Analise

|23| Hipocresía

Los ojos de la rubia se abren con asombro. Las palabras de Isan han conseguido que las miradas y murmullos de todos se centren las marcas que ha dejado en mi brazo desnudo, por lo que decide alejarse de mí. Puedo ver la cantidad de sentimientos contradictorios que brillan en sus iris a medida que retrocede, intentando guardar la compostura que ha estado cerca de perder por completo. 

Coloca un mechón de pelo detrás de la oreja, elimina las pequeñas arrugas que se han formado en su camisa. Veo su mirada dubitativa paseándose por los rasgos familiares del hijo de su examante. Sabe que Hardy la odia tanto como nosotros, incluso más. Así que, con el fin de evitar un enfrentamiento innecesario, decide obviar su presencia y acercarse a Isan. Sin embargo, la atención de mi hermano está mí y en el hilo de sangre que brota de una de las pequeñas heridas que me ha hecho.

—Hijo...

Asiente sin responder a su abrazo. 

—¿Dónde está papá? ¿Han dicho algo los médicos? —dice volviendo a centrar su atención en el despreciable ser humano en el que se ha convertido nuestra madre.

Estoy secando el líquido carmesí de mi piel cuando el ahogado sollozo de Melany llama mi atención. Quería estar furiosa con ella; me habría gustado poder descargar mi ira contra alguien y tener la certeza de que el culpable de toda esta pesadilla recibiera su merecido. No obstante, ahora que me permito fijar la vista más de dos segundos en ella, sé que jamás seré capaz de hacerlo. Su pelo negro azabache extremadamente liso, cae en cascadas tranquilas por ambos lados de su cara. Sus ojos azules —como el mar en un día de verano— están anegados en lágrimas, pero no por ello lucen menos hipnotizantes. Puedo afirmar sin lugar a dudas que lo está pasando peor que mi madre. Las pulseras coloridas que viste en ambas manos y el distintivo verde del colegio privado al que asiste, evidencian su corta edad. Nuestra mirada conecta; sus ojos son un reflejo de los míos, aguados, tristes. Asiento levemente mientras intento dedicarle una pequeña sonrisa que alivie su peso.

En realidad, si la culpa fuera de alguien, recaería sobre mi padre que cruzó sin mirar, en Clara y su marido por dejar que la niña condujese en una zona residencial sin carnet; en mi madre por empezar una pelea campal y en mí. Si no hubiera ido, si hubiese llamado como siempre en lugar de visitarlos...

—Deberá estar unos días en observación. No podremos verlo hasta mañana —la escucho explicar con la misma voz afligida y dolorida con un marcado acento cínico.

—¿Qué ha pasado exactamente?

Mientras Isan recaba información, mis pensamientos vuelan hasta el moreno que observa la escena desde la periferia de la sala. Aquí es donde lo abracé cuando el accidente se llevó a las dos personas más importantes de su vida. En esta misma sala es donde su cuerpo tembloroso descargó el dolor sobre mi hombro. Aquí comenzó nuestro fin y su pequeño tormento. Puedo ver cómo los recuerdos dolorosos invaden el bosque profundo de sus ojos. Si no me hubiera alejado, si me hubiera permitido apoyarlo cuando más lo necesitaba, quizás, solo quizás, el dolor habría sido ínfimamente más llevadero.

 

Un tapiz gris abraza al cielo que parece estar a punto de caer sobre nosotros en cualquier momento. Algún que otro pájaro canta en la lejanía, pero el sonido de los sollozos de los presentes opaca su alegre canto. El gran cementerio está repleto de amigos, vecinos, empleados, accionistas y conocidos lejanos que han decidido acercarse a darle el pésame a la familia. Sin embargo, el único que camina tras el ataúd es Hardy con Ágata a su lado.

Mi corazón se contrae con violencia cuando pienso que lo que la ausencia de Carlos, su padre, supone para él en estos momentos. Mi mirada se cruza con la de mi hermano que parece compartir mis pensamientos. Nuestros padres caminan a mi lado mientras Isan susurra un «me necesita» y desaparece. En realidad, «nos necesita» sería más correcto, así que, abandono la cálida vera de papá y pongo rumbo al pequeño círculo de allegados que camina tras el moreno y la anciana que ha cuidado de él desde que era un bebé.

No soy capaz de imaginar el horror por el que está pasando. La tortura de perder a una madre debe ser algo tan sumamente atroz que mi mente no es capaz de ponerse en situación. Las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas, pero las limpio rápidamente. No es esto lo que necesita ahora mismo. Tengo que ser fuerte por ambos para que cuando se decida a leer mis mensajes o responder mis llamadas, se encuentre con un apoyo firme y estable que lo ayude a mantenerse en pie.

 

—¿Me estás escuchando? 

La voz de Isan hace que mis recuerdos se borren de un plumazo. Tardo un poco en procesar sus palabras, pero tras recuperarme de las emociones que ese paseo por el pasado me han traído, respondo:

—No, lo siento.

—Podemos irnos a casa, descansar algo y volver mañana. Los médicos no nos dejarán verlo hasta pasadas veinticuatro horas. —Aparto la mirada de nuestro amigo y la centro en él. Sus ojos verdes —como el césped en verano— parecen agotados y su expresión preocupada no hace más que aumentar el nudo de mi garganta.

—¿Has avisado a Jen? —Niega—. ¿Quieres que lo haga por ti? —Su cabeza vuelve a reclinar mi oferta.

—Le contaré todo cuando llegue a casa, no quiero preocuparla. Además, tiene demasiadas cosas en la cabeza como para estar atenta a un drama familiar ajeno al suyo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.