El dolor no ha remitido, pero ya no me quedan lágrimas. Mis ojos siguen rojos e hinchados por la cantidad de horas que llevo anegada en la decepción más profunda e insoportable que jamás haya experimentado. La almohada está mojada de sentimientos irreprimibles, la habitación cargada de angustia y las horas pasan ansiosas, a la espera de que, poco a poco, todo mejore. El sonido de sus nudillos golpeando la madera de la puerta de mi habitación no me sorprende.
Lleva unos cinco minutos en casa. Escuché el sonido metálico de la llave introduciéndose en la cerradura y sus pasos inquietos por el salón.
—Sé que estás ahí. Tenemos que hablar —dice desde el otro lado de la puerta.
Doy media vuelta, dándole la espalda a la puerta. Pongo la almohada sobre mis oídos para amortiguar el sonido de su voz. No tengo la cabeza para aguantar más explicaciones sin sentido y excusas que no sirven de nada.
—Sabes que soy capaz de sacarte a la fuerza de esa cama.
—Déjame en paz.
Podemos hablar, pero ninguno de los dos saldrá bien parado de la conversación y no sé si tengo fuerzas para añadir una discusión con mi hermano a la tormenta de problemas que tapiza mi mente.
Pasan unos minutos en los que el silencio reina. La voz de mi cabeza grita contenta por haber conseguido evitar el enfrentamiento, pero yo sé que sigue ahí.
De pronto, una fría ráfaga de viento me azota cuando abre la puerta y la corriente creada por la ventana del salón hace que comience a tiritar. Rápidamente, abrazo mi cuerpo en busca de calor. La fina manta que me cubre desaparece de un tirón y mi cuerpo es alzado en el aire. Me sujeta las piernas mientras mi vientre descansa en su hombro y mis manos golpean su espalda.
—¡Isan!
—Te lo advertí.
Pataleo, golpeo y grito sin cesar. Sin embargo, no consigo nada. Mis infructuosos intentos por lograr que me baje son patéticos, casi tanto como la situación en si. Así que, intento coger aire y de forma calmada digo:
—Bájame.
No lo veo pero sé que ha aparecido una semi sonrisa en su cara.
—Prométeme que me escucharás antes de decir nada.
Ruedo los ojos. Tampoco es como si tuviera muchas ganas de hablar.
—Solo si me bajas. Mis pies tocan el suelo y la mirada culpable del rubio choca con la decepción de la mía. Obviando un poco su presencia, voy a la cocina y me sirvo un vaso de agua. Mis movimientos son lentos, suaves. No tengo ninguna prisa por comenzar esta conversación, aunque sé que una parte de mí desea saber por qué me lo ha ocultado; por qué me ha mentido. Tomo asiento frente a él y con un movimiento de muñeca le indico que puede empezar cuando quiera.
—Voy a empezar por el principio, mereces saberlo todo.
Asiento —sin mostrar mucho interés— con el corazón en la boca del estómago. Siento que ya no cabe más drama en mi vida, que el mundo como lo conocía ha desaparecido y ni siquiera soy capaz de distinguir lo que ha sido real de las mentiras que me han rodeado.
Por un lado, mi relación con Levi, ¿qué fue real? ¿Cuántas veces me habría sido infiel? ¿Cuándo dejó de quererme? Por otro, Hardy, ¿por qué nunca me dijo que me quería? ¿Por qué confesarme que fui su primer amor cuando ya ha rehecho su vida? ¿Qué le hizo volver? ¿Volverá a desaparecer? Jen tampoco se queda atrás, ¿puedo seguir confiando en alguien que me ha ocultado algo tan grave? Y si, además, le sumamos la traición de mi hermano... ¿En qué momento decidió que ocultarme la verdad era lo mejor? ¿Tenía pensado decírmelo en algún momento? ¿Cómo se enteró?
—Levi nunca fue santo de mi devoción, aunque eso no es ninguna novedad. No sabría explicarte qué era, pero había algo en él que no me permitía bajar la guardia. Durante meses, intenté encontrar el porqué, hasta que me di cuenta de que eras feliz. —Su mirada cargada de sentimientos busca en lo más profundo de mi alma, intentando conectar con cada una de mis emociones—. La luz de tu sonrisa y el amor de tu mirada fueron lo único que necesité para que mis paranoias parasen por un tiempo. Todo iba bien, hasta que Hardy las trajo de vuelta.
—¿Hardy? No lo entiendo... —La confusión en mis palabras es clara. —¿A qué te refieres?
—Cada vez que salía tu nombre en una conversación sus ojos se iluminaban y la preocupación cruzaba su mirada. Al principio se negaba a aceptar que seguía preocupándose por ti, pero llegó un día en el que me negué a decirle nada de ti. Si quería saber cómo estabas debía preguntártelo directamente. —Ríe con los ojos clavados en los míos y la mente perdida en un recuerdo—. Estuvo una semana sin hablarme y luego vino a amenazarme con dejarme sin descendencia si no le decía nada. Durante estos cuatro años, no ha habido un solo mes en el que no te haya nombrado.
Sus palabras evocan un recuerdo que por primera vez tiene algo de sentido.
No sé dónde estoy exactamente, me duelen los pies por los tacones que no comprendo por qué decidí ponerme y el frío nocturno golpea la piel desnuda de mis piernas levemente cubierta por la corta falda que llevo. ¿Pero a quién le importa una mierda todo eso?
Río llevando el vaso con vodka y zumo de piña a la boca.
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Editado: 28.03.2022