Analise

|28| Recuerdos mentolados

Levi fue mi libro favorito durante años. En sus amarillentas páginas desgastadas se escondían grandes reflexiones que me hicieron replantearme quién era y me convirtieron en quien soy hoy en día. Mis labios subrayaron aquellas partes suyas que quería recordar para siempre. Lo leí con devoción y lo amé sin razón. Era esa historia que nunca cansaba, que siempre impresionaba. Estaba tan perdida entre sus letras que no me di cuenta de que la novela llegaba a su final. Ahora solo puedo hacer dos cosas: llorar por la historia que termina o alegrarme por haber podido adentrarme en las profundidades de las palabras silenciosas que gritaban libertad. 

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —Los ojos caramelo de mi cuñada me miran con detenimiento.

Medito unos segundos la respuesta mientras continúo metiendo en la bolsa la poca ropa que se dejó atrás. Finalmente, asiento. 

—Lo estoy.

Veo la preocupación centellear en sus pupilas. 

—Está bien, ¿qué falta?

Escaneo la habitación en busca de algún otro rastro de Levi por las inmediaciones. Abro algunos cajones, reviso el armario y los bajos de la cama por si quedara algo que me recordará a él. —Nada, compruebo el baño y nos vamos. 

—Te espero abajo, tómate el tiempo que necesites.

Asiento en silencio, perdida en la mirada comprensiva de la que se ha convertido en mi mejor amiga. No sé qué habría sido de mí sin ella y sus palabras cariñosas, sin su luz cegadora y su alegría centelleante capaz de opacar todo el mal de este mundo. 

Me quedo de pie en mitad de la habitación, observando cómo desaparece. Sus pasos se alejan poco a poco, dejando una sutil estela de preocupación casi imperceptible. Sé que todos están preocupados por mí, y posiblemente, yo también lo estaría por ellos si se encontrarán en la misma situación. Sin embargo, una pequeña e insidiosa región de mi cerebro grita que ellos han sido parte de todo el lío en el que me encuentro metida. Por supuesto, las malas decisiones y acciones de Levi, son única y exclusivamente su culpa, pero he sido engaña por todos.

Puede que a ojos de Isan siga siendo la pequeña e indefensa hermana pequeña que necesita protección en todo momento. No obstante, por mucho que le duela aceptarlo, ya no soy esa niña indefensa que esperaba ilusionada su vuelta a casa porque era el único que podía sacarle una sonrisa. Hace mucho que dejé de ser esa Analise y comencé a construir la vida de la mujer que quería ser, comencé a asentar los cimientos de Ana, la joven independiente capaz de valerse por sí misma sin necesidad de aprobación. 

Entro en el baño en busca de la loción con olor mentolado que dejó atrás cuando se fue. Abro el armario de espejos para coger la pequeña botella de cristal azul. Sé que lo más probable es que me arrepienta en unos segundos de lo que estoy a punto de hacer. 

Miro mi reflejo en el espejo en busca de una negativa en el espejo que me empuje a salir de casa y deshacerme de las pocas pertenencias que dejó atrás. Pero, lo único que encuentro son los ojos perdidos de una morena que no sabe cómo enfocar la situación. Mis dedos se aferran a la tapa de plástico. Comienzo a desenroscarla con cuidado. Sé que en cuanto abra este bote, los recuerdos romperán contra mí como olas furiosas en su encuentro con un acantilado. Un sutil aroma mentolado amenaza con perfumar la estancia. 

Cierro los ojos.

—¿An? ¿Va todo bien? —pregunta desde el otro lado de la puerta. 

Me miro en el espejo del baño. Puedo ver el miedo reflejado en el brillo de mis ojos y la ansiedad en la humedad de mis labios. «¿Y si no soy suficiente? ¿Y si prefiere estar con alguien con más experiencia?» 

—S-si... Ya salgo. 

Estoy nerviosa, aterrada por no ser lo que él quiere, lo que nuestra relación necesita. En ningún momento me he sentido presionada a hacer nada que no quiera, pero eso no evita que me sienta bajo presión. 

Tiro de la cisterna antes de abrir la puerta, para intentar excusar mi huida con unas desesperadas ganas de orinar. Patético, lo sé. 

Mi mirada se topa con el verde preocupado que inunda la suya. Su mano acaricia mi mejilla y la deja ahí, haciendo que mi piel arda con su contacto y el corazón se me contraiga con la sensación de calidez que conquista mi cuerpo. 

—¿Qué pasa, nena? 

Una sonrisa de loca enamorada que no puedo reprimir aparece en mis labios con sus palabras. Siempre he pensado lo cliché que son los apodos cariñosos, pero cuando te lo dice la persona que amas, algo dentro de ti te dice que eso es lo correcto, que no debes aborrecer el estar viviendo tu propio cuento de hadas. 

«¿Cómo le sentará que no se lo haya dicho antes? ¿Pensará que le he mentido? Aunque tampoco es que me lo haya preguntado nunca, y no es como si yo fuera por la vida gritando mi falta de experiencia sexual». 

Niego sin poder pronunciar palabra. En su lugar, me lanzo a sus labios como barco en la oscuridad que sigue la luz del faro. Nuestras bocas encajan a la perfección mientras sus manos acarician mi piel, despertando pequeños incendios capaces de encender hasta las cenizas más extintas. Nuestras lenguas bailan bajo la frenética melodía desesperada que marca nuestro frenético ritmo cardíaco. Tiemblo con anticipación, disfruto con devoción y mis músculos se contraen aterrados, extasiados. 




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