Durante mucho tiempo he sido fiel creyente del velo transparente tras el que se esconden nuestros ojos cuando estamos enamorados. He crecido junto a un hombre que aún con quemaduras de tercer grado en su piel, seguía buscando cobijo en la sombra de un sentimiento inexistente. Sus ojos han terminado por convertirse en dos luces sin brillo que tratan de iluminar la salida en un laberinto imposible. Sin embargo, su corazón sigue ardiendo con la misma intensidad que el primer día; sigue alumbrando un camino inescrutable.
Pensaba que era el amor quien nublaba su juicio y sesgaba su raciocinio. Pero tras pasar por la misma nube confusa y demandante, me doy cuenta de que no es el amor quien nos priva de la vista, somos nosotros quienes cegamos nuestra mente. Al final va a ser verdad que es más ciego quien no quiere ver.
Es la primera vez que lo veo fuera del Pub. Viste un pantalón corto de deporte y una camiseta verde transpirable. Un fino velo de sudor hace brillar su piel y acaricia hasta el último rincón de su cuerpo. Su pelo corto está levemente alborotado, dándole un aire más salvaje. Tiene las mejillas sonrosadas y los músculos tensos del ejercicio que —doy por hecho— acaba de hacer.
Una sonrisa que no se molesta en reprimir se dibuja en sus labios y el brillo de sus ojos aumenta ligeramente.
—Me alegra verte. ¿Va todo bien? —pregunta con la confusión bailando de la mano de la curiosidad en sus pupilas.
Su voz logra sacarme del trance momentáneo en el que me ha sumido su inesperada presencia.
—No. Digo sí. No sé —hablo tan rápido que no comprendo mi farfulleo.
Su mirada viaja de la bolsa que llevo en la mano hasta los ojos de Jen, quien nos observa como una espectadora totalmente confusa —e ilusionada— con la dirección que está tomando la trama de su serie preferida.
—Estamos buscando a Levi, nos han dado esta dirección cuando preguntamos por él —aclara ella por mí. Asiente haciéndose a un lado para dejarnos pasar.
—Es el nuevo compañero de piso de mi hermano. Pueden pasar, iré a avisarlo.
Un alivio que no podría explicar con simples palabras me consume. El aire vuelve a mis pulmones y el color sube a mis mejillas.
—¿No vives aquí? —pregunto curiosa entrando en el luminoso apartamento.
Escaneo cada rincón del pequeño espacio. Los colores alegres de las paredes contrarrestan la sobriedad de los muebles y la ausencia de paredes que dividan el espacio logran que se vea todo más diáfano y espacioso.
—No. —Sonríe—. Vivo a unas calles de aquí, quizás algún día quieras pasarte por allí.
Asiento asombrosamente emocionada con su ofrecimiento observándolo desaparecer por el pasillo. Quizás.
La decoración es tan original que me cuesta comprender las formas de algunas figuras. No obstante, en cuanto nuestros ojos la ven, ambas nos quedamos estáticas frente a una preciosa puesta de sol que ocupa tres cuartas partes de la pared del salón. Una preciosa obra de lienzo inexistente, directamente plasmada sobre el tabique. La tranquilidad que transmite es justo lo que necesito en este momento. Estoy segura de que si me quedara observándola unos segundos más sería capaz de escuchar el leve murmullo de las olas armonizado por los lentos latidos de mi corazón.
—¿An? ¿Jen? —pregunta una voz muy familiar cargada de sentimientos que no logro descifrar ni tengo ganas de comprender.
Mi ritmo cardíaco vuelve a desenfrenarse mientras la calma se esfuma entre mis dedos. La mano de mi amiga coge la mía, ejerciendo una pequeña presión en señal de apoyo. Inspiro profundamente y giro para encararlo.
—María me ha dicho que estabas viviendo aquí —digo como si no estuviera siendo arrasada por un huracán de sentimientos por dentro—. He venido a traerte las cosas que te dejaste en casa... en mi casa —corrijo rápidamente.
Sus pupilas externalizan un dolor poco frecuente en su mirada. No sé si es mejor actor de lo que esperaba, si de verdad le está doliendo la situación o si sigue riéndose de mí, como ha hecho durante tantos meses, o quizás años.
—No era necesario que te molestaras—dice al fin cogiendo la bolsa que le tiendo—. Podría haber pasado por allí a buscarlo en otro momento.
—No quería verte por allí de nuevo —confieso antes de que pueda procesar las palabras que salen de mi boca.
Ríe mientras asiente como si comprendiera todo definitivamente.
—Así que esto es un adiós, ¿verdad?
La bomba cardíaca del pecho se retuerce, intentando esquivar los puñales que tratan de acabar con la estabilidad emocional y funcional que había establecido días atrás.
—Lo es —sentencio.
Nuestros ojos conectan durante segundos que parecen eternidades infinitas. Las miles de sonrisas que compartimos aparecen frente a mí, la calidez de sus manos sobre mi cuerpo logran erizarme la piel de nuevo y las cientos de lágrimas que derramé por él, por nosotros, intentan humedecer mis mejillas, pero lo único que consiguen es sacarme una sonrisa. Porque por primera vez en mucho tiempo, puedo estar frente a él sin sentir la necesidad de escupirle en la cara las decenas de veces que me hizo sentir miserable. Me duele su recuerdo, pero su presencia no es capaz de destruirme.
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Editado: 28.03.2022