Analise

|20| Vodka de cereza

Las paredes color lavanda del salón, y ambientador a juego, hacen que una ola de recuerdos de la infancia me lleve por delante. Su fuerza me impulsa a dar vueltas de campana mientras los miedos reprimidos entran en mi garganta y colapsan mis pulmones.

—¿Me estás escuchando? 

Ruedo los ojos. 

—Sí, mamá. Aún no entiendo qué hago aquí. Una llamada de mi madre pidiendo que venga a visitarla, solo puede significar una cosa: problemas. Quizás debería haberme quedado en casa, como he hecho esta última semana. La soledad puede ser realmente iluminadora. 

—No voy a permitir que vuelvas a desaparecer durante tanto tiempo. Los vecinos han comenzado a hablar. 

 —¿Hablar de qué? Bastante tiene la gente con su vida como para estar atenta a la nuestra. Aunque no lo creas, no eres el centro del mundo. Coloca su pelo rubio perfectamente peinado detrás de su oreja y agarra mi brazo con fuerza.

—Ni se te ocurra volver a hablarme así —dice con rabia—. Siempre has sido una mocosa malcriada. 

 Su agarre me hace daño. Siento cómo las uñas se clavan en mi piel y dejan marcas que tardarán en curar. Forcejeo un poco para quitármela de encima. Lo único que consigo es que el dolor aumente. 

 —¡Suéltame! —exijo. 

Una risa diabólica se forma en sus labios. Busco la mirada comprensiva de mi padre que nos observa desde el sofá, junto a la chimenea. Puedo ver en sus ojos que no está de acuerdo con cómo me está hablando. Espero que diga algo, pero me sorprende que aún siga esperando algo de este hombre marioneta escondido en las sombras. Me pregunto si tiene permitido pensar o esto también se lo deja a mamá. 

 —¡Tienes que empezar a actuar como una señorita! Me sorprende estar diciendo esto, pero deberías aprender de tu hermano. Después de muchos años, ha encontrado el buen camino. Jenny es una joven muy educada y de buena familia. 

Ruedo los ojos, cansada. 

 —Isan está con ella porque la ama, no por su posición social. No todos son tan rastreros como tú. 

Suelta mi brazo para propinar un fuerte golpe en la mejilla. Estoy segura de que su mano arde tanto como mi cara. 

 —¡No te atrevas a insultarme! Esta rastrera fue quien te trajo a la vida. Acaricio mi mejilla y reprimo la lágrima que amenaza con salir de su cautiverio. 

—¿Para esto querías que viniera? No te molestes en volver a llamarme. 

Doy media vuelta. En mi garganta el nudo se vuelve cada vez más grande, pero no entiendo el por qué. Ya sé como es mi madre, es más, venía mentalizada con que algo como esto podría suceder. Supongo que una parte de mí sigue creyendo que me quiere. 

 —Analise —llama mi atención utilizando mi nombre completo. Me paro en seco. Sabe que odio cuando me llama así. 

—El domingo seremos los anfitriones de la fiesta anual del vecindario. 

—¿Seremos? —No puedo esconder mi incredulidad. Espero que esa primera persona del plural no me incluya. 

Sus manos alisan la blusa de seda que lleva antes de acomodarse en el sofá. Su mirada sosegada y frecuencia respiratoria pausada hacen que su fachada de señora respetada que no pierde la calma ante nada siga en pie. Cualquiera diría que esa respetable mujer acaba de golpear y amenazar a su propia hija. 

 —Eso es. —Asiente—. Espero que no tenga que recordarte buenos modales. 

 —¿Qué te hace pensar que vendré? 

—Isan ha confirmado su asistencia junto a la señorita Gómez y, si te queda un mínimo de aprecio por esta familia, harás lo propio. 

Río sin ganas. Esta mujer es increíble. No debería haber perdido mi tiempo en venir hasta aquí. 

 —Por cierto, me alegra que tu relación con ese macarra haya acabado al fin. Ya es hora de que encuentres a alguien que merezca la pena. Nunca fue digno de ti. 

Me muerdo la lengua para no decirle las cuatro cosas que se merece. Una parte de mi está de acuerdo con ella, pero otra solo quiere que se muerda la lengua y se ahogue con su propio veneno. 

 —No me esperes el domingo —digo antes de salir.

—¡Analise! —su grito se ve amortiguado por el portazo. Subo en el coche sin hacer caso a la ligera punzada cardíaca que me han causado sus palabras. 

Tras cuarenta y cinco minutos, aparco frente al Pub de los tres mosqueteros. Aún no me puedo creer que Isan haya aceptado ir a esa fiesta. Ni que mamá haya estado en lo cierto desde el principio y Levi nunca mereciera mi atención. La música resuena en todo el local. Mareas de cuerpos sudorosos chocan unos con otros al son del ritmo que amplifican los altavoces. 

 —Has vuelto. —Sonríe el chico simpático de detrás de la barra que me ayudó a levantarme del suelo hace unas semanas. 

—Necesito un poco más de eso rojo, por favor. 

—Vodka de cereza para la señorita. 

El líquido arde en mi garganta, aliviando ligeramente la presión que sentía en el pecho. 

—Tres más —pido amable. 

Con cada trago las luces se vuelven más borrosas. Mi cabeza comienza a dar vueltas cuando bebo el séptimo. Estoy segura de que me caería nada más ponerme en pie. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.