Anástasi: El precio de la libertad

Capítulo VIII

Una foto era todo lo que me quedaba de ella. El resto solo eran recuerdos: Más valioso que lo tangible, pero también más doloroso. De día recordaba los aromas y la fresca fragancia de los campos llenos de flores que alguna vez visitamos Elizabeth y yo. Recuerdos inamovibles que permanecerían siempre para aliviar mis penurias. Pero al caer la noche, todo cambiaba. Como si fuera un niño que volvía a temerle a la oscuridad, ahí, en medio de la penumbra, soñaba con el cobijo de la muerte. No se trataba de seres con aspecto demoníaco, sino humanos. Los mismos que me miraban con lástima cada día, me maldecían por existir.

<< Deberías de conseguir un trabajo, malvivido. >> Alguien me sugirió de mala manera una vez después de pedirle limosna.

Estaba acostumbrado a los reproches, pero esas palabras me hirieron demasiado. Tenía razón en eso: Debería conseguir trabajo para dejar de ser un "malvivido". Pero no era posible en mi condición. Ya no tenía nombre; lo que recordaba por nombre estaba manchado por un asesinato que jamás cometí. Nadie querría a un ex convicto, que, además de estar declarado muerto, tenía un certificado de psicosis crónica. Ni para los trabajos más simples o viles existía un lugar para mí. Ya no tenía oportunidades. Ya nadie confiaba en mí.
Después de aquellas palabras, soñé a esa persona por semanas.
Me pisoteaba como si fuera un insecto bajo su enorme zapato. Mientras me retorcía en mi agonía, tomaba una pequeña muñeca de porcelana en sus manos con el aspecto de Elizabeth.

<< Esto solo le pertenece a los ganadores. >> Me decía aquel sujeto en mis pesadillas.

Acto seguido, entregaba aquella muñeca a unos bebes vestidos con trajes. Sus rostros eran de un adulto; malévolos y nada tiernos. Aquellos rostros pertenecían a la familia de Elizabeth, y cuando aquel hombre les entregaba la muñeca, comenzaban a jugar con ella. Primero la acariciaban, la peinaban y le cantaban canciones de cuna. Canciones siniestras acompañadas por melodías desafinadas y retorcidas. Después de que todos la peinaban y la acariciaban un poco, comenzaban a golpearla contra el suelo. Era como presenciar el berrinche de un niño enojado que lanza y golpea todo lo que le daban en un intento por calmarlo.
Pero ellos no lloraban, sino que reían con cinismo y satisfacción.
A mí, en mi estado pisoteado y al borde de la muerte, solo me quedaba por mirar como destruían aquel juguete sin valor para ellos, pero invaluable para mí. Lo más invaluable que alguna vez fue mío.

Fuera de aquellos sueños, y muy lejano de mis recuerdos, aquella imagen era demasiado vivaz y real. Tan real que era demasiado falso.

— No es cierto... No... — Balbuceaba en mi lucha por procesar lo que estaba pasando con cordura, mientras un nudo se formaba en mi garganta y estómago.

Sara, al igual que yo, estaba confundida y sin saber que pasaba. Pero ella miraba mi rostro consternado, no a Elizabeth. Will estaba tomando un hombro de Elizabeth mientras lo masajeaba con malicia. Clavaba su mirada de cazador sobre mí, y lentamente esbozaba una sonrisa demencial.

<< No puede ser. Elizabeth está muerta, así que debo estar alucinando. Además Sara no puede mirarla, así que sí. Estoy alucinando. >> Pensé de manera acertada, pero aun así no dejaba de temblar.

— Esto no es un juego, Mike. — Alguien me musitó al oído.

Por la fuerte impresión, di media vuelta y traté de golpear a quien estaba tras de mí. Después de golpear al aire, caí al suelo de rodillas y quedé a espaldas de los demás.

— ¡Esto no es verdad! ¡Despierta Mike! ¡Despierta! —Luego de darme un par de bofetadas en las mejillas, me obligué a calmarme.

— De pie. —Una voz conocida me ordenó— Estás haciendo el ridículo, mi estimado Mike.

Era Hawkins.
Sara, por la repentina aparición de Hawkins, ahogó un grito y soltó el portafolio que traía en sus manos para taparse la boca. De inmediato, se puso pálida y lágrimas comenzaron a rodar en sus mejillas.

Al reincorporarme torpemente y mirar nuevamente al asiento, allí estaba él: Sonriente y tranquilo. Elizabeth se había ido, o más bien, jamás estuvo allí. Sólo era Hawkins jugando otra vez con mi mente.

— ¿Qué fue lo que hiciste? —Pregunté mientras miraba a todos lados, confuso y desorientado— ¿Dónde está Elizabeth?

— Ella ya no existe, Mike. Lo sabes bien. —Contestó Hawkins.

— Desgraciado. —Me acerqué hasta el escritorio, pero estaba resignado. No iba a hacer nada.

— Toma asiento, Johnson. —Añadió Will levantando la voz— Deja de comportarte como un niñito. Ya te lo dijo Hawkins, esto no es juego.



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En el texto hay: accion, suspenso, venganza

Editado: 24.06.2019

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