho iba a colisionar contra tu coche? No sigas rompiendo tu corazón de esta forma, por favor.
—A mi ya no me queda de eso... —susurra intentando apartar la mirada, pero no lo dejo.
—Sí te queda. —Dejo la mano en el lado izquierdo de su pecho—. Una persona que no siente no se preocuparía por mí como lo has hecho hoy ni me habría ayudado esa noche de verano. No estaría derramando estas lágrimas por algo que no siente. Sentir es vivir, Hardy. Necesito que no te niegues el placer de amar y ser lastimado por la persona que amas. Necesito que le plantes cara al miedo y dejes que esconderte detrás del rencor y la culpabilidad —Limpio sus lágrimas mientras me adentro en la profunda inmensidad de sus ojos.
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Editado: 28.03.2022