No estoy bien. Es un hecho; una realidad palpable que no solo puedes ver sino también sentir. Mi aura se ha convertido en un halo oscuro de malas vibraciones. El brillo de mis ojos ha desaparecido y los surcos oscuros siguen presentes.
Afortunadamente, papá volvió a casa tras cuarenta y ocho horas en observación y ya está casi recuperado del pequeño accidente. Algunas magulladuras siguen adornando sus mejillas, el dolor no ha desaparecido del todo y su movilidad no está restaurada al completo, pero los pronósticos de recuperación son alentadores. Lo que se traduce en una preocupación menos. Me gustaría arrancarme la pena que aún sigue pululando en mi interior, averiguar en qué punto se encuentra mi relación con Hardy—aún no he decidido si quiero que vuelva a formar parte de mi vida o no—, asegurarme de que mi hermano está bien, terminar la charla pendiente con Jen y descifrar la forma de sacar al fantasma de Levi de mi mente. Esto último es lo más urgente.
He intentado odiarlo; tratado de centrar mis energías en comunicarle a mi bomba cardíaca que los sentimientos no son merecidos y que —por mucho que deseara que tocara a mi puerta y me pidiera perdón hasta que sus cuerdas vocales se desgarrasen— nunca sería capaz de perdonarlo. Sin embargo, de alguna forma sé que mi corazón aún le pertenece. Su recuerdo no es una sutil estela de felicidad, es un fantasma que se materializa a su antojo. Su risa ya no es la melodía de mis días, pero sigue siendo un murmullo entre el sonido del tráfico. Puedo sentir su presencia a mi alrededor, veo el brillo de sus ojos cada vez que me miro en el espejo y sigo buscándolo en los sitios que frecuentábamos.
—¿Estás segura de que no prefieres ir a otro sitio? Me puedo hacer una idea de la cantidad de recuerdos que te evoca este lugar.
Asiento apartando la mirada del mural de granos de café que tiene la morena a su espalda. No debería dejar que mis pensamientos se fueran tanto por las ramas.
—No te preocupes. Y te equivocas si piensas que no sé lo que estás haciendo —la señalo con un dedo acusador—. Deja de esquivar el tema.
Una pequeña risa camufla el dolor que esconden sus ojos.
—De verdad, estoy bien.
El tintineo de las pulseras de su muñeca acompaña a sus movimientos nerviosos, desacreditando por completo sus palabras.
—Ambas sabemos que eso no es verdad. En estos últimos meses te has convertido en una hermana para mí, no solo eres mi cuñada sino, también, mi amiga. Así que, si quieres engañarte convenciéndote que estás bien, lo acepto y no haré preguntas. Pero no pretendas que me lo crea.
Sus ojos caramelo —ligeramente aguados por los sentimientos que la torturan— me miran con un atisbo de duda que desaparece con el roce de mi mano sobre la suya.
—¿Qué ha pasado?
—Lo he fastidiado todo, Ana. Iris me odia.
Iris es su mejor amiga desde que tiene uso de razón. He escuchado innumerables historias de las dos pequeñas inseparables que no eran capaces de vivir la una sin la otra. Su amistad creció con ellas, convirtiéndose en parte esencial de sus vidas.
—No sé qué ha pasado, pero sé lo suficiente como para estar segura de que no te odia.
—Le he fallado. —Las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas y siento que mi mundo se derrumba con ella—. Es la persona más fuerte que conozco, independiente y luchadora. La vida no ha sido justa con ella, pero eso nunca la ha parado. Trabaja duro por conseguir lo que quiere y siempre mira por su bienestar y el de los suyos. El problema es que todas las personas de su vida le han fallado de una forma u otra. Le han hecho tanto daño...
Observo el vaivén de sus ondas perfectamente peinadas y definidas que caen en cascadas por sus hombros. Intento calmar el temblor de sus manos con la calidez de las mías.
—¿Y qué le hago yo? Lo mismo. —El sonido del llanto silencia su discurso durante unos segundos—. Somos hermanas o lo éramos. —Limpia sus lágrimas esbozando una sonrisa triste—. Después de esto merezco que me odie.
—Jen, si hay alguien que no se merece que le odien, eres tú.
Mis palabras logran encender una pequeña llama de esperanza en sus ojos que rápidamente es extinguida por la angustia.
—¿Has intentado hablar con ella?
Niega limpiando la humedad de sus mejillas.
—La conozco, sé que no me escuchará.
—Dale un poco de tiempo, si su amistad es tan fuerte como el afecto que se tienen, terminará escuchándote.
—No lo sé, An. Yo...
Sus palabras son secuestradas por la presencia de mi hermano. El reflejo de sol en su pelo crea un destello que capta la atención de toda la cafetería. Aunque también podría ser por el atractivo del dúo inseparable que se acerca a nuestra mesa. En cuanto mi mirada vuelve a Jen, las lágrimas han sido sustituidas por una sonrisa capaz de opacar la tristeza que exteriorizaba segundos atrás.
—No quiero preocuparlo —susurra ejerciendo una pequeña presión antes de separar la mano.
—Pero Jen...
Sus ojos suplicantes consiguen cerrarme la boca. Me encantaría decirle que Isan no es tonto, es consciente de que ella se machaca más de lo que debería. El no hablarlo o exteriorizarlo no va a hacer que un sentimiento desaparezca.
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Editado: 28.03.2022